Usted puede cerrar los ojos y ver puras imágenes cuando escucha la música de José María Vitier. Tanta creación ha aportado a la producción audiovisual cubana. Pero también, sin necesidad de asociar este u otro tema a una película, una serie, o simplemente a una mención promocional, su música se hace imagen por los rasgos evocadores y la sustancia poética que la recorre.
Esa realidad artística se hizo presente en el concierto que el compositor y pianista ofreció, junto a muy valiosos colaboradores, en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, a manera de pase de revista a cuatro décadas de trayectoria profesional.
No faltaron aquellas obras que el público va identificando aquí o allá como parte de su memoria: el tema del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, piezas asociadas a filmes de Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea y su primo Rapi Diego y a la serie En silencio ha tenido que ser, donde originalmente compartió faenas con su hermano, Sergio Vitier, de modo que este fue un sentido tributo al artista que hace apenas unos meses despedimos.
Compañeros de travesías a lo largo del tiempo estuvieron en escena: el guitarrista y bajista Nicolás Sirgado, el violinista Lázaro Dagoberto González y el baterista Miguelón Rodríguez, a quienes se sumaron el experimentado Jorge Reyes, y en percusiones Abel Acosta Damas (alternó el tres y el contrabajo) y Otto Santana.
En la reelaboración de los valores patrimoniales de la música cubana, Vitier ocupa un destacadísimo lugar. Basta con escuchar sus contradanzas, Fugado y son nocturno o Danzón imaginario. Pero también en la fusión experimental, como el caso de Barrock, pieza que parece haber sido hecha para mañana.
La voz de Bárbara Llanes, como un instrumento melódico más, y la sinceridad interpretativa de Amaury Pérez en el necesario Ave María por Cuba completaron una entrega apasionante que dio fe de la poética de Vitier, conjugada en tres conceptos: la Patria, la belleza, la vida.












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Juan V. Corrales. dijo:
1
24 de diciembre de 2016
09:08:03
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