ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Basta y sobra con monopolizar los medios para imponer ciertas convicciones y gustos. Mecanicismos al margen. Esa es la herencia ideológica que han amasado los «genios» del mercado mediático-informativo-publicitario y sus satélites encuestadores obsecuentes. Alguna vez el concepto dominante del «éxito» tuvo fundamentos en la búsqueda (frecuentemente falaz y fallida) de la «excelencia». Así fuese solo como entelequia estimulante de fantasías hegemónicas. Alguna vez el «éxito» de la clase dominante, en cantidad y en calidad, forjó requisitos conceptuales, científicos y tecnológicos que validaban cierta competencia y fundamentaban, con alguna seriedad, la vocación burguesa de premiarse entre ellos mismos.

Pero la debacle «moral» de la clase dominante se aceleró con su crisis de sobreproducción y todos sus estándares de «éxito» se desplomaron desde dentro sin tocar las fachadas. Por eso, por ejemplo, suelen otorgarse premios Nobel que se han reducido a estimulantes de mercado para vender libros o resucitar famas de talentos consuetudinariamente ignorados. Por eso no hay mérito científico, artístico o moral que importe cuando se trata de vaciar las bodegas cargadas con bagatelas ideológicas o tecnológicas de temporada. A ese fin se subordinan todas las fuerzas de propaganda mercantil, fabrican «fama», «prestigio», «virtudes»…, lo que sea necesario para vender y vender lo que les urge a las empresas saturadas de sí, entre sí y contra ellas mismas. Crisis de sobre-producción.

Era de esperarse que los publicistas se convirtieran, también, en mercancía de ellos mismos y se vendieran como «solución» mágica para descongestionar las venas saturadas del mercado. Era de esperarse que inventaran las maneras de convencerse, y de convencer a sus jefes, con dispositivos de «medición» para hacer pasar por inobjetables sus «éxitos» de ventas y, de paso, también convertirlos en mercancía. Inventaron que el rating es una forma confiable de medir la audiencia y, por lo tanto, el «éxito» de sus municiones ideológicas mediatizadas. Lo exhiben con orgullo, les sirve para discriminar, humillar o denostar todo aquello que, a su parecer, o al parecer de sus jefes, no genere rating. Y pretenden, así, dar por terminada toda discusión. La dictadura del rating.

Pero el asunto del rating como caballo de Troya del «éxito» (y viceversa) no es un asunto menor en el campo de batalla ideológica que es extensión de la guerra económica declarada contra los trabajadores. Con todo lo manipulado, a-científico, antojadizo y mentiroso que son los resultados cotidianos del rating. Con todo lo que tiene de «cuentas de vidrio» para hipnotizar empresarios incautos o anunciantes veleidosos, en el corazón del dispositivo ideológico del rating está la moraleja de que el «éxito» puede modelarse, y debe modelarse, al antojo de las urgencias mercantiles de un sistema económico que se ahoga en su propio modo de producción y en su modo de imponer relaciones de producción.

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