ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Como la épica grande inspira al arte bueno, Rosa La Bayamesa motivó la creación monumental del escultor Alberto Lescay, emplazada en Bayamo. Foto: Alberto Lescay

Guerrera con nombre de flor, sometida desde sus primeros pasos firmes al rigor del trabajo en los cañaverales, Rosa La Bayamesa nos llega al presente hecha historia como la negra esclava que no buscó pactar su verdadera independencia en una carta de liberación, sino en los campos insurrectos.

Hija de esclavos, Rosa María Castellanos Castellanos, como le llamaron al nacer en un barracón para negros traídos del África, no dudó en incorporarse a la Guerra Grande de 1868 contra la metrópoli española, para luego volverse indispensable en los lomeríos del Camagüey durante la Guerra Necesaria, donde sería bautizada como «Santa Rosa».

Muy delgada, pero de espíritu enérgico, aquella mambisa trascendió no solo por su desmedida bondad y abnegada labor en la cura de los heridos, sino por su disposición y osadía también en las batallas. Tanto fue así, que cuando los enfermos no necesitaban de sus cuidados, casi maternales, cubría turnos en las filas de combate cargando armas, disparando con fusiles y manejando el machete con una precisión y destreza propias de alguien de gran fortaleza física.

Allí, a pesar de las urgencias de la guerra, Rosa lograba, además, que de sus hábiles manos salieran comidas de exquisito sabor, cocimientos ­naturales de efectivos resultados y un café muy suyo, que como mismo ella decía era «café de café».

Así de sencilla era la insurrecta que en su labor como enfermera empírica creó varios hospitales de sangre en la Sierra de Najasa, y levantó después, en esa misma región camagüeyana, un modesto hospital al que, por su importancia, el General Máximo Gómez le ofreció 12 hombres de custodia, pero Rosa solo aceptó dos para no restar combatientes al Ejército Libertador.

En mayo de 1896, el propio Generalísimo, al otorgarle el grado de Capitana de Sanidad Militar del Ejército Mambí (única mujer que ostentó esa condición durante la gesta), afirmaría: «la Patria agradecida le da este reconocimiento por salvar vidas en una lucha donde se pierden tantas».

Sin una belleza física que deslumbrara, pero con una hermosura interior de difícil similitud, Rosa La Bayamesa también mereció los versos del poeta Pedro Mendoza, quien la delineara brevemente así: «Era negra la espartana, era negra y capitana, de aquella ­ingente legión que, rendida en el Zanjón, tocó nuevamente diana».

Por ello, cuando el 25 de septiembre de 1907 falleciera, pobre y despojada arbitrariamente de sus méritos combativos, el pueblo camagüeyano no permitió un funeral sin gloria a la «capitana mambisa», y en la prensa local se escribió de su deceso.

En el propio Camagüey reposan sus restos, mientras en Bayamo, desde el año 2002, se erige una figura ecuestre en homenaje a aquella guerrera con nombre de flor, quien amerita no menos que el respeto profundo, la admiración perenne y el recuento más sistemático de su heroico quehacer en la manigua.

                                                                                                                                

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Daisy T. Rivero Leon dijo:

1

25 de septiembre de 2020

02:16:24


Esa es la trayectoria que inspira a las mujeres cubanas. De acero y miel como Rosa la Bayamesa.

Olallo dijo:

2

25 de septiembre de 2020

09:04:00


Honor y Gloria a quien en vida, lo dió todo por la conquista de un país, nuevo y libre.

mariza dijo:

3

25 de septiembre de 2020

09:41:55


Gracias, por esta bella e interesante historia, la cual no es muy conocida por muchos, me gustó. Es muy interesante saber que hubo una mujer como ella que ayudó en la lucha por nuestra Patria.