Ese extraño fruto que fue Billie Holiday

Cuando Eleanora Fagan nació en un suburbio de Filadelfia el 7 de abril de 1915, tenía todas las papeletas para perder: hija de padres adolescentes, víctima de abusos sexuales, desertora escolar, temprano contacto con los estupefacientes y un estigma en la piel: era negra.

Esta condición se la recordaron siempre, aun después de irrumpir en el mundo del espectáculo y convertirse con el nombre de Billie Holiday en una de las más extraordinarias cantantes de todos los tiempos en Estados Unidos. Tanto fue así, que no valió su poder de convocatoria en el teatro Apollo, de Harlem, o en los clubes más frecuentados por los amantes del jazz en Manhattan para que le permitieran acceder por la puerta principal. Los negros debían entrar por la cocina y esperar a que los llamaran a escena. La droga y el alcohol terminaron por matar a Eleanora a los 44 años de edad en Nueva York, sola y empobrecida.

Pero la voz de Billie, o Lady Day, como también le llamaron, está para recordarnos que el jazz conmueve desde el dolor y la gloria. Que la mejor manera de cantar no depende del volumen sino de la intensidad y la emoción. Que no hace falta una gran voz sino la necesaria para decir lo que hay que decir. “Lo que sale es lo que siento. Odio las canciones en línea recta. Tengo que cambiar los tonos y ajustarlos a mi propia forma de entender la música. Esto es todo lo que sé”, escribió en la autobiografía que le dictó al periodista William Dufty.

De eso se dieron cuenta el compositor y clarinetista Benny Goodman cuando la hizo debutar en 1933 con la canción Your mother’s son in law; el saxofonista Lester Young al acompañarla en las míticas grabaciones de los años 40 con el pequeño conjunto del pianista Teddy Wilson; los críticos del semanario Esquire al votar por ella durante cuatro años consecutivos, de 1944 a 1947, como la mejor voz líder femenina; y el público que abarrotó en 1948 el Carnegie Hall para asistir a un concierto único.

Cada canción suya registrada en discos puede ser considerada una obra maestra. No por gusto la serie completa de sus grabaciones para el sello Decca mereció en 1992 el Grammy al Mejor Álbum Histórico.

Pero entre los muchísimos temas que cantó hay uno que identifica su condición: Strange  fruit (Extraña fruta). Primero fue un poema, escrito por Abel Meeropol, un profesor que militaba en el Partido comunista. El texto nació de la impresión que le causara el linchamiento de dos negros, Thomas Shipp y Abram Smith en Marion, Indiana el 7 de agosto de 1930. El poema, titulado inicialmente Bitter fruit (Fruta amarga) alcanzó cierta difusión al ser publicado en 1937 por la revista New Masses. El propio Meeropol decidió musicalizarlo y de alguna manera un empleado del neoyorquino Café Society, donde se presentaba Billie, lo escuchó y decidió compartirlo con el dueño del lugar, Barney Josephson, simpatizante de la izquierda, y el pianista Sonny White.

Lady Day comprendió de inmediato de qué se trataba y grabó la canción en julio de 1939: “De los árboles del sur / cuelga una fruta extraña. / Sangre en las hojas, y sangre en la raíz. / Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña. / Extraña fruta cuelga de los álamos./ Escena pastoral del valiente sur. / Los ojos saltones y la boca retorcida. / Aroma de las magnolias, dulce y fresco. / Y el repentino olor a carne quemada. / Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos. / Para que la lluvia la tome, / para que el viento la aspire, / para que el sol la pudra, / para que los árboles la dejen caer./ Esta es una extraña y amarga cosecha”.

El sello Columbia no quiso distribuir el registro, por miedo a perder ventas en el sur. Un sello alternativo, Commodore, se atrevió. Fue un éxito entonces y después. En el tiempo la han cantado, con Billie en la memoria, Carmen MacRae, Diana Ross, Lou Rawls, Nina Simone y Sting. Ante la violencia policial racista que pervive en Estados Unidos  por estos días, Strange fruit merece una nueva lectura.

Cada vez que la cantaba, Billie Holiday terminaba llorando.