Sin pretender ser epígono del dúo D’ Accord (Vicente Monterrey y Marita Rodríguez), una de las formaciones de mayor calado de nuestra música de cámara, la vinculación ocasional del clarinetista Arístides Porto y la pianista Lisandra Porto, pudiera ser permanente, no tanto por lógicas razones fraternales sino por la empatía musical en el desempeño de estos artistas guantanameros, tal como demostraron en el recital protagonizado por ambos este último fin de semana en la sala Ignacio Cervantes, del Prado habanero.
Entre quienes se hallaban presentes en este acontecimiento que mereció mayor promoción, estuvo el maestro Juan Piñera, reconocido por su agudeza conceptual y ponderado ejercicio crítico. Al comentar la entrega del dúo concedió una alta puntuación a la interpretación de la Primera rapsodia para clarinete y piano, de Claude Debussy y apostó por la posibilidad de que Lisandra y Arístides desarrollaran una labor sistemática de conjunto, para lo cual sería menester un respaldo institucional que le permita a ella no enajenarse de su labor profesional en Guantánamo y a él cumplir con sus compromisos en la Sinfónica Nacional, el Centro Nacional de Música de Concierto, y el Instituto Superior de Arte.
Más allá del repertorio compartido, el recital en la Cervantes fue pensado para que Lisandra derribara las realidades y los mitos del fatalismo geográfico —vive y trabaja en una provincia alejada del principal foco cultural de la isla, donde la música de concierto, sin embargo, gana espacios significativos y lealtades gracias a la vitalidad de la enseñanza artística, el apoyo de las autoridades y, sobre todo, de la Uneac— y desplegara los argumentos que sustentan su jerarquía entre los talentos jóvenes del piano en el país.
Liszt (Estudio no. 2 en La menor) y Albéniz (Triana, de la suite Iberia) fueron estaciones de lo que podríamos llamar work in progress, es decir, resultados parciales de una promisoria comprensión de las partituras. El temperamento de la pianista se ajusta a la demanda estilística de ambas partituras.
Pero, sin lugar a dudas, Lisandra Porto consiguió el relieve mayúsculo de la jornada al ejecutar el ciclo completo de las danzas de Félix Guerrero (1917–2001), obras que en opinión de Piñera todo pianista cubano que se respete tendría que incorporar a su repertorio.
Ni queriéndose parecer a Lecuona ni a Cervantes, aunque a partir de ese legado, Félix escribió una serie de diez danzas pletóricas de ingenio y sutilezas, sensibles e inteligentes, con guiños al impresionismo y al neorromanticismo; unas más apegadas a la tradición (Añoranza, La simple, Tu presencia); otras francamente innovadoras (Interrumpida, Cajita de rumba, Machacando). Notables pianistas cubanos como Huberal Herrera, Alicia Perea y Jorge Luis Prats le han dado el valor que merecen a estas obras. Ahora Lisandra Porto ha entendido su naturaleza al punto que sería deseable que alguna de nuestras casas discográficas registrara sus interpretaciones para bien de la cultura cubana.












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