ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Alfaro fue la expresión más viva de las aspiraciones populares en esa etapa de formación de la nacionalidad ecuatoriana. / Foto: Jorge Luis González

Durante mucho tiempo nos hicieron creer que Ecuador sería para siempre una "república bananera". De su riqueza y de sus grandes próceres se hablaba poco o nada.

A Eloy Alfaro, a quien se le llamó el Viejo Luchador, pues jamás se doblegó, cualesquiera fueran las circunstancias, le precedió el indio Francisco Javier Eugenio de Santacruz Espejo, un ser excepcional. Médico, abogado, escritor, periodista, fue uno de los precursores de la independencia americana, que concibió en forma radical, mediante la insurrección simultánea de la colonia y la formación de un gobierno republicano en el siglo XVIII. Es difícil imaginar cómo no fue asesinado.

Inspirado en él, el 10 de agosto de 1809, un grupo de patriotas ecuatorianos, encabezados por Juan Pío Montufar, lanzaron el Grito de Independencia de Quito, abriendo una senda de soberanía en Latinoamérica, esa que Martí después llamó Nuestra América.

Las razones de Eloy Alfaro

En el siglo XIX Alejandro de Humbolt dijo del Ecuador, al establecer el contraste entre la pobreza del pueblo y las enormes riquezas naturales que ese país es "un mendigo sentado sobre un saco de oro". Y luego el saco de oro se lo reparten las oligarquías conservadoras y liberales en disputa, y el imperialismo, o a la inversa.

Surgió el grupo rebelde de Eloy Alfaro con su ejército de campesinos, indios y los llamados montunos; artesanos, obreros y jóvenes radicales.

La etapa heroica y popular que tantas esperanzas despertaba en el Ecuador, entre campesinos y gente ilustrada, terminaría en 1912 con la masacre de Eloy Alfaro —la estrella— y sus tenientes en lo que es conocida como la "hoguera bárbara" encendida en Quito por las referidas fuerzas de la reacción. Los gobiernos que vivieron inmediatamente después o el llamado proceso autocrático, entre 1912-1925, significaron la oscuridad.

Eloy Alfaro fue la expresión más cabal de las aspiraciones populares en la etapa de formación de la nacionalidad ecuatoriana. "Su personalidad —según los biógrafos del prócer—, reunía las mejores virtudes de nuestro mestizaje: valor, inconformidad e intrepidez. Resurgía de sus reveses, sus enemigos lo llamaban El General de la Derrota, pero con sus nuevos ímpetus regresaba para nuevas empresas por la libertad, en una larga epopeya. Alfaro fue, sin dudas, la más cabal expresión de unidad del pueblo en sus aspiraciones, reunía además las mejores virtudes. Unía a su calidad humana un raro magnetismo personal.

Es calificado como la estampa del héroe popular, que nace de la multitud y vuelve a ella, y para ella.

El joven Alfaro

Eloy Alfaro tenía 22 años de edad cuando dirigió la revuelta contra García Moreno. En un panfleto había escrito: "García Moreno dividió al pueblo ecuatoriano en tres partes iguales: la una la dedicó a la muerte, la otra al destierro, la última a la servidumbre".

Desembarcó en las costas de Esmeralda tres veces en tres años; liberó pueblos del litoral y le proclamaron Jefe Supremo. Los restauradores del régimen opresor desconocieron el triunfo de Alfaro, sin embargo en 1894, estalló de nuevo la insurrección.

Cuántos hechos heroicos de nuestros próceres de América parecen fantasía. Eloy Alfaro, con fuerzas inferiores, ante el inminente fracaso prendió fuego a su barco y arremetió de nuevo contra el enemigo. Su cuerpo oculto en un barril había sido arrojado por las olas a una playa cercana. Escapó por la selva, pero muchos de sus compañeros cayeron víctimas del terror desatado por el gobierno, según cuenta el historiador Patricio Cuevas.

Con algo más de cuarenta años de edad y veinte de lucha imparable, Eloy Alfaro era ya una figura de leyenda. En 1895 el pueblo de Guayaquil asaltó los cuarteles y lo proclamó Jefe Supremo de la República y General en Jefe del Ejército. Entonces, la reacción lo llamó el anticristo.

Volvió al combate. Trepó la cordillera; frente al nevado del Chimborazo, dio la batalla y venció. Entró triunfante en Quito. Sus reformas fueron extraordinarias. Pero la estructura feudal había quedado casi intacta. Tenía frente a él una convención de elementos hostiles y en un segundo mandato tuvo que dimitir. Estalló la guerra civil. Fue hecho prisionero y dentro de una celda sicarios amaestrados le dieron muerte. Pero ninguna fuerza criminal ha podido borrar su ejemplo. Lo que hoy es Ecuador mereció su sacrificio.

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