Orientado a ese sector tan significativo de la sociedad como es la infancia, el teatro de títeres y para niños no debería nunca quedar relegado a un segundo plano ni ser considerado un arte menor. El arte es hijo de la libertad y como tal el arte titiritero, por su fantástica naturaleza y sus ilimitados recursos, permite todas las libertades de creación. Su expresión comunicativa puede transitar de las raíces culturales al contenido socio histórico, de la crítica al cuestionamiento, de lo lúdico a la habilidad, de la exploración a la experimentación, de la destreza al pensamiento creativo.
Más que muñeco u objeto, el títere —construido y guiado por el hombre— adquiere vida propia en el retablo. Animación y representación lo convierten en una entidad única de naturaleza no humana, cuya lógica ficción se ancla en las condiciones reales de la sociedad. Es importante, entonces, señalar que con toda esta carga simbólica la figura animada es un instrumento que reactiva constantemente la imaginación de los pequeños y hasta de espectadores con mayor amplitud de miras (algo que se podrá comprobar con la tercera Bacanal de títeres para adultos).
Especialistas y estudiosos afirman que es este arte del retablo una pieza clave en el desarrollo individual de la infancia. En su libro Los títeres y el hombre americano, el actor y director titiritero Armando Morales afirma que: «El niño siente ante el títere una condición parecida a la suya: tiene vida, lo cuidan, obedece. Ante el títere el niño está a sus anchas y lo siente muy cercano a él».
El retablo titiritero es decisivo en la formación de la personalidad del infante y le permite distinguir mejor entre la realidad y la ficción, extiende la riqueza de su vocabulario, mejora la expresión oral y la dicción, lo ayuda al juego y al rito del teatro.
Quienes se acercan a menudo al teatro de títeres y para niños en Cuba saben que el arte titiritero se ha convertido en una de las fuerzas motrices de la teatralidad de la escena de nuestros días. La muestra presentada en el Festival Nacional de Camagüey fue un buen ejemplo de ello.
Hablamos, en este caso, de un teatro que «está evolucionando hacia nuevas temáticas como la diferencia, la violencia, el racismo, la muerte, la búsqueda de la libertad, el crecimiento del héroe, que no se estaban tratando hace cinco o seis años y con una calidad que no tiene nada que envidiarle a las vanguardias universales. Al subir esos temas a escena se hace de una forma más seria y con otro tipo de lenguaje que implica una percepción mejor para esas edades», al decir de la profesora y asesora del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, Yudd Favier.
Sin embargo, considerado durante mucho tiempo el miembro más díscolo de la familia teatral —como diría el argentino Juan José Acuña— el quehacer del teatro de títeres y para niños es, por tanto, el que tiene el sendero más difícil. Su aceptación general ha estado permeada por la desestimación.
No obstante, existen festivales, talleres y jornadas como el Taller Internacional de Títeres de Matanzas, la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa y la jornada Títeres al Centro (que se desarrolla en estos momentos en Ciego de Ávila), que aúnan la creación titiritera en Cuba desde sus diversas estéticas.

Pensamiento, acción en el retablo, plazas, parques y comunidades de difícil acceso en uno u otro evento ponen en evidencia el noble carácter de este arte, que sostienen con persistencia y resistencia los titiriteros cubanos.
Y es en este punto donde se hace necesaria una parada. Si el teatro de títeres y para niños está destinado al futuro, a nuestras más nuevas generaciones y de su formación depende en gran medida el futuro de nuestro país, entonces ¿por qué muchas veces algunos eventos, programados con anterioridad, padecen de mala organización, desidia y pésima promoción? Que una jornada teatral de títeres no se realice en la capital no debería restarle importancia a un evento. Tanta trascendencia tiene una puesta o función titiritera para los niños en La Habana como para los de Baracoa.
Nuestros teatristas precisan de apoyo institucional nacional, provincial o local tanto dentro como fuera de lo que hemos llamado la capital de todos los cubanos.
Se es optimista con lo que se ama y los titiriteros hoy se han convertido en ese mejor ejemplo, aunque para el público los avatares detrás de la escena sean totalmente desconocidos.
Títeres al hombro, los he visto esperar durante seis horas una guagua prometida que nunca llegó. He convivido con ellos la incertidumbre del momento, pero he visto la tristeza en sus rostros desvanecerse por esa convicción de compromiso con el público, tan fuerte como para aventurarse a hacer un viaje por lista de espera para llegar a comunidades rurales a dar funciones gratis. Eso es un acto de resistencia, pero sobre todo de amor…
Si ellos, los titiriteros y teatristas han demostrado que el fuerte poder del arte (con recursos o sin ellos) no conoce obstáculos ni adversidades, las autoridades o instituciones encargadas de cobijarlos no deberían nunca darles de lado.
Aun cuando puedan faltar los recursos no puede fallar la sensibilidad, el trato adecuado, la atención y la consideración. Importa mucho el trabajo de estos artistas identificados con su público y el milenario arte de animar lo inanimado. El teatro de títeres y para niños, reiteramos, no es arte que deba nunca ser confinado.












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Abril dijo:
1
10 de noviembre de 2016
15:40:31
JGM Respondió:
10 de noviembre de 2016
19:42:58
eduardo dijo:
2
10 de noviembre de 2016
15:47:23
Larry Malinarich dijo:
3
11 de noviembre de 2016
08:51:55
Tamara dijo:
4
11 de noviembre de 2016
09:14:54
Yade dijo:
5
11 de noviembre de 2016
09:31:36
yo dijo:
6
18 de noviembre de 2016
09:02:38
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