Entre las tantas cosas que el señor Donald Trump pretende ignorar con relación a Cuba está el significado de esa frase cargada de sabiduría milenaria donde se afirma que: «el Sol no se puede tapar con un dedo». Y para colmo de males, desde su propia perspectiva, la mismísima revista Times, reconocida promotora del entorno social de la cultura estadounidense, acaba de publicar una encuesta donde ubica a nuestra capitalina Fábrica de Arte Cubano entre los cien lugares más visitados en el mundo. Obviamente, ante la intensidad del destello provocado por los que somos felices aquí, con esta noticia quedan cegados los que nada más saben buscar las manchas en el Sol mientras que los demás, incluso muchos coterráneos del señor Tump, añoran una oportunidad para celebrar con nosotros la apoteosis de la verdad en el arte.
En realidad cuesta trabajo imaginarse que hace un poco más de cinco años, en unos derruidos almacenes ubicados en la calle 26, esquina a 11, específicamente, muy cerca del puente de hierro que cruza el río Almendares, en el Vedado, se iba a alzar una instalación cultural que hace honor al nombre con que fue bautizada. Quizá lo que más llama la atención de quienes la visitan, un promedio que oscila habitualmente entre las 600 y mil personas, es que los mecanismos que garantizan el disfrute de las distintas propuestas que se ofrecen en la Fábrica, no están concebidos, ni por asomo, para vaciar los bolsillos del visitante.
En todo caso, si alguien sale enriquecido de esta incursión por las insospechadas maravillas desplegadas en sus diferentes naves, es uno mismo. Qué otra cosa se puede decir, cuando después de pagar el módico costo establecido para la entrada a centros similares, tienes toda la libertad para decidir quedarte en un concierto del trovador Frank Delgado, que escuchar a una delegación boliviana de música de cámara o dirigirte al concierto de jazz del bajista Rafael Paseiro, trayecto en el que uno está llamado a admirar las muestras de excelentes exposiciones fotográficas de jóvenes artistas suizos, al igual que de pintura contemporánea o pasar un rato agradable con la puesta en escena de una obra del Teatro de la Luna o ver una escogida película de estreno. Cuánta satisfacción sentimos en medio de ese continuo ir y venir de personas en el interior de la Fábrica, cuando junto a los circunspectos británicos y a los divertidos brasileños, distinguimos a nuestros jóvenes regocijados por ser testigos de la autenticidad de un arte liberado de las manipulaciones que impone la arista más banal y comercial del mercado.
Y eso, señor Trump, sus conciudadanos lo saben. Quieren venir a constatar por ellos mismos el origen natural de tanta luminosidad, que se desprende de esta nación, la que ha colocado a la Fábrica de Arte Cubano en un sitial de preferencia a nivel mundial de acuerdo con la revista Times. Entonces también, con todo derecho, se harán esta pregunta acerca de usted, cuestionamiento que ya hizo nuestro Apóstol José Martí en su tiempo: «¿Por qué es tan bello el Sol, si cabe bajo él tanta maldad?».
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