
El maestro Fernando Alonso, una de las personalidades más relevantes del ballet de nuestro tiempo, cofundador del Ballet Nacional de Cuba y uno de los pilares en la gestación de la Escuela Cubana de Ballet, cumpliría hoy el centenario de su natalicio.
Nacido en una antigua casona de la calle Calzada, esquina a E, en la barriada de el Vedado, el 27 de diciembre de 1914, creció en el seno de una familia de gran tradición cultural, liderada por su madre, la eminente pianista Doña Laura Rayneri, quien, sin lugar a dudas, fue la artífice en el cultivo de la sensibilidad artística y cultural de sus hijos Fernando y Alberto, fruto de su matrimonio con Matías Alonso, un habanero de sólidos principios éticos.
La increíble vitalidad que mantuvo hasta la mitad de su novena decena de vida, su claridad mental y ese ímpetu inquebrantable de entregar todos los días lo mejor de sí mismo en los salones de clases y ensayos, nos hicieron pensar que Fernando siempre estaría entre nosotros, pero aquel triste domingo 28 de julio del 2013, cuando depositamos sus restos en la Necrópolis de Colón, la vida nos recordó que, efectivamente, permanecería entre nosotros más allá de la corporeidad física, en virtud de la grandiosa obra que realizó.
En 1935, luego de cursar estudios superiores en prestigiosos centros de las ciudades norteamericana de Movile, Alabama y Ashvylle, en Carolina del Norte, se inició en la danza como alumno de la escuela de Ballet de la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, bajo la guía del maestro ruso Nikolay Yavorski. Poco después, el 22 de junio de 1936, una tardía pero firme decisión lo llevaría a hacer su verdadero debut escénico, en el ballet Claro de Luna, con música de la Sonata no. 27, de Beethoven, coreografeado por su maestro, donde se uniría por vez primera a la jovencita Alicia Martínez del Hoyo, posteriormente conocida a nivel mundial como Alicia Alonso, a la cual estaría unido en vida y obra por cerca de cuatro décadas.
A partir de 1937, continuó su formación técnica y artística en los Estados Unidos con eminentes profesores, lo que le permitió enfrentar los retos del profesionalismo en entidades tan disímiles como el Ballet Mordkin, las comedias musicales de Broadway, el Ballet Caravan y el Ballet Theatre, de New York, donde alcanzó el rango de solista y se mantuvo hasta 1948, fecha en que junto a Alicia Alonso y a su hermano Alberto, se dio a la tarea histórica de fundar el hoy Ballet Nacional de Cuba, cuya dirección general asumió durante 27 años.
En 1949, durante la primera gran gira latinoamericana, al sustituir inesperadamente en Santiago de Chile, a León Fokine, maestro por entonces de la joven agrupación danzaria, nació el Fernando Alonso pedagogo.
En 1950, luego de limitar su carrera como bailarín para dedicarse básicamente al trabajo de dirección en la Compañía y la Academia de Ballet Alicia Alonso, fundada ese propio año, dio comienzo a su labor más trascendente. En la Academia, la institución encargada de formar las primeras generaciones de bailarines cubanos profesionales, iniciaría junto a Alicia un serio trabajo de investigación encaminado a lograr un método de enseñanza propio que con el paso de los años ha culminado en la Escuela Cubana de Ballet, hoy mundialmente reconocida. En el difícil periodo que media entre 1948 y 1956 Fernando Alonso supo enfrentar la apatía oficial y las incomprensiones de los gobiernos que padeció Cuba, que negaban el más elemental apoyo a empeños culturales de la magnitud del ballet cubano.
El advenimiento de la Revolución en 1959 proporcionó al maestro Alonso infinitas posibilidades de realización profesional como director general del Ballet Nacional de Cuba (1959-1975), de la Escuela Nacional de Ballet (1962-1967),del Ballet de Camagüey (1975-1992), de la Compañía Nacional de Danza de México y del Ballet de Monterrey (1992-1995). Cumplimentó también un extenso periodo de colaboración con el movimiento danzario internacional, que incluyó prestigiosas instituciones de Francia, Bélgica, Bulgaria, Canadá, República Dominicana, México, Colombia, así como festivales y concursos en Moscú, Varna, New York y Perú, entre otros.
Vigilante perpetuo de los principios técnicos, éticos y estéticos de la Escuela Cubana de Ballet, aportó su rica experiencia al ballet cubano como Asesor del Ministerio de Cultura, de la Escuela Nacional de Ballet, de la Facultad de Arte Danzario del Instituto Superior de Arte, del Centro Pro-Danza y como Presidente de Honor y miembro de los Jurados de los Concursos y Encuentros Internacionales de Academias para la Enseñanza del Ballet, efectuados en La Habana.
Por su valiosa contribución a la cultura de su país, se le confirieron numerosos doctorados y distinciones, tanto en su patria como en el extranjero, entre ellos la Orden Félix Varela, del Consejo de Estado de la República de Cuba (1981), el Premio Nacional de Danza (2000), el Premio Nacional de Enseñanza Artística (2001) y el Premio Benois de La Danza, en Moscú (2008).
Aunque a partir del 27 de enero de 1975 dejó de estar entre nosotros como Director General, nuestra cercanía no se rompió nunca gracias a un respeto y a una admiración compartida. Mis reencuentros con él durante sus años al frente del Ballet de Camagüey y en las numerosas actividades en las que volvimos a estar juntos, como los eventos pedagógicos en la Escuela Nacional de Ballet, en los Cuballets, la Facultad de Arte Danzario del Instituto Superior de Arte, y en los Encuentros Internacionales de Academias para la Enseñanza del Ballet, fueron citas propicias para esa renovación de afectos y respetos. Me correspondió el honor de pronunciar las Palabras de elogio, en 1984, por el 70 aniversario de su natalicio, en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba; y las de sus 90 en una gala organizada por la Escuela Nacional de Ballet, en el 2004, en la sala Avellaneda del teatro Nacional de Cuba.
En el 2000 tuve el honor de presidir el Jurado que le otorgó el Premio Nacional de Danza, en una emotiva gala celebrada en el teatro Mella, también en la capital del país. Fueron ocasiones en las que comprendí, más que nunca antes, la verdad de la sentencia martiana de que Honrar, honra.
En cada encuentro acostumbraba saludarlo con una frase que se relacionaba con su verdadero nombre. Solía decirle:” ¿Qué dice Fernando Evangelista?”. Entonces una lucecita aparecía de inmediato en sus vivaces ojos azules, como preludio a una invariable sonrisa, como una aceptación de la verdad de su vida. Ahora, en día tan especial, comprendo que más que como un pedagogo tenemos el deber de recordarlo como uno de aquellos bíblicos, que tuvieron como misión no dejar morir la verdad del Evangelio al que dedicaron sus vidas.
* Historiador del Ballet Nacional de Cuba
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otilio gonzalez dijo:
1
28 de diciembre de 2014
08:00:52
Lola dijo:
2
28 de diciembre de 2014
08:56:57
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