ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Miguel Díaz y Juan Carlos Suárez. Foto: Cortesía del grupo

Hay canciones que se te meten en el cuerpo como un demonio y se convierten en una de las obsesiones que te acompañan durante una larga franja de tiempo. Estoy se­guro que a ustedes le ha pasado, que han escuchado un tema que les ha salvado el día escarbando enloquecidamente entre las pis­tas de un disco y la canción, por alguna extraña razón, les provocó un remolino en la cabeza y los obligó a volver sobre ella casi demencialmente como si estuvieran bajo los conjuros de una maldición gitana. Eso me sucede a mí en estos días con el álbum Ágora y, sobre todo, con el tema que da título al debut discográfico de Polaroid.

Cada vez que la coloco en el reproductor y Juan Carlos Suárez y Miguel Díaz repi­ten esos versos que aseguran que hay un mun­do siempre afuera, falso y despintado, don­de la belleza no encontró su manto, siento una rara sensación que se mueve entre la lejanía con el mundo, como si me hallara completamente solo en un cuarto y con la puerta cerrada, la tristeza y unas ganas enormes de barrer con lo que juega en contra de que todos sin distinción veamos la luz, un sentimiento, quizá de rebeldía, que todavía a muchos nos persigue desde la adolescencia y se resiste a morir.

Es el mismo sentimiento que se acrecienta cuando oímos una can­ción que nos re­cuerda en la premura de un instante todo lo que fui­mos hasta que hicimos concesiones para salir a flote, lo que nos pro­voca una du­ra contradicción con la imagen que nos devuelve el espejo de nosotros mismos.

El disco Ágora, producido por Enrique Carballea, puede ser mu­chas cosas a la vez. Es, por ejemplo, un documento muy sutil y con un alto vuelo poético que resume la postura de los integrantes del gru­po ante la creación entendida no solo a nivel musical; sus búsquedas para lograr un sello dis­tin­­­ti­vo dentro de un amplio y a veces confuso panorama sonoro, y el largo recorrido que realizaron para darle cuerpo a cada me­­lodía, a cada arreglo, para que tributara a un discurso sonoro que cala hondo si lo es­cuchamos, eso sí, con mu­cha atención. El resultado de todo ese trabajo realizado durante años en silencio alcanzó una nota destacada. El debut de la agrupación es una obra pulida, con textos redondos en los que cobra sentido tanto lo que se dice como lo que se calla, así como las ideas que se dejan traslucir entre las melodías y los excelentes arreglos.

El disco también nos recuerda varias épocas que se resisten a morir. Nos recuerda la escena cubana de los 90, olvidada en la comodidad de los medios y desconocida por las nuevas generaciones, y que sin em­bargo, late con fuerza en el fondo como inspiración para grupos como Tesis de Menta o los propios Polaroids.

Extendiendo la mirada un poco más le­jos, el fonograma nos compensa la nostalgia por no llegar a tiempo para vivir la revolución hippie de los 60, con letras y reposados textos llenos de espiritualidad que nos obligan a preguntarnos qué fuera del mundo hoy si los tiempos de paz y amor ( y todo lo demás que ya conocen) hubieran triunfado sobre las sombras y las personas vivieran un presente apacible, sin temor a que el mundo les caiga encima nada más salir de casa o se en­cuentren a veces tan solos como un santo en medio de la iglesia.

En ciertos pasajes de Ágora se percibe un evocador aire de lejanía, esa que buscan los mochileros ebrios de juventud cuando se marchan a explorar nuevos rumbos y a convertir  la vida en un descubrimiento, que, a fin de cuentas, es lo que realmente importa. En otros momentos sus canciones nos desbordan de alegría porque nos demuestran que la felicidad radica en las personas y los objetos que nos acompañan como talismanes: los padres, los amigos que aún permanecen, un buen libro o una canción que nos vuele la cabeza.

Todos los temas del disco están escritos para escucharlos en espacios íntimos, para que hagamos una parada en cada canción y nos adentremos en ellas con mucho detenimiento. Hay álbumes que son para recorrerlos de un tirón, pero Ágora es uno de esos fonogramas en los que debemos estar atentos hasta del silencio. Su empuje se de­be en notable medida al acople de las vo­ces en­tre Juan Carlos Suárez y Miguel Díaz, dos voces que redoblan su efecto por el excelente acom­pañamiento de los instrumentistas que los secundan: los gui­tarristas Ramsés Arencibia y Emilio Martini y la ce­llista Ca­rolina Ro­drí­guez.

Ya hablamos de Ágora, el tema que da título al disco y nos adelanta las construcciones poéticas que llegarán luego entre las ín­timas melodías de las guitarras acústicas. Aro de fuego, Libro y Qué fue del poeta son otros temas muy introspectivos que se consagran dentro de la canción de autor y nos hacen pensar que la banda, por la indagación incesante en la poesía, resulta una rara es­pecie en la vida moderna. En estos temas los músicos se hacen preguntas sobre ellos mismos, el mundo que los rodea, el amor, la soledad y las relaciones entre los seres hu­manos.

San cantor resulta otra de las cumbres de este disco, con una so­noridad bastante singular y única en el contexto de la música cubana contemporánea. La canción, que reconocen como un homenaje a Santiago Feliú, está serpenteada por hermosos acordes y melodías que la convierten en una de las imprescindibles del fonograma. Por otro lado, pudiéramos entender la letra no solo como un tributo a San­ti, sino a todos los hé­roes de la trova cubana, esos que ocupan un lugar de honor en estas polaroids de Cuba, del mundo y de la canción de autor conge­ladas para siempre en este disco de unos jóvenes mú­sicos que tienen mucho que decir.

Por mi parte aún escucho en la cabeza las voces de Juan Car­los y de Miguel recordándome que sienten el misterio del eco del ai­re en mis manos, cántico sagrado del que mu­rió, mientras exhortan a que vuelva a la ho­guera quien respire la leyenda que fraguaron magos.

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