Indudablemente interpretar los dos conciertos para piano y orquesta del compositor húngaro Franz Liszt en una misma jornada implica un enorme riesgo para cualquier intérprete, pero el ruso Alexandre Moutouzkine salió airoso de la prueba en la inauguración del IV Encuentro de Jóvenes Pianistas, en el teatro Martí, de la capital cubana.
Al dejar instalada la actual edición de uno de los más importantes convites musicales que transcurren en La Habana, su principal animador, el profesor cubano Salomón Gadles Mikowsky valoró el compromiso de la Oficina del Historiador de la Ciudad y Eusebio Leal con el evento; el apoyo de las instituciones culturales, particularmente el de la Orquesta Sinfónica Nacional y el Lyceum Mozartiano, agradeció la generosidad de los jóvenes pianistas extranjeros, muchos de ellos formados por él, al entregar solidariamente su arte al pueblo cubano; y evocó la figura de su maestro César Pérez Sentenat (1896–1973) en el aniversario 120 de su natalicio.
Liszt (1811–1886) compuso pensando en sus propias potencialidades como pianista. Entre sus contemporáneos abundaron los testimonios acerca del virtuosismo del músico. Consciente de su habilidad técnica, el propio Liszt llegó, sin embargo, a definir qué entendía por esta: “El virtuosismo solo existe para permitir al artista el reproducir todo lo que puede llegar a ser expresable en el arte. En ese momento es indispensable y no será nunca suficientemente cultivado”. También resalta el sentido autocrítico respecto a su cosecha como compositor: Hacia la medianía de su trayectoria escribió:
“En mi vida de artista hay tres carpetas: En la primera están las obras de mi juventud de famoso, la he cerrado para siempre y he tirado la llave al mar.
En la segunda se encuentran algunas obras a las que he perdonado debido a su buena intención. La tercera contendrá mi auténtica obra, y en unos pocos años, se sabrá, eso espero, lo que quiero poner en ella”.
De 1848 en adelante sus composiciones maduran. A esa etapa pertenecen sus dos conciertos para piano: el primero, en Mi bemol mayor, terminado en 1849 y estrenado por él mismo en 1855 bajo la dirección de Héctor Berlioz; y el segundo, en La mayor, definitivamente concluido en 1861.
Moutouzkine invirtió el orden de la presentación, que contó con el respaldo de la Sinfónica Nacional, conducida por Enrique Pérez Mesa, posiblemente en consideración a la popularidad de la partitura en Mi bemol mayor, mucho mejor posicionada para cerrar la entrega. Al comenzar por el segundo concierto, el intérprete, con conocimiento de causa, incursionó por la complejidad de un discurso pianístico que lleva hasta sus máximas consecuencias la idea de la transformación temática tan cara a Liszt, y que exige de las secciones instrumentales una respuesta adecuada para cada uno de los episodios concatenados en la estructura de la pieza. Pienso que en tal sentido el entendimiento del solista pudo estar mucho más ajustado. Su ejecución de esta misma obra el año pasado con la Sinfónica de Greenwich fue destacada por la crítica.
El Concierto no. 1 elevó la temperatura del auditorio. Moutouzkine transitó con intención y categoría por las diversas estancias de una partitura que de manera sucesiva alterna pasajes dramáticos y líricos, luminosos y bravíos, con una orquesta plenamente identificada con la propuesta artística del pianista.
Para corresponder al entusiasmo del público, Moutouzkine regaló fuera de programa la hermosa transcripción de una gavota de Bach en versión de Rachmaninov, y dio la nota pintoresca con la cubanísima Pan con timba, de Aldo López Gavilán.












COMENTAR
Responder comentario