ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Acierto indiscutible del Ministerio de Cultura promover la publicación de la obra Del arte en Cuba, un título modesto para una obra indispensable que presenta, sin presunción didáctica, sino en clara y crítica prosa, las alabanzas a un periodo de un cuarto de siglo: 27 años de formación estética en las Artes Plásticas: el trampolín de la colonia a la república, a la modernidad. La exploración tan rigurosa de la doctora Llilian Llanes, viuda de Regino Boti, está plasmada en solo 300 páginas, incluyendo nombres, referencias, bibliografía e índice precisos.

La propia Llilian comienza diciendo que este libro –editado por Letras Cubanas– forma parte de un estudio que realizó sobre la evolución del arte cubano entre 1900 y 1927 para el Instituto Valenciano de Arte Moderno, primero, y luego para el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). Ella misma, en su búsqueda, quedaba sorprendida de los hallazgos que la invadían en viejas páginas de periódicos, El Fígaro, entre otros, y alabanzas incluso fuera de Cuba sobre la proyección artística del arte moderno en la Isla, después de la guerra y las intervenciones norteamericanas.

La autora no omite el «anquilosamiento», el retraso y demás de los contenidos y métodos de la enseñanza colonial, amén del analfabetismo de la población. Tampoco, que el gobierno interventor emite una disposición sobre la reforma de la enseñanza en 1899 y ahí está, junto a Mr. Alexys Frye, encargado de hacerla valer, el filósofo cubano Enrique José Varona.

La cultura artística, desafortunadamente, no tenía la prioridad, pero por el camino de la educación se transitó hacia el arte propiamente dicho. Todo empezó -lo leeremos en esta obra- con la atención a la arquitectura que incluía asignaturas específicamente artísticas, los concursos y exposiciones. Le seguiría la Escuela de Artes y Oficios, en el programa aludido. Luego se incluiría el dibujo como asignatura en las escuelas, empezando por la Normal para Maestros. Ya en 1911 se abría al público una exposición de dibujo con obras de alumnos de escuelas públicas.

Se crearía San Alejandro, y en Santiago de Cuba, una Escuela de Bellas Artes. La escuela mantuvo su protagonismo, todavía en 1915, con el pintor José Joaquín Tejada.

La autora nos tiene inmersos en la obra de Leopoldo Romañach o en la escultura de Cristóbal Colón, de Miguel Melero. Impecable su escritura y gráficos excelentes de Valderrama, para de inmediato entrar en los diseños de páginas de revistas o ilustraciones de Rodríguez Morey para el periódico El Fígaro, entre otros.

Cada página es un relato, técnicas, inspiraciones y toda clase de categorías y estilos. Sobre la exposición de trabajo de los alumnos de la academia de San Alejandro en el curso escolar 1907-1908, además de la descripción hay hasta revelaciones comparativas, y se ve que las Artes Plásticas y la Pintura en especial que se realiza en la Isla de Cuba, en esas dos primeras décadas, aparecen en la prensa con datos comparativos de obras expuestas en el extranjero, con «enjuiciamientos certeros» para nuestro arte.

Sus estudios sobre el arte funerario tienen su espacio bien ganado en esta obra de enseñanza y regodeo de belleza. Con celeridad abarca el diseño, prosigue el retrato, se diversifica y expande imparable en la caricatura. El primer Salón de Humorista data de 1921, el segundo no se haría esperar. Obviamente tampoco Abela y Hernández de Cárdenas.

No podía faltar el rol de la mujer, y desde el principio la veremos en el proceso de la enseñanza artística partiendo de la propia ejecución de sus obras, como es el caso de Elvira Martínez de Melero en 1916, y el de Mimín Bacardí, y su busto de José Martí.

Las páginas no omiten su punto de vista, su disección descriptiva del Salón de Bellas Artes de 1923 en cuya nómina se incluyen los pintores más jóvenes, como Wifredo Lam Castillo, Amelia Peláez y María Pepa Lamarque, entre otros. También aparece el «precoz» René Portocarrero, entonces de 11 años de edad, y Herminio Portel Vilá (luego historiador) con el dibujo Rumberas, y Jorge Mañach, cuya obra no era de las más destacadas, pero en el acto de inauguración impartió una conferencia magistral, preludio de su futuro quehacer.

¿Del arte en Cuba, libro de texto?: No. Regodeo de nuestra temprana cultura modernista.

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