ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Lo mejor que le pudo pasar a la Orquesta Sin­fónica del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso fue contar en el podio con el director japonés Yoshi­kazu Fuku­mura, el último fin de semana, en la sala Co­va­rrubias.

Este organismo instrumental, cu­ya función principal consiste en acompañar las funciones del Ballet Nacional de Cuba y servir de soporte a las representaciones del Teatro Lírico Nacional, está en condiciones de desarrollar, con mayor frecuencia, programas autónomos que consoliden su jerarquía y le permita una proyección mayor en la vida musical capitalina una vez reabra sus puertas el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.

De ahí la importancia del encuentro con Fuku­mura en un concierto coauspiciado por el Ministerio de Cultura y la Embajada de Japón en Cuba. El director nipón, admirado por el público cubano desde los años noventa por sus frecuentes presentaciones en la Isla, posee, además de una cultura musical largamente sedimentada, cualidades de liderazgo como para conseguir una plena identificación con los ejecutantes y de estos con el auditorio.

Dos obras mayores ocuparon el programa: la Octava sinfonía (1812), de Ludwig van Bee­tho­ven; y la Octava sinfonía (1889), del checo Antonin Dvorak.Ambas, de modo elocuente, ilustran el desarrollo del sinfonismo europeo del siglo XIX y el perfil artístico de estos compositores, aún cuando de Beethoven sean más famosas otras partituras (Tercera, Quinta, Sexta, Sép­tima y obviamente la monumental No­vena) y de Dvorak se escuche más la Novena o Del Nuevo Mundo.

En la obra de Beethoven, la Sinfónica del GTH destacó por la coherencia con que transcurrió una interpretación que puso en primer plano la lógica estructural de la partitura, con momentos reveladores en el Allegretto scherzando y el Tem­po di minueto. Para buena parte del público, Dvorak fue un descubrimiento. La concatenación temática, la habilidad en las transiciones modales y tonales, la variedad rítmica y la impronta rapsódica del segundo movimiento le confieren a la partitura un sello novedoso en las postrimerías de la escuela romántica europea.

Seguramente Fukumura conoce el registro emblemático de Her­bert von Karajan con la Filar­mónica de Viena. Disfrutable en el desempeño del director japonés fue el equilibrio entre el toque estilístico personal y el respeto hacia las ideas estéticas del compositor.

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