Algunos años atrás, sobre todo en la década de los 90 e inicios del 2000, hubiera entregado mi reino por poder disfrutar en la televisión cubana de un programa como Músicas del Mundo, que me permitiera estar en contacto con las canciones y los videos de los artistas que escuchaba en un vieja walkman y un equipo de música que me regalaron mis padres (con el sacrificio que tal lance siempre implica para la mayoría de los cubanos) tras pasar los dos años de servicio militar y otro de la Orden 18 con el objetivo de alcanzar una carrera en la Universidad.
Desde que descubrí este programa en el Canal Habana, dirigido por Guille Vilar, trato de organizar la agenda para no perdérmelo, porque me ha permitido volver a actualizarme de esa música alejada del mainstream, y te muestra una parte del mundo que apenas se conoce, y a artistas que abren sus puertas a la percepción de la vida y el arte a través de canciones que van desde el folk, el rock con raíces balcánicas, la música africana, el rap, en resumen, toda una escena que se reserva para los que entienden la música como una búsqueda incesante y tienen el suficiente bagaje y sobre todo interés para ver más allá de los contextos sonoros más conocidos y profundizar en la creación artística que no responde a la simpleza de los discursos únicos.
Cada vez que veo los viernes a las 8:30 p.m. las músicas del mundo en el Canal Habana pienso hasta qué punto este programa podría aportar a la expansión de nuevos horizontes sonoros entre una franja significativa de jóvenes, si contara con la suficiente promoción, estuviera más jerarquizado en la parrilla televisiva y pudiera ser visto por todos en un canal nacional y en uno de sus horarios estelares. Especialmente en tiempos donde es muy importante promover la diversidad musical del mundo y las mejores obras de artistas cubanos y de todo el orbe.
Entonces, si nos asomamos a esa línea de pensamiento, por qué un programa de esta categoría no se coloca en un espacio estelar para que todos puedan conocer otros géneros y otros rumbos de la creación sonora. Que lo vean, sobre todo los adolescentes y jóvenes, y después decidan si les interesa o no, pero que tengan la oportunidad de discernir, valorar por sí mismos y hacerse sus propios juicios de valor. Lo digo porque ahora recuerdo que durante los años de Secundaria Básica escuchaba todas las canciones de discoteca que circulaban por el barrio hasta que un día, en los tiempos del preuniversitario, vino Adrián Achucarro, un viejo amigo que conservo hasta hoy, y me entregó el Nevermind, de Nirvana, y el Monedas al aire, de Carlos Varela, junto al libro Ratas en las paredes, de Howard P. Lovecraft, y me cambió la vida, o para decirlo con las palabras justas: me «voló» la cabeza. Tenía apenas unos 17 años.
Recuerdo esto porque siempre he pensado, como asegura David Byrne en su imperdible libro Cómo funciona la música, que el contexto tiene mucha influencia en la creación del gusto estético y las preferencias musicales, y si no le damos la oportunidad a cualquier muchacho de expandir sus conocimientos, tiene muchas posibilidades de quedar atrapado en la camisa de fuerza de un entorno social encapsulado en ritmos de moda que, eso sí, responden a los cambios de época, pero también a la escasa promoción de otras corrientes sonoras. En cualquier caso, regreso a mis 17 y me pregunto: ¿qué pasaría si a uno de estos muchachos, como a mí hace ya dos décadas, le ponen una nueva música en las manos y después se da cuenta de que esas canciones siempre han estado ahí, a la espera, para cambiarle definitivamente la vida y demostrarle que hay un mundo muy diverso por descubrir?
Y ahí están también las Músicas del Mundo del Canal Habana, un programa que muchos, como yo, agradecerían tenga un alcance nacional.










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Teresa dijo:
1
25 de abril de 2018
10:13:01
Luly Puig dijo:
2
26 de abril de 2018
11:53:01
María Elena Bayón dijo:
3
26 de abril de 2018
19:10:51
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