Cuando tenemos la oportunidad de disfrutar de programas que nos presentan memorables conciertos, como aquel donde se le rinde homenaje a la relevante intérprete norteamericana Barbra Streisand, nos resulta evidente la magnificencia de su canto. Pero, además, somos testigos de múltiples valores añadidos que contribuyen a legitimar la naturaleza del evento hasta planos que sobrepasan cualquier análisis, por elemental que este pueda ser acerca del alcance de su vocación profesional. De eso se encarga la eficacia propagandística del star system, como para convencernos de que estamos ante un mito insuperable de la canción contemporánea. Sin embargo, durante la noche del pasado 27 de diciembre, en el acogedor Teatro Martí tuvo lugar un concierto que nos hizo ratificar, una vez más, que también en nuestro país contamos con vocalistas femeninas lo suficientemente avaladas por las excelencias de sus respectivas voces para que, con la mayor naturalidad posible, podamos colocarlas al lado de leyendas como la Streisand. En esta oportunidad, nos estamos refiriendo a la presentación de alguien que, además de la exquisita afinación y la extraordinaria musicalidad de su canto, nos subyuga con el extra que, nacido desde su corazón, es capaz de llegarnos hasta muy dentro por la calidez de esa voz.
Los cubanos reconocemos en Anabell López la cualidad de esas cantantes que, al asumir los matices imprescindibles para crecerse artísticamente, no sabemos si admirarla al mismo tiempo por la dulzura de su timbre, que por la hondura de la honestidad interpretativa o hasta por la capacidad innata para apropiarse, como pocas, de los temas de otros autores.
Precisamente, en el concierto al que hacemos referencia, escuchamos temas habituales de su repertorio que han sido muy aplaudidos por la emotiva carga de expresividad que les añade Anabell, como es el caso de Te conozco, Como una campana y Sigo aquí. Pero el clímax de la noche fue cuando interpretó, junto a su hermano Silvio Rodríguez, una pieza emblemática titulada La gota de rocío, hermosa canción que, como parte de los temas que conforman el disco Tríptico Vol. 3, de 1984, intrigó a muchos que querían conocer la dueña de esa privilegiada voz.
Por eso cuando festejamos estos 40 años de vida artística, semejante celebración encierra el enriquecedor aporte de Anabell al patrimonio cultural de la nación cubana. Además de ocuparse de su breve, pero imprescindible discografía, la elogiada cantante no ha tenido reparos en realzar la obra de numerosos artistas de prestigio, al obsequiarles el don con que ha sido bendecida. Si bien es cierto que estuvo alejada de los escenarios por ocho años que parecieron siglos, el valor de su rango artístico permanece intacto. Cual doblones de oro sumergidos en nuestros mares desde los tiempos de corsarios y piratas, al recuperarse uno de estos, basta quitarle el musgo del tiempo transcurrido para sentirnos encandilados por la brillantez del canto en Anabell López.
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josechino dijo:
1
3 de enero de 2020
01:22:33
josechino dijo:
2
3 de enero de 2020
09:54:08
Israel Araùjo dijo:
3
3 de enero de 2020
10:48:43
Galvan dijo:
4
3 de enero de 2020
11:52:56
Juan Clemente dijo:
5
3 de enero de 2020
12:47:11
Helson dijo:
6
3 de enero de 2020
21:18:45
WILFREDO JESUS BLANCO dijo:
7
4 de enero de 2020
08:47:02
Marlon dijo:
8
6 de enero de 2020
07:51:42
Mario dijo:
9
6 de enero de 2020
07:56:52
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