Camilo es el tiempo mismo

Hay quienes tildan al tiempo de implacable. Pudiera ser. Lo real, sin embargo, es que él sabe «con quien se mete», a quien extermina, a quien incinera…

No a todo el mundo, desde luego. Hay seres humanos para cuya estatura el tiempo no tiene suficiente espacio en sus bóvedas.

Un ejemplo fue aquel niño nacido como tantos en hogar de humilde extracción social, pero un niño que defendió siempre a los más débiles frente al abuso de los de más edad, uno que estudió en escuelas públicas, que abandonó luego la Academia de San Alejandro por problemas económicos familiares y alternaba las clases con faenas de sastre.

Por su propia voluntad, se enroló en protestas contra las arbitrariedades de un régimen podrido hasta la médula y, fichado por los órganos represivos, con apenas 21 años de edad, tuvo que abandonar el país.

Aunque volvió, sus actividades revolucionarias lo obligaron a exiliarse otra vez, y fue así como terminó uniéndose a gente digna, revolucionaria de verdad. En agónica travesía regresó a su tierra a bordo de un yate concebido para un puñado de turistas, en el cual se «acomodaron» 82 expedicionarios…

Desembarcó con Fidel, integró su columna guerrillera y a su lado se mantuvo siempre, Señor de la Vanguardia, hasta el día del triunfo, hasta siempre.

Vivió cada segundo sin saber que un pueblo entero lo buscaría sin descanso tras aquel día triste, el mismo pueblo que lloró su desaparición física, que convirtió en tradición inundar con flores todos los ríos, tramos de litoral marino, lagos, embalses del archipiélago, año tras año, rumbo a la eternidad…

Entonces no hay tiempo que se le oponga, lo nuble, arrodille o incinere, porque dejó de ser él, Camilo, para convertirse en el tiempo mismo.