“Yo me siento realizada en cada uno de mis alumnos, más cuando ellos, que son muchos, no solo cumplen con el arte, sino también con la Patria”.
Hace apenas un año le escuché esa afirmación a Alicia Perea. Cumplía 80 y en el Museo Nacional de la Música, más que de su vida pasada, habló de un renovado compromiso con el crecimiento espiritual de la nación.
La Patria, la familia y la música fueron valores que sustentaron la trayectoria de una mujer que deja una huella imborrable en la cultura cubana, tal como expresó al despedir su duelo el intelectual y diplomático Ricardo Alarcón de Quesada.
Este jueves a la sede del Instituto Cubano de la Música, donde en horas de la tarde tuvieron lugar sus honras fúnebres, acudieron a despedirla colegas y discípulos, conmovidos por tan inesperado suceso. Allí estaban, entre sus familiares, amigos y admiradores, el general de cuerpo de Ejército Álvaro López Miera, viceministro primero de las FAR; Julián González, ministro de Cultura; Abel Prieto, asesor del Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros; y Miguel Barnet, presidente de la Uneac.
Alicia acababa de compartir la alegría de haber recibido la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez otorgada por el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Por estos días se le vio activa en las jornadas del Festival Nacional de Música de Cámara y ansiaba repasar partituras de autores cubanos que no debían ser olvidadas por los jóvenes pianistas.
Ese empeño multiplicador de vocaciones, que se hizo visible a lo largo de un prolongado ejercicio pedagógico comenzado aun antes de participar en la fundación de la Escuela Nacional de Arte en 1962, valió el apelativo que siempre le acompañó: Maestra.
Para instrumentistas y cantantes, directores corales y sinfónicos, alumnos directos o indirectos, veteranos y jóvenes, al margen de la forzada división entre “cultos” y “populares”, Alicia fue, y seguirá siendo, la Maestra. Como también para quienes formaron equipo bajo su liderazgo en la ENA y el Instituto Cubano de la Música.
Pero si el magisterio constituyó su rasgo más sobresaliente, no lo fue menos su pasión por la ejecución pianística. Dueña de un espíritu de superación realmente ejemplar, en plena madurez decidió estudiar nivel superior nada menos que con el maestro Frank Fernández y en más de una oportunidad sometió su repertorio a los criterios de Jorge Luis Prats.
“La música no es música hasta que no suena”, solía decir en su lucha por desempolvar piezas de autores cubanos y promover, como lo hizo en los últimos tiempos desde la Casa del Alba, el pianismo de autores de otras tierras de Nuestra América.
Cuando a comienzos de la actual centuria, el sello español Factoría Autor dio a conocer su disco Obras de compositores cubanos del siglo XX, saludé el acontecimiento por tratarse del testimonio de “una pianista de fina sensibilidad y denodado compromiso con un modo de hacer que privilegia la conceptualización por encima de la espectacularidad”, y resalté cómo “la labor de la Perea cobra una dimensión insospechada por el aserto de rescatar una zona del repertorio pianístico que no suele ser iluminada con frecuencia en la vida musical cubana”.
La posterior salida de Danzas, Contradanzas, Habaneras y Danzones confirmó esa senda reveladora. Haber desempolvado contradanzas de Nicolás Muñoz Zayas, Tomás Buelta y Flores, José Luis Fernández de Coca y Enrique Guerrero, hacernos recordar los espíritus románticos de Laureano Fuentes y Cecilia Arizti, reivindicar las danzas de Jorge Anckerman y Rafael Pastor y señalar el nuevo rumbo danzonero de Carlos Fariñas y la actualidad de la habanera en José María Vitier, fue toda una hazaña emotiva e intelectual.
Idéntica proyección logró con su último fonograma, Tres compositores cubanos del siglo XX, que nos aproxima al pianismo de Gisela Hernández, Harold Gramatges y Carlos Fariñas.
A los músicos se les despide con música y así en el adiós a Alicia cantaron la Schola Cantorum Coralina y el Coro Nacional de Cuba y el piano sonó con la maestría de Frank Fernández, su profesor, quien a solicitud de Adalberto Álvarez versionó Madrecita del alma querida, de Osvaldo Farrés; y el joven Harold López Nussa.










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