
Mientras el Festival Internacional de Cine Latinoamericano calienta motores para celebrar el próximo diciembre sus 40 años, se impone una interrogante relacionada con las nuevas tecnologías que, paso a paso, y a nivel internacional, le han ido restando espectadores a las salas cinematográficas bajo el concepto de que lo importante es ver, visualizar, «consumir» en cualquier soporte.
Nuestro Festival no ha escapado de los hábitos de los nuevos tiempos y se aprecia en las últimas ediciones un descenso de espectadores, sin perder de vista que se cuenta con menos salas y, al contrario de otras veces, el evento se circunscribe a la capital del país, ya con los pocos cines que quedan en los barrios fuera del certamen.
Si algo hay que agradecerle al Festival es la formación de un espectador que se identificó con el cine del continente y que, año tras año, fue creciendo a la par de la calidad demostrada por una cinematografía que hoy compite por igual en festivales internacionales de renombre, aunque hay que dejar claro que los buenos filmes no necesitan del dictamen de un jurado para demostrar su valía.
Ese tipo de espectador, arrollador y cazador de películas (incluyendo las excelentes muestras internacionales), se mantiene durante los Festivales, pero 40 años no pasan por gusto y caras asiduas ya no resplandecen en las salas antes de apagarse las luces.
Si es cierto que nuevas generaciones pasan a ocupar las butacas que quedan vacías, no faltan los que, ganados por la idea de que la pantalla grande no se necesita y lo importante es ver –lo mismo en una computadora, que en el casquillo de una pluma–, prefieren perderse una posibilidad –la pantalla grande– que aun con deficiencias técnicas mantiene un encanto irremplazable.
Pero hay algo más que se vincula al consumo indiscriminado preponderante en nuestros días: la capacidad de
determinar en el gigantismo audiovisual cargado por una memoria lo que vale más sobre lo que vale menos, un «menos» en cuanto a calidades que es lo que más abunda en lo que se distribuye (sin negar el potencial de mantenerse informado que el soporte proporciona).
Pero en marea revuelta, y sin un faro, el gusto se contamina y la película más ramplona, poscolonialista y llena de fórmulas puede hacer creer –en un entorno casi claustrofóbico y sin referentes– que se está viendo lo mejor.
En tal sentido, el Festival ha sido una escuela de tasaciones artísticas y no faltan los que en sus pantallas recibieron el impulso indispensable para lanzarse al ruedo con un nivel de evaluación indispensable, en una hora cultural dominada internacionalmente por la estandarización del cine convertido en mercancía.
Son solo algunas ideas al calor de un 40 Festival que se nos avecina y que después de sus diez días de banquete cinematográfico nos dejará pensando (de nuevo) acerca del gusto, las audiencias y las promociones que, en nuestro entorno, se necesitan concretar.
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Boris dijo:
1
25 de octubre de 2018
12:31:04
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