
Los espectadores que durante el pasado Festival del Nuevo Cine Latinoamericano se quedaron sin ver El Clan (Argentina, Pablo Trapero, 2015) podrán hacerlo ahora en proyecciones programadas en los cines Chaplin, Riviera y la sala uno del Multicine Infanta.
Ganadora del premio del público en el 37 Festival, El Clan se basa en un suceso que conmocionó a la sociedad argentina cuando en tiempos del gobierno democrático de Raúl Alfonsín, que sucedió a la sangrienta dictadura militar, un personaje conocido como Arquímedes Puccio combina interés económico y no poco de perversidad psicópata para crear una banda de secuestradores asesinos.
Miembros de familias pudientes (algunos viejos conocidos del malhechor) fueron llevados encapuchados a su residencia, situada en una zona urbana y con los otros miembros de la familia, incluyendo muchachas que cursaban estudios secundarios, haciéndose de la vista gorda, por lo que pudiera hablarse de complicidad casi total (aunque hasta la fecha, ellas se nieguen a reconocer la culpa).
Casos policiacos sobran en el mundo inspiradores de filmes respaldados por la siempre atractiva advertencia de “basado en hechos reales”. Una buena parte de ellos se construyen bajo los presupuestos del thriller tradicional, que cuando está bien hecho —no obstante la reiteración de fórmulas que implica el género— puede estremecer taquillas, pero muchos no escapan de la manipulación falseada de acontecimientos y personajes en función de reforzar los contenidos dramáticos.
Trapero respeta la historia al detalle a partir de la premisa de que si bien la reconstrucción de los hechos resulta interesante ellos son, en fin de cuentas, conocidos, y el verdadero reto radica en desentrañar de qué arcilla estaba hecha toda aquella gente. Arma entonces un buen thriller con su increíble argumento de crímenes y secuestros en la Argentina de los años ochenta, pero al mismo tiempo carga las tintas en la relación criminal que se establece entre el jefe del clan y su hijo mayor, joven predestinado a convertirse en un deportista alejado de trapisondas delictivas, pero que por “cumplirle” al inclasificable padre va cediendo gradualmente a sus requerimientos.
Una relación de dominio amoral que como sucede en otras intríngulis del drama, Trapero teje sin intentar decírnoslo todo, porque hay sugerencias y matices que deja al discernimiento del espectador.
Resaltan en El Clan su excelente reconstrucción de época (con materiales televisivos de aquellos días que ayudan a comprender el contexto histórico) y las actuaciones, decisivas, en especial la del joven Peter Lanzani, como el hijo que va cediendo ante el manipulador padre y, principalmente, Guillermo Francella, en su vuelta al llamado “cine serio” para interpretar al verdugo Arquímedes Puccio, un desempeño que parecería no hecho para él, pero que hace suyo con una profesionalidad ejemplar, capaz de sepultar durante las dos horas del metraje al cómico inmenso que lleva dentro.










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