Sancti Spíritus.–Han transcurrido alrededor de cuatro décadas y la historia se repite como si se tratara de la primera vez.
Por eso, desde hace días se ve a Julio Pentón Portilla dando vueltas de un lado para otro en el seminternado Bernardo Arias Castillo, donde a partir de este 2 de septiembre volverá a verse rodeado de esas niñas y niños que le llaman Profe, con el mismo cariño de los nietos que aman al abuelo.
«Es que aquí he permanecido durante toda mi vida», confiesa mientras ajusta detalles relacionados con el inicio de la nueva etapa docente.
Licenciado en lo que siempre adoró desde niño: el deporte, la cultura física, Julio ha saboreado a lo largo de 40 cursos escolares cada turno de clase como profesor de educación física en ese: su único centro de trabajo desde que dejó atrás el pupitre como alumno.
–¿Qué significan los niños para ti?
–La vida, mi razón de hacer; no puedo imaginarme en un trabajo sin ellos.
–Por naturaleza, algunos son inquietos. ¿Recuerdas haber tenido que castigarlos o que te sacaran de paso?
–Jamás. No creo que sea necesario castigar, y mucho menos maltratar a un niño. Solo hay que tener método, paciencia para entenderlos y educarlos.
–Infiero que, por tanto, tampoco has tenido problemas con padres de tus alumnos.
–Nunca. Mis relaciones con las familias de los estudiantes siempre han sido muy buenas. Pienso que agradecen la manera en que imparto mis clases y motivo a los niños.
Por ello, a la par de las actividades concebidas en el programa, la escuela Bernardo Arias ha devenido epicentro de juegos, festivales, maratones, competencias y otras alternativas con alcance no solo institucional, sino también comunitario.
Tampoco por obra del azar Julio llevó equipos a siete encuentros nacionales de aquel programa de participación denominado A Jugar, que estremeció al archipiélago allá por los años 80 del pasado siglo.
–¿Qué piensas de un viejo refrán que sentencia: de tal palo tal astilla?
Con la candidez de un niño deja escapar una espontánea sonrisa, convoyada con ese brillo que el tiempo no ha podido matarle en la mirada, y afirma: «Debe ser cierto, pues mi hija Ana Belquis siguió mis pasos doblemente ya que trabaja aquí mismo, en esta escuela y también lo hace como profesora de Educación Física».
–¿Qué siente un abuelo que, además de ese privilegio que acabas de mencionar, tiene en su propia escuela a las dos nietecitas?
–La mayor felicidad del mundo.
–¿Has pensado en jubilación?... te falta poco ya.
–Pienso acogerme a ella cuando llegue a la edad establecida, dentro de dos años, pero eso no significará decirles adiós a mis clases de Educación Física ni a los niños. Aquí voy a seguir mientras la salud me lo permita.
–¿Sabes que no muchos cubanos se van a jubilar un día en el mismo lugar donde, muy jóvenes, comenzaron su vida laboral?
–Lo sé.
Y entonces, con la candidez del niño que siempre ha llevado dentro, vuelve a regalarme lo que jamás a nadie le ha negado: esa sonrisa sincera, saludable, familiar… o para decirlo con una deportiva frase de aquellos inolvidables años: una sonrisa lista para vencer.



















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