Jiguaní, Granma.–El camino se me quedó grabado como una imagen en sepia que el tiempo no logra borrar. El puente, descolorido y cubierto de lodo, parecía extraerle el verdor a las hojas, chupando la vida misma. A ambos lados del río Contramaestre, la tierra abraza árboles mustios, apagados, sin brillo en el follaje ni esplendor en las copas.
Bajando del puente, en un montículo de fango, Edisney Martínez Quesada –habitante de Dos Ríos desde hace más de 30 años– llena sus lecheras y cuantos envases encuentra con el agua turbia que dejó el huracán. Nos cuenta, con una calma que desconcierta, que esa agua lodosa es la que han bebido siempre, porque por aquí el agua potable es un sueño lejano. «Hasta ahora no nos ha pasado nada», dice, aunque le insistimos en que al menos la hierva. La leña ahora sobra, pero la costumbre es más fuerte.
Mientras amarra sus recipientes, habla de los destrozos que dejó Melissa: «En el Cauto, el agua llegó al cuello. Fue algo monstruoso. Casas desbaratadas, la mía perdió tres canalones… Allá por La Jatía y La Yaya, los dos ríos se juntaron, el Contramaestre y el Cauto, y barrieron con todo. Un campesino perdió vacas, ovejos, caballos… los ríos lo peinaron todo. Ese hombre está al borde. Muchos se quedaron solo con la ropa puesta, sin casas, sin la cosecha de arroz. Esto fue una guerra».
Sobre el puente, el paso se vuelve una batalla contra lo intransitable. Una rastra procedente de La Habana transporta en su esqueleto metálico las torres que se montarán en Dos Ríos, pequeña localidad perteneciente al municipio de Jiguaní –que se encuentra a 22 kilómetros de este y a 57 de Bayamo–, para restablecer la línea de 220 kV, cuando la tierra lo permita, y devolverle la corriente a toda Granma.
Javier Baró, alto y fornido, revisa los amarres con manos seguras. Poco después, aquella mole de hierro se pone en movimiento.
En la explanada del Monumento de Dos Ríos reposan piezas claves para restablecer la línea: conductores, aislantes, herrajes… todo lo necesario para conectar a Granma al Sistema Eléctrico Nacional (SEN).
Algunos de los linieros refieren que la carreta del almuerzo no ha pasado, así que decidimos emprender el camino hasta las torres caídas, pese al sol del mediodía aplastando los campos y el calor abrumando los caminos.

LO QUE QUEDÓ
En cámara lenta, el paisaje desnuda su tristeza. Daisy Antúnez Barrero, residente de Dos Ríos, nos intercepta con su relato: «El viento se llevó todo. A mi vecina le arrancó el techo, a otros les tiró la casa al suelo. A mí me voló la cocina, derribó un caballete y abrió las paredes, dejándolo todo expuesto a los cuatro vientos». Su voz es un hilo que une todas las pérdidas. «Mi hermana tiene el farallón detrás de su casa, y a Dominga, una anciana, el agua le tiró las paredes. Ahora duermen en la cocina, tirados en un colchón. El daño ha sido enorme».
Seguimos caminando, buscando la casa de Daisy, cuando una gacela –así le decimos al auto que pasa– nos ofrece un aventón que no podemos renunciar. El joven que va atrás viene a ver a su familia, también afectada por el ciclón. Llegamos a pie a la vaquería, luego de sacar de un atasco el vehículo. El camino está hecho un barrial, las huellas de otros vehículos marcadas como cicatrices dificultan el acceso.
Allí nos alcanza Daikel Torres Guerra, jefe de la Vaquería Número 6. Su relato es un eco de lo que ya hemos escuchado, pero con el peso de quien lo vivió en carne propia: «Perdí dos reses, a una le cayó un árbol. El viento se llevó el techo de mi casa y tumbó una pared. Lo mismo pasó con las demás viviendas. Ahora estamos inventando con lo que ha quedado para seguir viviendo aquí».
Daikel vivió el ciclón en primera línea, refugiado con dos de sus obreros. Su casa, como tantas otras, quedó herida: refrigerador dañado, colchones mojados, paredes abiertas y otra desplomada como un pedazo de papel que volteó el aire. La electricidad aún no regresa, y con ella, la duda de qué más habrá quedado inservible.
PERSEVERANCIA
Le preguntamos a Daikel por el camino hacia las torres caídas. «Sigan las huellas de los carros», nos dice, y proseguimos a pie, con la esperanza de que la tarde no nos alcance vacíos de testimonios y fotos.
No sé cuánto tiempo caminamos. Llega un momento en que todos (Frank, Héctor, Ángel y yo) avanzamos por inercia, arrastrando las botas, bebiendo agua que ya era un caldo y matando mosquitos con cada paso. Pasamos charcos y pantanos. Siete kilómetros a pie y nada de las torres caídas.
Los chicos aseguran oír carros a lo lejos. En ocasiones el camino se bifurca y toca adivinar, por la profundidad de las huellas, cuál es el correcto. Temía perdernos, que la tierra nos engullera en su laberinto.
Poco a poco, el ruido se hizo tangible, cercano. Y, al fin, entre la maleza y el barro, apareció una de las torres, derribada como un gigante herido.
MANOS A LA OBRA
La grúa devora a dentelladas el terreno; en tanto, algunos linieros miden con estacas las distancias. La maleza es alta. La torre reposa y, cerca de ella, hay algunos cables de alta tensión que alertan, no debemos tocar.
Con más de 30 años de experiencia, el ingeniero eléctrico Guillermo Peña Guerra, especialista a en sistemas de transmisión en Mayabeque, lidera la compleja reconstrucción de la línea de 220 kV Cueto-Bayamo.
La misión es urgente: «Bayamo actualmente no tiene línea de transmisión. Como una solución temporal, montaremos seis torres emergentes. Estas estructuras, que se anclan a la superficie y se sujetan con tensores, buscan la misma altura de la línea original para evitar accidentes y permitir calentar un circuito a 220 kV para la ciudad de Bayamo», explica.
La brigada, compuesta por especialistas de Santiago de Cuba, Holguín, Camagüey, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus, Matanzas y Pinar del Río, se encuentra enfocada en allanar el terreno para esta instalación. «Las estructuras se pueden montar fácilmente en un día; el problema es el acceso al lugar», aclara el ingeniero.
Tras la instalación de las nuevas torres de doble circuito, se procederá al desmontaje de las provisionales. El ensamblaje de las estructuras definitivas se realizará mediante el método tradicional: se armarán en el suelo y se colocarán mediante un izaje vertical.
Raydel Díaz Vega, jefe de Operaciones y director de la Empresa de Construcción de la Industria Eléctrica en Sancti Spíritus, identificó el acceso al lugar como la ruta crítica del proyecto. Explicó que el avance de los trabajos depende de que el Ministerio de la Construcción cree un vial, y se mostró optimista: «Si el Micons nos adelanta el acceso, tenemos la pelea ganada. Con el camino despejado, el equipo podría llegar a montar las seis torres en un solo día. La estrategia es que cada brigada, dirigida por los ingenieros, levante una torre».
Este proyecto es crucial para la provincia de Granma, ya que permitirá incrementar la capacidad de suministro energético y extender el servicio a sus 13 municipios. No obstante, el equipo enfrenta adversas condiciones logísticas y ambientales.
A pesar de estos desafíos, los linieros se levantan a las cinco de la mañana, incluso sin contar con electricidad o agua, y despliegan un esfuerzo incansable. Para ilustrar las dificultades, el día de nuestra visita recibieron su almuerzo pasadas las cuatro y media de la tarde. En medio de este contexto, el equipo mantiene intacta su determinación para resolver la crítica situación eléctrica.
La entrega de los linieros de la Empresa de Construcción de la Industria Eléctrica está forjada a fuego por el sacrificio y la resiliencia. Cada torre que se alza contra el cielo es más que un triunfo de la ingeniería; es un silencioso monumento a la tenacidad de estos hombres, quienes cargan a sus espaldas hierros y cables con una determinación que solo tiene un fin: que el pueblo tenga el servicio. Todo sacrificio vale para eso.



















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