En La Habana, a mediados de semana, murió Adriana Orejuela. Había nacido en Colombia 57 años atrás, pero se sentía tan comprometida con el destino de Cuba, con la cultura de la Isla, y de modo muy especial con su música, que muchos, comenzando por ella misma, la asumían como una cubana más.
Nunca podrá dejarse de destacar la extraordinaria importancia de su obra más relevante, a la que consagró largos e intensos años de investigación y una pasión asistida de poderosas razones: El son no se fue de Cuba: claves para una historia 1959 -1973.
Contra la idea muchas veces difundida de que la música cubana entró en crisis tras el triunfo revolucionario de 1959, y la partida de algunos de sus más conspicuos representantes –matriz de opinión que halló asidero en el boom de la salsa en Nueva York en los años 60, a pesar de que los principales protagonistas del movimiento jamás negaron la influencia decisiva de Cuba ni la progenitura insular-, Adriana documentó con pruebas irrefutables la vitalidad y renovación de la música popular en la Isla sonera a lo largo de algo más de un decenio que culminó con la consolidación de Los Van Van, la irrupción de Irakere y la fundación del Movimiento de la Nueva Trova.
Al recorrer las diversas estaciones de la creación sonora cubana –dejó apuntes muy interesantes acerca de lo acontecido desde finales de los años 70 hasta los primeros compases del siglo XXI, algunos de los cuales adelantó en la revista AM/PM–, siempre tuvo en cuenta una máxima de don Fernando Ortiz: «Cada situación social tiene su propia música, sus danzas, sus cantos, sus versos y sus peculiares instrumentos».












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ivan valls taquechel dijo:
1
22 de julio de 2022
10:30:12
ivan valls dijo:
2
22 de julio de 2022
10:32:22
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