
Cary Gall (1941-2008) solo publicó dos poemarios en vida y con un prolongado hito entre una y otra entrega. De modo que la presentación de Voz y luz de poesía, por Ediciones Cubanas, este sábado 13, a las 2:30 p.m., en el Salón de los Embajadores, en el hotel Tryp Habana Libre, llame la atención sobre una autora cuya existencia no debemos desconocer.
En realidad ella se llamó Caridad Gallo y habitó de principio a fin en La Habana. No perteneció a grupo literario alguno, aunque en determinados círculos fue apreciada.
Como cuando nació su primer cuaderno, La voz amanecida (1959), poemas de adolescencia reunidos para su publicación en una colección dirigida nada menos que por José Ángel Buesa, en el marco de una muy interesante iniciativa, la Organización Nacional de Bibliotecas Ambulantes y Populares.
Carilda Oliver Labra contó sobre esa experiencia: «Esta organización tenía su propia editorial, pues el objetivo era poder publicar a los poetas cubanos que, en aquella época, para tener sus libros, tenían que pagarlos. Es por eso que dentro de esa editorial crea la Colección Isla, muy buscada por el público, donde se incluyeron poemarios de Pura del Prado, Rafael Enrique Marrero, Sergio Enrique Hernández Rivera, el Indio Naborí, y donde surge mi tercer libro, Memoria de la fiebre, cuyo prólogo, sin firma, fue escrito por Buesa».
Ni la relación intelectual con Buesa ni la referencia de Carilda resultan ociosas para explicar la iniciación editorial de Cary Gall y el carácter de sus versos de juventud. Buesa privilegió voces afines –no epígonos- que se orientaran hacia una estética neorromántica a partir de una factura literaria respetable y probada coherencia estilística.
Si de Buesa, el crítico Virgilio López Lemus observó atinadamente cómo «no se ha alcanzado a ver (en su poesía) la encarnación de modos de la sensibilidad popular, del sencillo acercamiento a la cuerda más rítmica de la palabra que expresa emociones primarias», y recordó que «la identidad también se construye con tales preferencias», de
aquella cosecha inicial de la Gall podría decirse lo mismo.
Buesa sí firmó el prólogo del cuaderno de la poetisa que no había cumplido aún su segunda década de vida. Advirtió al lector de entonces –algo que debe tener en cuenta también el de hoy-: «Hay mucha adolescencia de sangre impaciente, de avidez curiosa…». Pero en su favor destacó «su propósito de arte, o sea, comenzar honestamente por el principio, sin actitudes de iconoclasta furibunda, sin teatralidades mesiánicas ni manifiestos estéticos remendones». Y apostilló: «Bien haya esa pureza, ese aire limpio que nos trae su voz amanecida».
La muchacha maduró, hizo una hermosa familia y, aunque continuó cultivando la lírica, no volvió a publicar libro hasta 1998, cuando vio la luz La huella de mi aliento. Predomina la línea neorromántica, pero el registro temático y estilístico se amplía. Es muy probable que en ello tuvieran que ver no solo las lecturas, las vivencias y el paso del tiempo, sino también los estimulantes consejos de Fayad Jamís.
Adolfo Martí, poeta de recia estirpe al que debíamos recordar mucho más, al presentar la nueva colección, subrayó la fidelidad de Cary al «tono de lírica vehemencia que le conocimos» y aseguró, con atrevimiento pero con conocimiento de causa, que los sonetos «pueden figurar en cualquier antología de esa estrofa y la sitúan a la altura de las mejores voces femeninas de la literatura cubana y de América Latina».
La justa medida del alcance de esta edición de los versos de la poetisa, que incluye también páginas no conocidas y se halla ilustrada por dibujos de Osvaldo García, la da el prologuista Ernesto Alemán al decir: «¿Qué nos toca hacer por Caridad? Reconocer su sitio. Instarla a que lo ocupe. Reconocerla. Redescubrirla».
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Joana dijo:
1
14 de mayo de 2017
15:34:43
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