
Bernardo, Yateras, Guantánamo.–A juzgar por lo que de ella comentan aquí, si en el camino aparece un reclamo, ahí está Dolores sensible oídos, para intentar despejarlo.
Para la queja y la iniciativa –se infiere– tiene un «radar» en el lado izquierdo del pecho, y como acoplado algún mecanismo que transforma la inquietud ciudadana en desvelo personal, y pluraliza la búsqueda de remedios, sin que jamás le falte un razonamiento claro.
Se comenta que, solícita, loma arriba y abajo, se detiene solo ante la queja o la desgarradura del barrio: el agua en fuga en un segmento de conductora, la avería de un techo o de una pared, el piso de tierra, la pensión que no da la cuenta, la familia o el ser a los que el tiempo duro les enseña las fauces.
Afirman que, fuera de imperativos como esos, no para, que va de un lado a otro por la comunidad de Bernardo, que a flor de espíritu lleva juntos el ímpetu y el saludo jovial para desgranarlos con una sonrisa, y que anda siempre de prisa. «Cada minuto, si lo desperdicias es plomo, si lo aprovechas es oro», dice ella, y la sentencia revela el «metal precioso» que hay en su andar y quehacer.
Para más de un percance doméstico en la barriada, la también madre prefiere, como remedio inicial, «un brebaje casero» de fórmula colectiva, como el que ilustró para Granma, acerca de una mejora que no hace mucho precisaba la institución principal de su barrio.

«Bartolo y yo cortamos los palos», propuso uno; «lo cargaremos en mi carreta», dijo otro; «yo traigo una azada, un pico y algunos pedazos de alambre»… Sumando «poquitos» y voluntades, un lunes el centro escolar amaneció con una cerca nueva, segura y más bonita que la anterior», refiere Dolores.
«Muchas soluciones no tienen que ser importadas ni siquiera del municipio hacia acá –remata–, están aquí mismo, en nuestras cabezas, en la unidad y en los brazos de los vecinos; solo basta con convocarlos.
«Oír a la gente –sugiere–, eso es lo primero. Yo lo hago donde me llamen y en el momento que sea, unas veces me interceden en el camino, o quien llama soy yo. Si me plantean una duda, y tengo la respuesta en ese momento, la aclaro; de lo contrario, se lo digo y luego busco la aclaración.
«El ser humano sabe cuándo le estás siendo sincero, y valora eso. Un delegado tiene que meterse en la piel de su vecindario, ver, oír, sentir con sus electores. Yo pregunto bastante: «piensa en una idea para resolver esta situación», a veces pido, y me llegan propuestas. Así, entre todos, nos ayudamos».
UN ENCUENTRO NO PLANIFICADO, PERO HABITUAL
Inmersa en una caracterización de su barrio, mientras desandábamos un terraplén flanqueado por cafetales que dibujan la actividad económica principal de Bernardo, irrumpió la voz de alguien que caminaba en sentido opuesto: «¡Dolores!».
Tras la excusa y el «enseguida vuelvo», la mujer se alejó unos metros.Frente a ella, destilaba preocupación en el rostro de la otra. Después de escucharla atenta, Dolores puso la mano derecha en el hombro izquierdo de la interlocutora, le explicó algo en voz baja, un minuto, no más. El efecto fue como el de una recarga de ánimo: «Eso espero –dijo aquella sonriente–. ¡Gracias, de corazón!».
El que fuera testigo, por una jornada, de las andanzas de esta mujer de 52 años, en la circunscripción de Bernardo, da fe de los juicios que escudan el crédito bien ganado por esta cubana, que no se cansa ni tiene hora, dicen, que los problemas no la asustan ni ella los subestima.
Aseguran que Dolores procura todas las fuerzas para golpear «molinos» –al frente ella–, «siempre con el barrio –aclara la también licenciada en Estudios Socioculturales–, no soy supermán ni creo en esa criatura», remata.
Por doquier aparece con ese aire esperanzador, cual duendecillo dispuesto a las soluciones, aquí, allá y acullá. Esta cubana que en ningún lugar pasa inadvertida.
«¿Quién viene por ahí?», preguntó un campesino en un recodo angosto de un cafetal de Bernardo, «pero –cuestionó la hija–, ¿tú no la oíste papá? ¡Es Dolores, que trae alivio!».
«¡Ah caray!», reaccionó el padre, entre las carcajadas de un grupo de artistas que vio la escena. No sé si la niña repetía una frase a fuerza de méritos y costumbre, acuñada en esos predios ante la irrupción de Dolores; pero la expresión llevaba el acento de una alegoría simpática y justa a quien procura aliviar males colectivos.
En el brío de su diligencia se intuye por qué los vecinos de la comunidad de Bernardo delegaron en Dolores Legrá San Miguel su representación en la Asamblea Municipal del Poder Popular de Yateras, y ante el Parlamento cubano también.
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