En estos días de fervoroso jubileo patrio, valga recrear nuestros oídos en el álbum Con olor a manigua, proyecto discográfico del Sello Colibrí que se alzara con un Premio Especial en el prestigioso evento Cubadisco de 2015. Realizado por el avezado productor Rolando Montes de Oca, aquí encontramos un conjunto de 15 piezas, algunas de las cuales se cantaron en los campamentos mambises antes del fragor de los combates. Tal es el caso de El proscripto, única canción a la que nuestro José Martí le pone texto a petición del músico irlandés Benito O'Hallorans, durante una visita del Apóstol a la tabaquería de Ivor City, Tampa, en 1891.
La exclusiva versión aparece aquí, grabada por Digna Guerra, directora del Coro Nacional de Cuba, junto al trovador Eduardo Sosa. Otro de estos verdaderos temas patrimoniales recopilados por Montes de Oca es Yo tengo una patria, de José (Pepe) Sánchez, pieza que no pudo ser escuchada durante los tiempos de la gesta independentista porque se compone en las primeras décadas de la República. No obstante, la interpretación que hacen de ella Kiki Corona y Cesar Echavarría, resume desde una perspectiva de impresionante belleza, la sencillez para expresar un profundo amor por Cuba. Y obviamente, en este sentido disco no podía faltar una emblemática canción, compuesta 17 años antes que ese cubano a quien llamamos el Padre de la Patria diera el primer grito de libertad, como inicio de nuestras guerras por la independencia de España. Por supuesto, se trata de La bayamesa, de Carlos Manuel de Céspedes, José Fornaris y Francisco Castillo, a cargo del coro Exaudi.
El autor de las notas al disco, el siempre recordado poeta y crítico Guillermo Rodríguez Rivera, nos cuenta, en el lenguaje locuaz que lo singulariza, las anécdotas en torno a esta obra precursora de la trova cubana. Según Rivera, la génesis de esta hermosa canción es una cotidiana historia de amor protagonizada por el músico bayamés Francisco Castillo y su esposa Luz Vázquez. Ambos se encontraban separados y es cuando Francisco acude a su amigo, el abogado Carlos Manuel de Céspedes, para que este lo ayudara a resolver la difícil situación que estaba atravesando. A su vez, Céspedes se acerca a otro amigo común, el poeta José Fornaris, y entre ambos proponen hacer una canción que sería cantada en una serenata bajo la ventana de Luz. Céspedes, activo promotor de semejante iniciativa, le pide a Fornaris que escriba los versos para la melodía que previamente había compuesto Castillo. Al darse por terminada la composición de esta significativa canción, se habla con el tenor Carlos Pérez, quien en el amanecer del 21 de marzo de 1851, se la dedica a la atribulada esposa, para de este modo ponerle fin a los conflictos de la pareja. Sin embargo, la canción ha trascendido en la historia debido al aliento poético que le permite evocar simultáneamente tanto al amor a la amada como a la patria. Para Rivera, la presencia del verso «recordando glorias pasadas», otorga la dualidad de rememorar momentos de pasión y de cariño entre los enamorados, así como el futuro gesto de amor a Bayamo, ciudad que prefirió ser devorada por las llamas antes que volver a caer en manos españolas. «Esa debió ser La bayamesa que se cantaba en la manigua, en las batallas de la guerra grande o en las de la invasión a occidente, cuando el fuego de Bayamo y las memorias de Céspedes y Figueredo flotaban sobre el campamento de los insurrectos», asevera el autor de las notas a este imprescindible disco para la cultura cubana.
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