ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

En la interminable estela de opiniones o, más específicamente, definiciones sobre el cuento como género literario, boga una de Jack London que le exige ser “certero, con vida y movimiento y aguijón, crujiente y quebradizo, interesante”. Ese veredicto data de más de un siglo pero su autor es tan clásico que incluso contradecirlo requiere responsabilidad. Intenté­mos­lo con la ayuda de un libro de poco más de cien páginas, publicado en 2013 por la editorial Letras Cubanas. Se trata de Rosso Lombardo, con el que Atilio Caballero obtuvo el prestigioso Premio Alejo Carpentier.

De una primera ojeada, el cuaderno llama la atención por sus múltiples escenarios. Estas historias tienen de fondo a Cuba, Italia, España, Rusia, la bien pulida Estocolmo, pero producen una sensación chocante: demandan desconfianza. Es decir, desde el lenguaje concentrado —y no crujiente—, hasta ese tono analítico que elude con brío cualquier sensación de sopor, apuntan a la ironía y la nostalgia.

No es que sea un libro nostálgico; más bien atesora una experiencia y sabe ponerla en juego. Sus diversos contextos pueden, de hecho, aludir al viaje en dos sentidos, no el de ida y vuelta, sino el viaje físico, tangible, y el viaje como transformación. Pero sin pedantería. Por referencias precisas conocemos lo que fueron los personajes de estos cuentos tiempo atrás, y su presente nos importará solo si sabemos relacionarlos debidamente con aquellos años. Movi­miento hay en Rosso Lombardo, y no poco: el previsto y el que irrumpe gracias a su influencia en nosotros, en tanto lectores a su altura. Al colocar a sus personajes en espacios que incluso resultan opuestos, Atilio Caballero consigue una atmósfera energizada que actúa como fermento para algunas preguntas. Una de ellas tendría que ver con eso que solemos llamar identidad, que es, dicho con petulancia, aquello de nosotros que no quisiéramos y tal vez no podamos evitar.

Por otra parte,  no son personajes detenidos a pensar en lo que han dejado atrás. Piensan, claro, pero como sobre la marcha, porque Atilio Caballero sabe narrar. Balancea sus atmósferas con buen ojo, y coloca entre cuentos que prueban con el tono ensayístico alguna pieza de puro argumento, como diría el doctor Mariano Baquero Goyanes, hilarante en su extraña probabilidad. Es el caso de Del crepúsculo al amanecer, que disloca mediante el humor ciertos estereotipos. No pienso que sea el mejor cuento de esta colección. Lo anoto con el fin de destacar esos contrapesos que en ocasiones necesita un libro para su acabado, para producir la ilusión —a veces el espejismo— de que allí dentro no sobra nada.

Rosso Lombardo es como una orquesta de cámara en una tarde en que todos sus integrantes gozan de un excelente estado de ánimo.

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