
Mayarí, Holguín.–Sobre el viento que corre entre montañas y transporta susurros de árboles que desafían laderas, mucho sabe Mariluz Simales Cruz. Puede contar que en su andar, a lomo de mulo o a pie, por parajes serranos, ha creído pasar varios ríos y luego ha conocido que fueron varios pasos de un mismo río que corre, sinuoso y porfiado, hacia zonas bajas.
En ese entorno agreste del municipio de Mayarí, sin quejas ni temores, se dedicó por años a aliviar y prevenir los dolores físicos y, por qué no, del alma, de los coterráneos de Arroyo Seco (asentamiento distante unos 40 kilómetros de la capital municipal) y de sitios mucho más distantes y de complicado acceso. Así conquistó el sólido prestigio que posee como enfermera.
El encuentro de Granma con la Licenciada en Enfermería y actual Asesora General de Salud para las áreas rurales y el Plan Turquino en el citado municipio, ocurrió durante un evento de carácter nacional sobre la labor de quienes se desempeñan como enfermeras en parajes serranos.
Al preguntarle acerca de las razones que la condujeron a abrazar la profesión, habló de sus orígenes campesinos como descendiente de un matrimonio que sufrió los rigores de la vida de los montunos, antes de 1959, para mantener seis hijos, todos nacidos con la ayuda de la comadrona de la localidad.
Piensa que la necesidad de contribuir al bienestar de los coterráneos fue lo que la movió a ella y a dos hermanas a convertirse en parte del personal paramédico del país.
«En el municipio, en las zonas que abarca el Plan Turquino hay 11 consultorios, distribuidos en los consejos populares Pinares de Mayarí, Arroyo Seco, La Yúa y Cabonico de Levisa. La totalidad está cubierta por el equipo de médico y enfermera de la familia. Las enfermeras, por lo general, viven en las comunidades de donde son oriundas, lo cual es una fortaleza».
Acompañante constante del intercambio resultó la emoción, provocada por las vivencias personales y las de sus compañeras de labor. «En Arroyo Seco son cinco los consultorios, todos de difícil acceso. Por ejemplo, para llegar al de Jicotea hay que vencer siete pasos de río».
Levantó la vista, como si buscara los agrestes parajes donde ha laborado. Afirma que en esos lares hay comunidades en las que apenas viven diez familias. Allí hay que llegar a través del trabajo de terreno para comprobar su estado de salud y realizar acciones de prevención.
«De ahí la importancia de que esos profesionales ubicados en el lomerío sean lo más resolutivos posible en sus obligaciones diarias, para bajar hacia un centro médico a los pacientes, cuando realmente es imprescindible».
Entre otras cosas, habló de las campañas de vacunación, un logro indiscutible de nuestro proceso social, que llega a cada rincón de la geografía cubana. «Siempre se cumplen estas actividades gracias al trabajo multidisciplinario y comunitario, digno de destacar, como ocurrió cuando se aplicaron las vacunas contra la COVID 19. Todos los montañeses recibieron sus dosis».
Confesó que todos los días reflexiona acerca del modo de actuar en los tiempos que corren, de la necesidad del diálogo constante, del intercambio sincero, sobre todo con las enfermeras que laboran en las zonas rurales, en los sitios de difícil acceso.
De cara a un nuevo año, a retos por venir, remarca lo más esencial para ella:
«La enfermería es profesión de mucho amor. Es sentir el dolor del enfermo y la empatía por el paciente que recibe atención. La enfermera es la madre, la amiga, la reina de la comunidad donde despliega la labor profesional».








 
     
    










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