ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA

Ninguna ocasión mejor, ahora en la CELAC, para recordar la obra artística en la cual Guayasamín introdujo a las tres Manuelas del Ecuador, adelantadas a su tiempo.

Manuela Sáenz, Manuelita, la libertadora del Libertador. / Foto: Internet

Manuela León en representación de la mujer incorporada a la lucha de la emancipación frente al poder colonial, en temprana época, al gestarse la revolución de agosto de 1810.

Manuela Cañizares, patriota independentista en cuya casa se reunieron la noche del 9 de agosto de 1809 los hombres que integrarían la Junta Soberana de la Revolución del 10 de agosto de aquel mismo año. Y la Libertadora del Libertador; la más bella quiteña; la amante inmortal; "amable loca", como cariñosamente la llamó Bolívar una vez; Manuelita Sáenz o simplemente Manuela, como ella firmaba sus cartas y sus proclamas a favor de Bolívar, porque en aquella época de insondable ignorancia para la mujer en la sociedad colonial, Manuelita leía a Plutarco, escribía bien, bordaba como pocas artesanas. Sus artes las aprendió en un convento donde realizó casi toda su educación.

Manuelita es un personaje sin semejanza en la historia de la Patria Americana; una mujer que en los albores del siglo XIX vestía uniforme de húsar, ostentaba el grado de Capitán del Ejército Libertador de Simón Bolívar, acompañó al Libertador en sus campañas como un soldado más, y participó en decisiones políticas, aunque su vocación en el Estado fue siempre la de salvaguardar la vida del Presidente-Libertador de la Gran Colombia. Por si fuesen pocos sus méritos, Manuela combatió con el grado de Capitán en la batalla de Ayacucho.

Había sido una mujer muy rica, pero murió en su destierro en Paita en la más espantosa miseria, igual que el Libertador en San Francisco Alejandrino, 26 años antes de que ella pereciera al desatarse en Paita, Perú, una epidemia de difteria.

En la convocatoria al Premio Internacional Simón Bolívar, auspiciado por la UNESCO y el gobierno de Venezuela, se relacionan importantes fragmentos referentes a la mujer:

"Bolívar no reconoce el valor de la mujer con declaraciones teóricas: él reconoce su valor amándola, pero al amarla no sólo la hace partícipe de su intimidad, sino que le da oportunidad de luchar por la independencia. Tal es el caso, por ejemplo, de la ecuatoriana Manuela Sáenz, quien deja todo por seguir a Bolívar, pero una vez a su lado controla, orienta, supervigila la lucha por la libertad".

No hay duda que ocurrió así. Sin embargo, es justo recordar que la ecuatoriana Manuela Sáenz ya ostentaba la Orden de Caballeresa del Sol —el más alto título otorgado por el General San Martín—, como reconocimiento a los servicios prestados por Manuelita a la causa de la libertad. El mismo San Martín había prendido el sol de oro y piedras preciosas en el pecho de Manuela, joven quiteña de poco más de 20 años, cuando el prócer sudamericano llegó a Lima donde vivía Manuelita como la señora del doctor Jaime Thorne, un médico inglés con quien su padre la había desposado —ella era hija natural de un acaudalado español y una dama quiteña—, a la usanza de la sociedad simuladora de virtudes pudorosas.

Pero Manuela, quien amaba todas las formas de la libertad, deshizo en una noche aquel vínculo formal para entregarse en alma y vida al hombre que acababa de conocer: Simón Bolívar.

En Quito, el día de la entrada triunfal del Libertador, ella le lanzó una corona de laurel desde el balcón donde se encontraban las criollas patrióticas; la corona fue a dar al rostro de Bolívar, quien un tanto airado volvió la vista a los balcones y descubrió a Manuelita. Esa misma noche la identificó en el baile de la victoria. Desde entonces se amaron: "Hasta padecer el dolor de la soledad, de las ingratitudes y de la persecución, sobre todo después de la muerte de Bolívar", ha escrito uno de los más documentados biógrafos de Manuela Sáenz, el ecuatoriano Alfonso Rumazo González, autor de la obra Manuela, La Libertadora del Libertador.

Manuela Sáenz había salvado a Bolívar de perecer en varios atentados. Quizá cuando el Libertador de América estuvo más cerca de la muerte a manos de sus enemigos políticos fue la noche del 25 de septiembre de 1828, conocida como "la noche trágica". Habría sido asesinado de no haberlo despertado Manuelita, de un profundo sueño, cuando los finos oídos de la quiteña escucharon los ladridos de los perros del Libertador y un ruido extraño en la casa. Simón Bolívar se levantó sorprendido al llamado insistente de Manuelita, tomó su sable y su pistola y fue a abrir la puerta para hacerle frente al peligro, pero ella lo hizo saltar por la ventana y sólo abrió la puerta cuando comprobó que se había alejado de la residencia. Los complotados la humillaron y maltrataron, pero no le importó, Bolívar se había salvado. Cuando él regresó a la quinta, le dijo a Manuela, delante de sus ayudantes: "¡Tú eres la Libertadora del Libertador!". Ningún título más alto que ese.

Dos años más tarde, el 8 de mayo de 1830, se habrían de despedir para siempre, sin saberlo. Él abandonaba Bogotá, pensando en una última oportunidad para salvar su obra, pero muy abatido por la enfermedad que lo consumía y los juicios nefastos contra su persona. La Gran Colombia se despedazaba. Ella seguiría al cuidado de los documentos confidenciales del Libertador y sobre todo vigilante de sus adversarios. Pensaban reencontrarse, quizá en Quito que tanto les agradaba a los dos. Pero siete meses después el Libertador había muerto.

Comenzaba el calvario de la bella quiteña, Manuela Sáenz, hasta su muerte en Paita.

La historia de esta extraordinaria mujer que Guayasamín llevó al mural, colocándola entre los grandes del Ecuador ha sido exaltada con justeza, pero también a lo largo de más de un siglo ha sido vilipendiada, negada o reducida en su rango histórico. De Manuela Sáenz se han escrito numerosas páginas destacándose las de sus biógrafos Rumazo y Víctor Von Hagen:

Sobre su amor por Bolívar escribió un día la propia Manuelita Sáenz:

"Yo amé al Libertador; muerto lo venero. Pueden disponer alevosamente de mi existencia, menos hacerme retroceder una línea en el respeto, amistad y gratitud al general Bolívar."

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