
Intente quedarse todo un día sin hablar. No podrá dar los buenos días con algo más que una sonrisa, un parpadeo más rápido o con un bostezo antes de ponerse en pie. No podrá pedir el café, quejarse por las noticias o por el clima.
Tampoco llamar a sus amigos, gritarle al chofer que casi lo atropella porque andaba distraído y cruzó con la roja. No podrá dejar que le quiten la vista de encima porque entonces no podrían entenderlo, porque no le verían la expresión de tristeza, de alegría o de abandono; porque qué pasaría si necesita ayuda y tiene las manos y los pies atados y todos están de espaldas… Sí, porque también hay que pensar en los casos extremos. Todo esto, 24 horas.
Intente otro día de la semana, digamos un viernes —por si se agota o se asusta demasiado tenga el sábado y el domingo a su favor—, fingir que no escucha nada, o casi nada. Para este ejercicio tan complejo tenemos alternativas: 1) Podría grabar el sonido del mar y escucharlo con unos audífonos. 2) Desconectar el teléfono, todos los electrodomésticos, el timbre de la puerta, dejar la mascota con la vecina, taponarse los oídos y encerrarse en su cuarto… El objetivo es que no escuche nada, al menos no literalmente. Ese día no entenderá cuando le hablen, usará el close caption, lo mirará todo con más atención, como preguntándole a la gente, y hasta a las cosas, qué quieren decir, por qué están en ese sitio o agitando las manos en su cara, mirándole también con grandes ojos de «¿en serio que no me entiendes?». Veinticuatro horas, no más.
Intente luego entenderlos a ellos. Los ha visto otros días, cientos de veces, pero nunca lo había intentado. Es cierto que ha tenido la idea, pero... no hablan, no escuchan, cree que sobraría mucho de las 24 horas. Acérquese lentamente y si no le miran, llame su atención, tóqueles los hombros, salude con la mano, sonría. Preséntese con gestos, con lápiz y hoja si es necesario. Entienda que el acto de conversar puede suceder en completo mutis, que nunca sabrán cómo es su timbre de voz, pero que al vuelo sabrán cómo es usted, y nunca se equivocan.
Aprenda el lenguaje de las señas, piense que es más sencillo de lo que pensaba. Utilice sus bolígrafos y dibuje con ellos.
Ríase de usted mismo cuando le muestren sus piezas y descubra que son artistas. Sepa que ha entrado en «El mundo del silencio». Repróchese no haberlo descubierto antes. Piense que no es un mundo paralelo.
Sienta ganas de hablar, pero no lo haga. O tal vez sí, pero despacio, no quiere que pierdan detalles. Entristézcase cuando el profesor lo mande a callar, a que utilice las señas porque se trata de compartir códigos, a que suelte ese bolígrafo y tome el lápiz, porque recién comenzó y aún no domina la tinta. Pregúntese si alguna vez llegará a crear «algo» valioso. Ríndase ante esa esperanza, pero continúe dibujando.
Sorpréndase cuando note que ha acabado su tiempo. Ignore cómo pudo ser tan corto. Acepte que este ejercicio ha sido el mejor de todos. Que ahora es mejor.












COMENTAR
R GC dijo:
1
30 de septiembre de 2016
10:56:57
Alba Rosa dijo:
2
17 de octubre de 2016
16:37:46
Responder comentario