ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
El Comandante en Jefe en la inauguración de la XI Feria Internacional del Libro. Foto: Ahmed Velázquez

Transcurre la 28 Feria del Libro, que desde hace años tiene por sede La Cabaña, y se caracteriza por el ascenso festivo de multitudes todos los días, especialmente los sábados y domingos, cuando la alegría infantil toma por asalto la fortaleza centenaria, con sus padres u otros familiares.

Los quioscos con múltiples ofertas dan la bienvenida a los asistentes. Después aparecen las publicaciones variadas y las de no pocas editoras, que durante un año o más se han afanado por llevar la obra de autores cubanos que desde sus propias localidades han tenido la oportunidad de mostrar su talento e imaginación, lo cual era imposible soñar siquiera antes del triunfo de la Revolución, hace 60 años.

Entonces, incluso genios como don Fernando Ortiz, cuanto más, podían ver su obra impresa mediante el sistema de abonados, o pagándosela él mismo. Cuesta trabajo creer que Alejo Carpentier costeara, con la colaboración de amigos, El reino de este mundo, felizmente impreso en México por primera vez. Pero, por supuesto no era el único caso. Lo raro era que una editorial lo asumiera a riesgo.

El año 1959 fue el comienzo del jubileo imparable de las publicaciones cubanas. Fidel, aún con el polvo de la tierra serrana en sus botas, ideó e hizo realidad la Imprenta Nacional de Cuba. Las imprentas de los periódicos, cuyos dueños huyeron de Cuba, se convirtieron en editoriales literarias y docentes. Ocurría y ocurrió lo irrepetible en América y en el mundo. Dos denominaciones son históricas: la Imprenta Nacional de Cuba, y muy pronto la Editorial Nacional de Cuba, que dirigiera personalmente, como representante del Estado revolucionario, Alejo Carpentier.

Le seguiría en orden de aparición con propósitos y labor cada vez más amplia: el Instituto Cubano del Libro, que entre sus difíciles tareas tuvo la de reimprimir libros de ciencia, sobre todo de Medicina, para la enseñanza gratuita de los universitarios, prácticamente imposible de adquirir en el exterior dado su elevado costo. El rompimiento de relaciones por parte de Estados Unidos, además de encarecerlo, lo hacía imposible. El bloqueo no excluyó al libro.

Hoy el Instituto es reservorio de todas aquellas experiencias extraordinarias. En la curiosidad y asombro del inicio de la Revolución en la impresión de libros, se lleva las palmas el hecho de que por primera vez se publica en una pequeña isla de habla española, en 1960, la edición de un millón de ejemplares con el texto íntegro de la obra cumbre de nuestras letras El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra.

Ningún homenaje más grande ha recibido una obra literaria. Más aún si se tiene en cuenta que los ejemplares: cuatro tomos en papel gaceta, con ilustraciones, fueron vendidos al público lector a 20 centavos. Y décadas más tarde, en el año 2000, el Instituto Cubano del Libro imprimió una edición facsimilar, igualmente por un módico precio.

Que tengamos noticias, ni la Academia de la Lengua Española, ni el Instituto Cervantes de España, han reparado aún, en su máxima expresión, en este hecho cimero que bien merece un Premio Cervantes por sí mismo, al menos.

Pero, sin apartarnos de la 28 Feria Internacional del Libro, dedicada este año a Argelia, que ha traído una valiosa muestra de sus letras y cultura general, es indispensable, aunque reiterativo, consignar cómo han crecido en calidad editoriales provinciales, o territoriales, del oriente al occidente del país, creadas a instancias de Fidel en momentos muy difíciles del periodo especial.

Sin embargo, duele –por ejemplo– que de alguna manera en el ámbito de esta fiesta de la cultura haya menguado algo tan importante como la tradicional convergencia entre escritores y entre estos y los lectores.

La multitud y diversidad de ofertas comerciales, sin restarle la importancia que puedan tener, diluye el objetivo principal. Como fiesta del libro –sin el cual la cultura no es tal–, la afluencia de público es más que válida, imprescindible, siempre y cuando el objetivo principal sea ese: el libro y la lectura, como dicen los slogans, así como la comunicación con lectores y escritores, además de la mencionada, entre escritores. Por fortuna, es en las áreas infantiles donde convergen mayormente.

Verdadera suerte que haya diversidad de temas, disciplinas, modalidades, incluyendo del mundo digital, teniendo en cuenta nuestras precariedades económicas. Verdaderamente positivo e imprescindible, con independencia de los gustos. O que instituciones cimeras como Casa de las Américas o la Uneac mantengan el batón, sobre todo fuera del recinto ferial de La Cabaña.

Como colofón de este apunte: Se clama por la ¡reivindicación! de las librerías y el librero, establecimiento y figura cultural que deben tener vida activa y robusta el año entero, aunque se vacíen los almacenes de libros «viejos», o reviva El Canelo, especializado en libros «viejos». Al fin y al cabo, París, Madrid o Buenos Aires, países líderes en la promoción del libro (desde el punto de vista comercial, desde luego), son casi templos en la proyección de esos tipos de libros de segunda mano o de reimpresiones en sus grandes ferias. En honor a la verdad, Arte y Literatura se empeña en las reimpresiones de clásicos de la literatura o cuasi clásicos, pero hay que adivinarlos muchas veces en la Feria.

Las librerías son el camino natural, directo e insoslayable para llegar al maravilloso espectáculo de la Feria Internacional del Libro de La Habana. Un ejemplo del trabajo que invita, en este sentido, es sin duda la librería Fayad Jamís, de la editorial Arte y Literatura, en la calle Obispo, a la que acude a diario un público ávido y diverso: cubano y extranjero y el persistente espacio de Fernando que así, a secas, llaman a Fernando Rodríguez Sosa, el promotor de la lectura en esa área viva, y en su espacio de promoción en Matanzas.

La Fayad Jamís es un modelo de librería que no se limita al texto, incluye en su momento las Artes Plásticas y otras modalidades de la cultura, sin atiborrar su espacio de otros temas ajenos al fundamental: El libro y la lectura.

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