
Rita Montaner es mito y realidad. Difícil de apresar en su estatura, prácticamente inasible para los jóvenes de hoy en los jirones que han quedado de su efectivo paso por el canto, el drama, el humor, dada la precariedad tecnológica de los testimonios materiales de su trayectoria artística.
Como hizo notar en su día el músico Senén Suárez, quien trabajó con ella en 1948 como parte de la orquesta de Ernesto Grenet, “la discografía de la Montaner resultó colosal y muy oportuna”; sin embargo “en ningún momento asocié la voz que escuché en discos con la de ella en persona”.
El maestro Luis Carbonell compartía el mismo criterio. Una vez me dijo: “Ese Manisero que escuchas, por suerte tiene la gracia de su estampa inimitable, pero no es la Rita que tendrías que conocer; la grabación no le hace justicia. Las películas en las que trabajó se oyen muy mal”.
De todos modos vale la pena aproximarse a lo que debió ser su poderoso y singular canto. En la monumental serie Las voces del siglo, la Egrem consagró un álbum a Rita, que incluye desde Canto indio y Allá en el batey, de Lecuona, hasta el Quirino con su tré, de Emilio Grenet con los versos de Guillén, y Salvaje, de Armando Oréfiche.
Al rastrear la historia de los registros de la Montaner, Sigfredo Ariel llegó a la conclusión de que “no existen, o al menos, no se conocen, grabaciones de obras que en su momento fueron consideradas trabajos extaordinarios de la cantante; por ejemplo, los varios lieder de Lecuona que ella estrenó, entre ellos Funeral o las canciones con textos de Juana de Ibarbourou.
Sin embargo, muchos coinciden en que encarna simbólicamente el origen y destino de una identidad. A fin de cuentas, como ha observado la doctora Graziella Pogolotti, la memoria no es la historia en su caos objetivo, sino tal como la vivimos, como nos ha sido transmitida por la tradición. Nadie ponga en duda, por tanto, el fundamento de la jerarquía de Rita en la proyección de un modo de sentir la cubanía que nos ha llevado a ser lo que somos.
En el trazo de esa memoria indeleble pesan los juicios de sus contemporáneos, de manera muy especial los de Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig, Alicia Alonso, Bola de Nieve, Gilberto Valdés, Enrique González Mántici, Eduardo Robreño, Loló de la Torriente y el propio Luis Carbonell.
Debe prestarse atención, al menos, a tres biografías que la retratan. El musicógrafo Ezequiel Rodríguez y su colega, el inquieto Alberto Muguercia, auténtico relámpago en sus días de promotor musical en la Biblioteca Nacional José Martí, entregaron una oportuna semblanza de la artista a Letras Cubanas en 1984. A los jóvenes, mediante la Casa Editora Abril, el pinareño Aldo Martínez Malo dedicó Rita, la Única. Además, su pasión, semejante al afiebrado fervor que le profesa a la diva el maestro Hugo Oslé, lo animó a atesorar una valiosa colección personal de partituras, documentos y ropaje escénico de Rita, hoy preservados por el Centro de Documentación e Información de la Música Argeliers León, en Pinar del Río. Texto imprescindible resulta Rita Montaner, testimonio de una época, de Ramón Fajardo, Premio Casa de las Américas 1997. Puede consultarse también la detallada cronología artística publicada por el Museo Nacional de la Música en 1988, elaborada por José Piñeiro.
Los canales de difusión de la producción audiovisual cubana —no solo la televisión o el cine, sino los que propician las nuevas tecnologías de la información— harían bien en colocar en un primer plano los documentales Rita (1980), de Oscar Valdés; y Con todo mi amor, Rita (2000), de Rebeca Chávez.
Pero si se quiere una visión poética de la artista, hay que volver a las breves e intensas páginas de Claves por Rita Montaner, de Miguel Barnet, disponibles en la más reciente edición de su libro Nuevos autógrafos cubanos (Letras Cubanas, 2015). Miguel recrea la vida de Rita, la impronta cultural de Guanabacoa, el crecimiento espiritual de la cantante, su medular mestizaje, sus pasiones. La dimensión mítica cierra el ensayo: Rita sopla un caracol rosado / La canción nacional canta, vuela / Rita, colérica, golpea el paño de la noche / con una mano de fuego / Rita construye un mapa de jicoteas / La canción nacional canta, vuela / Rita sacude su rebelión contra el tedio, / contra la nada / Rita empuja una carreta de frutas hacia el cielo inmortal. / Se cubre de velámenes y sale a afinar su flauta de madera / sobre la raza viva de su pueblo.












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yamila dijo:
1
24 de agosto de 2015
15:55:10
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