
A lo lejos, las luces de la ciudad. Ah ¡La Habana!, parece inaccesible pero en realidad está cerquita, solo que las distancias cambian y el niño de Jaimanitas aún no lo sabe.
Al pequeño le gusta curiosear con los instrumentos del abuelo —que fue un escultor algo convencional— para entretener el ocio y, aunque su corta edad no le permite darse cuenta, el juego se convierte en el primer síntoma de su diálogo con el arte.
Pocos años después encontraría el teatro. El centro de su vida —dijo en una ocasión—.
Se examinó en Teatro Universitario con el discurso de Marco Antonio sin conocer la obra Julio César de William Shakespeare, y ya a los 16 años se hallaba encima de un escenario.
Antes de cumplir los 20 exhibía interpretaciones prometedoras en el mundo de las artes escénicas y en 1958, fundó junto a Vicente y Raquel Revuelta, lo que llegaría a convertirse en una verdadera conmoción en el panorama cultural cubano: Teatro Estudio.
Su carrera se consolidaba hasta que, en 1968, le dio un vuelco a su vida. Un salto a la utopía, señalaron algunos. Llegó a la serranía del Escambray con el arte al hombro junto a un grupo de soñadores y su madre Gilda Hernández, para intentar redescubrir y reinventar un mundo, hasta ese entonces, lleno de sombras.
Emergía así el grupo Teatro Escambray, el primer proyecto teatral nacido integralmente del trabajo tenaz, sistemático y de una fuerte militancia revolucionaria. “Fue mucho más que un grupo de teatro, fue un estilo de vida y sobre todo, un sentido de vida (…) logramos crear un micromundo donde se probaba casi todo lo que sucedía en el país, quería para el teatro esa función participativa, dinamizadora de opiniones y de realidades muy concretas y vivas que estábamos viviendo”, aseguró en una entrevista.
Para ese entonces, el hombre maduro de personalidad sosegada —en cuyo rostro sereno había una mezcla de alegría y tristeza, de júbilo y melancolía— no era solo un actor de teatro, un director, un maestro, era también fundador del cine cubano de la Revolución y el inolvidable Sergio de Memorias del subdesarrollo, obra mayor de Tomás Gutiérrez Alea.
Estudioso confeso del método de Stanislavski, por decisión artística continuó con el teatro hasta que en 1973 regresó a la gran pantalla con El hombre de Maisinicú. La gran popularidad y el reconocimiento total del pueblo le llegó, en cambio, un poco más tarde con la televisión, en la serie En silencio ha tenido que ser.
“Nunca fui actor de televisión. Ese serial tuvo mucha significación para mí. Me quedé asombrado, pues llevaba casi 30 años haciendo teatro y cine, pero nada comparable en la televisión (…) Es imposible hacer políticas culturales sin contar con la radio y la televisión”, había afirmado.
Luego dejaría a un lado su prolífera carrera (nunca más volvió a actuar) para asumir otras tareas encomendadas por la Revolución: desde jefe del Departamento de Cultura del Comité Central, vicepresidente del ICRT, hasta presidente del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), cargo que ocupó hasta su muerte, el 29 de febrero del 2008.
Sin embargo, aquel pequeño niño de Jaimanitas, de procedencia humilde, que encontró en el teatro el verdadero sentido de su existencia, se convirtió en algo mucho más grande que un actor o un funcionario. Fue (y es) un hombre símbolo del que no se debe hablar en pasado, porque sus principios y compromiso responsable con el espectador y el teatro, su rigor y el rechazo al facilismo, su ejercicio de la crítica y su más profundo sentido revolucionario lo incluyen en la privilegiada lista de los paradigmas, cuyas luces aún permanecen vivas.
Entonces, imaginemos por un momento que ese hombre, acostumbrado a las más provocativas muertes y renaceres, a quien bien pudimos nombrar Sergio, Alberto o David, todavía nos mira desde lo alto por un telescopio como quien busca el sentido más profundo y sintético de “ser o no ser”. Supongamos que todavía desanda con su teatro a cuestas por las montañas de La Macagua como director y actor que lucha contra una tendencia; que aún en su papel de funcionario se le ve caminar y saludar a todos por los pasillos del ICAP... Imaginemos todo eso y tendremos nuevamente a Sergio Corrieri, entre nosotros. Hoy, 2 de marzo, hubiera cumplido 77 años.
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LEONARDO OJEDA HERNANDEZ dijo:
1
2 de marzo de 2015
07:43:44
Milagros de la Caridad Oliva Dones dijo:
2
2 de marzo de 2015
10:41:18
Magalys Gurriel Diaz dijo:
3
2 de marzo de 2015
11:58:57
hamna dijo:
4
2 de marzo de 2015
13:08:50
jose miguel garofalo dijo:
5
2 de marzo de 2015
13:18:08
rosalina dijo:
6
2 de marzo de 2015
15:46:21
Maura dijo:
7
2 de marzo de 2015
15:53:42
Nirma dijo:
8
3 de marzo de 2015
09:07:41
ginestri gianfranco dijo:
9
4 de marzo de 2015
09:13:43
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