ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La nueva comunidad que le nace a Imías, después de los estragos del ciclón Oscar. Foto: José Llamos Camejo

Imías, Guantánamo.–De unos días hacia acá, cuando la avalancha le aguijonea los recuerdos y la pesadilla le hace húmeda la mirada, la niña ríe. Es su desquite. El río le desbarató el nido familiar hace casi tres meses, pero ella ya tiene otro.

A María Carla, de 13 años, aún le cuesta creerlo. Pero está aquí, junto a su hermana y a sus padres. Sus pies caminan sobre el brillo cementado de un piso, bajo una cobija de estreno.

La casa es nueva, las paredes –mitad mampuesto, mitad madera aserrada–, visten de azul, dádiva de una brocha sensible. Buen gusto. Bello regalo. El techo de zinc luce como todo el inmueble: flamante.

Portal, sala, baño, cocina, comedor y tres habitaciones estructuran la casa, cómoda en su geometría, en el diseño y en la distribución del espacio. 

«Mire esto», María Carla invita desde el cuarto del medio, «es el mío –dice–, lo escogí antes que Marian (su hermana) o mi mamá lo eligieran para ellas. La cama voy a ponerla así (sus manos dibujan el aire), la cómoda allí, y la mesita de los libros en ese rincón». 

Casi reedita lo relatado antes por Marian en la alcoba del fondo, y lo que Marbelis, la madre, contaría después en la suya. Setenta alboradas quedaban atrás. Setenta amaneceres desde aquel espantoso 21 de octubre, cuando, de regreso al que había tenido por hogar hasta la noche anterior, Marbelis Matos Matos lo encontró en ruinas, y sintió que se le derrumbaba la vida.  

DE CARA AL DILUVIO

El mal tiempo asomó en la noche del 20 de octubre. Los relámpagos y aguaceros, dice Marbelis, «eran fuertes, pero no lo vimos distinto a los de anteriores ciclones».

Cuenta que, como casi nadie en Imías, ni su esposo ni ella presagiaban el drama, pese a residir en Los Pinos, zona baja de la cabecera municipal. Pasadas las diez de la noche el temporal arreció y la corriente subía. «Entonces decidimos encaramar las cosas y cruzar para la vivienda de enfrente, que era un poquito más alta». 

«Antes de las 11 se sintió un golpe fuerte, el agua había llegado de sopetón hasta donde estábamos, nos tapaba hasta las rodillas, tuvimos que salir por detrás, corriendo junto a las niñas, que son dos adolescentes. Empecé a sentir miedo».

En medio del relato, por momentos jadea, como si otra vez la mujer chapaleara entre la crecida y el fango, en medio de la oscuridad azarosa que trastocó en horas cada minuto de la travesía concluida en la Casa de la Cultura imiense.  

Y hasta allá trepó el río. «Levanten los pies, muchachitas, para no sufrir hipotermia», cuenta Marbelis que les reiteraba a sus hijas, el frío era insoportable, y a ella la abrumaba otra helada: «mi casa, las pertenencias, el destino de todo eso. Quise darle una vuelta, pero mi esposo se adelantó. Supo lo sucedido, tuvo miedo por mí».

DERRUMBE, ESPANTO, CONTRAAVALANCHA

Cuando la claridad llegó «no había casa», dice Marbelis. «en el fango flotaba una “tumbazón” de techo, paredes, ropas, muebles, equipos, mezclados con gajos, escombros y cepas de plátanos. Me sentí perdida».

Marian, la mayor de sus hijas, lloraba con ella, cuenta la mujer. «No llores, mami, ten fe», le decía María Carla, la más pequeña. Y sin embargo, «también lloraba escondida sin que mi mamá lo supiera», revelaría luego.

Al igual que a sus padres, también a Marian y a María Carla el desbordamiento les llevó todo: ropa, material de estudio, calzados, «no encontramos nada», dice una. «Perdimos libretas, lápices, libros», lamenta la otra.

Un desajuste emocional empezó a manifestarse en la madre, andaba triste, con el ánimo por el piso, «yo no hacía más que llorar», recuerda. Le aconsejaban buscar atención especializada, mas, no lo hizo «porque encontré solidaridad, que ha sido mi mejor sicóloga».

De Odalvis, Marilín y Alexandra, que son compañeras de trabajo, «desde el primer momento han sabido ser mis amigas en el dolor», agradece Marbelis. Y en su gratitud esboza también a Maikel, el médico, el jefe, «todo el tiempo he sentido su apoyo, su ayuda».

Iliana y Lázara, vecinas ambas, en los primeros días la acogieron en sus hogares a ella y a su familia. «los cuatro dormíamos en el piso, sobre colchones –rememora Marbelis–, fueron muy generosas, como mis compañeras, nos donaron ropas, algunos platos, cucharas, ollas, algo de comida; sabían que el río nos dejó sin nada».

«¡Tengo tanto y a tantos que agradecerles!», vuelve a recalcar la mujer, otra vez con lágrimas en los ojos, y dice nombres de autoridades que van desde la dirección del país hasta las de la provincia y el municipio. «No es cuento mío –aclara–, todos ellos han venido a nosotros, a darnos fuerza, aliento».

Pocos días después del desastre, el gobierno les entregó tres colchones (a mitad de precio y con facilidades de pago), una casa de campaña «y algunas otras cositas que nos alivian la vida».

¿SERÁ, NO SERÁ? HAY UN «RUN RUN»

Que le iban a construir casa nueva, se lo habían dicho. Pero «del dicho al hecho… me decía yo en mi dolor». Mientras, otro comentario le añadía notoriedad al asunto. «Que en El Aeropuerto levantarían no sé cuántas viviendas, que la cosa era pronto, que la madera ya la estaban cortando».

Después, unos camiones cargados de zinc y cemento, como en dirección al aeródromo rústico y en desuso, despertaron otra expectativa en Marbelis. «Oí decir que había comenzado la construcción, y me decía yo misma “que sí”, “que no”, me preguntaba “¿será, no será?” Y no fui a verla, por miedo».

A María Carla y a Marian de la Caridad, mientras tanto, en la Escuela Secundaria Urbana Desembarco por Playita, donde la primera cursa el octavo grado, y la segunda el noveno, les entregaron lápices, libretas y libros nuevos».

Hoy ponderan el apoyo total de los «profe…», y el que recibieron de Katherine y de Britza, sus amigas. Gracias a ellas «pude copiar en mi libreta las notas que había perdido», celebra María. Marian dice que ella también pudo reproducir los apuntes.

Orondo se muestra Alcibiades Osorio, constructor jubilado; trabajó hasta 14 horas diarias para levantar la de Marbelis y otras tres de las 60 viviendas que ganan forma en El Aeropuerto, empujadas por brazos de Imías, de otros seis municipios del territorio, y de la Empresa Provincial de la Construcción Guantánamo.

Marbelis ya tiene casa. Dieciocho familias más en El Aeropuerto, y cinco en predios de Baracoa, habitan nuevos hogares, apenas dos meses y medio después de que el ciclón Oscar destruyera los suyos. La aspiración es que todos los afectados puedan coronar ese anhelo.

Poco a poco, pues los materiales no abundan, las viviendas destruidas totalmente por Oscar superan las 400, y son casi 13 000 las reportadas con otros daños. Mas, pese a todo, la reconstrucción en el Este guantanamero seguirá naciendo de la unidad. Y sumará sonrisas, como nuevos y hermosos desquites.

Marbelis (al centro) ya tiene casa, como otras 17 familias en El Aeropuerto, y cinco en Baracoa. Foto: José Llamos Camejo
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Jorge Cabrera Marquez dijo:

1

13 de enero de 2025

06:50:16


Miy bien por el estado, solo hace falta aceras , no de concreto y si con asfalto, mas economical y mejorar la infraestructura para màs comfort y calidad de vida.

Alejandra Xiques dijo:

2

14 de enero de 2025

09:36:09


Gracias Revolución por ayudar a los damnificados..!!