
A Natalio Hernández, mucho antes de leer sus poemas, lo conocí por la música. Una de las voces más entrañables de la canción mexicana de este tiempo, Lila Downs, grabó en el 2000 el disco Árbol de la vida, en el cual alternó textos en español con otros dichos en náhuatl y mixteco. De los náhuatl, una tonada, con aires de letanía, cantó allí, Icnocuicatl, nombre asociado en esa lengua al tránsito hacia la muerte; “Mañana cuando parta / yo no quiero que usted esté triste. / Para este lugar voy a volver” (…). Mujer, / al mirar hacia el sol / sonríe con felicidad. / Existiré. / Existiré junto a nuestro padre. / Una buena luz voy a enviar para ti…”
El autor de estos versos reivindica para sí un apellido que define su sentido de pertenencia: Xocoyotzín. En él se expresa la resistencia y esperanza de la cultura náhuatl.
Poeta, maestro, pensador y activista, Natalio Hernández Xocoyotzín (Ixhuatlan de Madero, 1947) viajó a Cuba para integrar el jurado del Premio Casa de las Américas 2016 que evalúa los estudios sobre las culturas originarias del continente. Cuando en ocasión de conmemorarse en 1992 el medio milenio del encontronazo entre Europa y América, la institución cubana de vocación continental convocó por primera vez a un premio sobre literatura de los pueblos originarios, Natalio también estuvo en el jurado.
Revelador resulta el testimonio de su aprendizaje: “Yo crecí en ese mundo donde los pájaros nos despertaban en la mañana, en donde la naturaleza tenía una relación muy fuerte con la vida de la comunidad. Por ejemplo, durante los temporales a veces llovía ocho o 15 días seguidos y los niños queríamos salir a jugar pero no podíamos y, cuando se asomaba un poco el sol, nuestros padres nos daban las cenizas del fogón para que pintáramos un sol en el patio, se fuera la lluvia y el sol nos alumbrara”.
La lengua es una fortaleza conquistada y custodiada a toda prueba. Tuvo que desafiar en la escuela los castigos que maestros racistas imponían a los niños de su comunidad por sostener conversaciones en náhuatl. Desde entonces se propuso ser él mismo un maestro diferente y consecuente con sus valores. Así lo encontramos en Zacapoaxtla, en medio de la sierra poblana, en un aula donde se comenzaba a impartir la enseñanza bilingüe en 1965, misión que no era vista con buenos ojos por ciertas mentalidades racistas.
Natalio creció y luchó. Fundó y presidió la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas, funge como profesor del Programa México Nación Multicultural de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y fue reconocido como miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua.
Fue miembro de la Iniciativa Indígena por la Paz en Chiapas, creada por Rigoberta Menchú, Premio Nobel de la Paz, en 1994 y como funcionario público se ha desempeñado como subdirector de la Dirección General de Educación Indígena de la Secretaria de Educación y subdirector del Programa Nacional de Lenguas y Literatura Indígenas del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
En su obra, Natalio ha hecho valiosos aportes a la comprensión de la realidad cultural en la que opera, tales son los casos de los ensayos: La palabra, el camino: Memoria y destino de los pueblos indígenas; El despertar de nuestras lenguas y De la exclusión al diálogo intercultural con los pueblos indígenas.
Pero, sobre todo, es poeta. Desde Xochicoscatl / Collar de Flores hasta Semanca huitzilin / Colibrí de la armonía, los versos de Natalio se levantan para cantar al hombre y la tierra: “A veces pienso que los indios / esperamos a un hombre / que todo lo pueda, / que todo lo sepa, / que ayude a resolver / todos nuestros problemas. / Pero ese hombre que todo lo puede / que todo lo sabe, / nunca llegará: / porque vive en nosotros, / se encuentra en nosotros, / camina con nosotros”.












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