
CIEGO DE ÁVILA.–El padre, el ingeniero mecánico que inventó en Cuba las máquinas beneficiadoras del carbón, no dejaba de regañarlo. En vez de juguetes, el niño se las ingeniaba para descubrir y llegar hasta el lugar en el que permanecían las latas llenas de tornillos, arandelas, tuercas…, porque el padre siempre fue un recogedor de cuanto le pudiera ser útil.
«Yo, que no nunca fui un niño regado, más bien curioso, le desordenaba aquellas latas; pero me gustaba, y sentía que iba aprendiendo. Fui creciendo y, todavía muy pequeño, él me decía: «Juancito –hoy, Juan Olivares Martínez, de 32 años, ingeniero eléctrico graduado en 2016, y máster en eficiencia energética–, tráeme tal o más cual llave, busca la tuerca para este tornillo, y raras veces fallaba. Así me fui ganando la confianza del viejo, que no es tan viejo, pero sí muy exigente, como mi mamá.
«De él aprendí la perseverancia y de ella la exigencia y la educación. Hubo un momento en que fue mi maestra, y no quiero recordar, por lo recio que me llevó. Ahora se lo agradezco.
«Esa fue parte de mi vida como niño. Siempre pensé en estudiar alguna carrera que no tuviera que ver con las letras, porque las odiaba. No quería saber de ellas. Lo mío eran los números. En el duodécimo grado vino a la vocacional Ingeniería Eléctrica y dije: esta es la mía. Y aquí estoy, aprendiendo todavía, sin dejar de escuchar a los mayores, a los de experiencia.
«En la Universidad uno aprende lo básico, lo imprescindible para comenzar, pero la verdadera escuela es cuando llegas a la empresa, al lugar de trabajo. Desde mi graduación trabajo en la obe de Ciego de Ávila, primero en la Dirección Técnica, en la parte de líneas de 110 kilovoltios, y transité hasta que me dieron la posibilidad de ser el especialista principal de ese tipo de red de transmisión.
«Mi brigada, conformada por solo ocho hombres, atiende 14 líneas, que si las sumas todas, totalizan más de 220 kilómetros de redes. Nos hemos pasado un año, y más, sin interrupciones, pero cada día se nos hace más difícil darle mantenimiento, por la falta de algunos recursos.
«Yo digo que hay líneas más agradecidas que otras. Entre las de mejor comportamiento se encuentra el tramo de la subestación telecomandada de Santana hasta la bioeléctrica del central Ciro Redondo. Es la más nueva, la más fiable, con postes centrifugados. Esa no nos da dolores de cabeza. Es la que menos se dispara, igual que la de la subestación de Morón a Chambas. Entre las que más atención requieren, la más malcriada, digo yo, es la de Vicente al municipio de Primero de Enero».
La práctica diaria, el día a día le han enseñado mucho a este joven. «En el terreno aprendí de la disciplina, de la organización, de la planificación de las labores y de la calidad humana de los trabajadores eléctricos.
«He tenido muchas expediciones dentro y fuera de la provincia; la última la tuve cuando el ciclón Rafael, a principios de noviembre pasado. Nos pasamos poco más de un mes en Artemisa. Allí nos recibió gente buena, que compartió con nosotros lo poco que tenía.
«Con machetes nos ayudaron a hacer las trochas. Y nosotros llegábamos a los lugares con las escaleras al hombro. Eso requiere de esfuerzos supremos, pero es bonito, y compromete a uno a seguir siendo útil, a seguir llevando la luz donde haya oscuridad».



















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