ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La brasileña Beatriz Gomes intercambia con productores agrícolas de la Caridad de los Indios, en Manuel Tames. Foto: José Llamos Camejo

Lo primero que hace, en el afán de que no se le escapen detalles, es activar su teléfono celular. Con él graba, toma fotografías, hace preguntas; luego reproduce, escucha y anota.

Campo adentro anda Beatriz Gomes Cornachin, por Guantánamo. Llegó hace menos de un año desde Sao Paulo, Brasil, para una pasantía asociada al objeto de investigación, camino a su doctorado sobre soberanía alimentaria.

–¿Por qué en Cuba?

–Antes estudié la cuestión agraria en Haití, país que sufre una intromisión muy grande en ese sector por parte de potencias occidentales. Después de la Revolución Haitiana, naciones como Francia y Estados Unidos dejaron a Haití sin soberanía e hipotecado; ahora mismo es objeto de una nueva intervención imperial.

«Vine a Cuba con la idea de estudiar la soberanía alimentaria en esta nación, que hizo una reforma agraria exitosa; además, es de economía planificada, vive un contexto revolucionario y enfrenta la hostilidad de EE. UU.

«La cuestión agraria interesa en Latinoamérica; en los campos de la región existen conflictos; somos grandes productores agrícolas, pero con grandes escenarios de desnutrición y, a diferencia de Cuba, gran parte de las tierras están en poder del latifundio y del capital extranjero

«En interés del capital financiero internacional se están disminuyendo plantíos de cultivos tradicionales. Para producir más soya se siembra menos arroz, por ejemplo; lo que, unido a las sequías y los excesos de lluvias, tiende a reducir la producción de alimentos. El problema también afecta a otras regiones del mundo. Es un asunto muy vinculado al debate sobre la seguridad y soberanía alimentarias, y al acceso a la alimentación como un derecho humano vital».

–Sin otras soberanías, ¿es posible la alimentaria?

–No. Se hace muy difícil. De hecho, a un país subordinado a intereses foráneos y a escenarios económicos exteriores le cuesta mucho llegar a una soberanía alimentaria total, que garantice el derecho humano a la alimentación de sus habitantes.

«Ese derecho, según la División Internacional del Trabajo, en los inicios del sistema capitalista se concibió para los países colonizadores; hoy ellos sí tienen lo que se puede entender como soberanía y control sobre sus tierras y demás recursos.

«Pero a las naciones subdesarrolladas la Organización Mundial del Comercio le impone medidas políticas y fiscales de apertura total del comercio. La Unión Europea, por ejemplo, adopta un programa agrícola común, subsidiado y proteccionista, que resguarda a sus agricultores y campesinos, pero dificulta el comercio del Sur; algo discriminatorio e injusto. Esas contradicciones están.

«Cuba en ese contexto se ve como un caso raro; cortó el latifundio y les dio tierra a los campesinos, a diferencia de algunos países en Lati­noamérica, donde hay campos violentos, precisamente por el conflicto de intereses en torno a la tierra.

«Aquí es muy distinta la realidad; producir alimentos es prioridad de esta Isla, y función esencial de sus suelos agrícolas. Aunque grandes obstáculos les impidan extraer ahora todas las riquezas que pudieran emanar de sus tierras, la soberanía alimentaria está hoy en el horizonte del país, porque supo conquistar primero su soberanía como pueblo; Cuba es un atrevimiento de autonomía».

–Pero lo ha pagado muy caro.

–Sí. Pero, digamos, de un modo y con un saldo muy distintos al del vecino Haití, condenado a la dependencia y al atraso perpetuos por querer que su pueblo accediera a las tierras en los inicios de su revolución. Francia y EE. UU. decidieron otro destino para aquellas tierras: aportar madera y producir frutas para compañías extranjeras.

«Cuba sí hizo una reforma agraria, y también por eso, visto desde la perspectiva de Washington, fue necesario perturbar el desarrollo de este país que, a pesar del imperialismo, ha logrado mucho sin permitir que el capital foráneo determine la utilización de sus tierras.

«La agresividad contra la Isla es muy fuerte; lógica imperialista; el capitalismo necesita producir cada vez más capital, con una dinámica de concentración. Si en el ejemplo de un modelo como el de Cuba ve un obstáculo para ese propósito, entonces intenta quebrarlo con disímiles herramientas, incluida la fuerza.

«Por eso maximiza el bloqueo, para generar carencias, retrocesos y malestares en Cuba, lo que justifica con argucias ideológicas y económicas. Estados Unidos difunde distorsionada la realidad de Cuba hacia el exterior, y afuera hay alguna gente engañada, que la recibe como verdades, no como distorsiones; es peligroso; hay que tener cuidado. Pero ni así puede ocultarse lo logrado por la Revolución Cubana.

«Que las tierras aquí no estén en manos del latifundio ni del capital financiero internacional es una conquista difícil de repetir en otras partes de Latinoamérica; hoy, al margen de las limitaciones de suelo y de clima, es Cuba la que determina qué, cuándo y cómo se siembra hasta en los más intrincados lugares de su geografía».

–Y lo hace, pero con muchas dificultades.

–Me doy cuenta. Hay escasez de herramientas de trabajo, de tecnología, y hasta contradicciones que hacen parte de toda esa realidad. Otras limitaciones, entre ellas las impuestas o agravadas por el bloqueo estadounidense, dificultan el esfuerzo por producir aquí mismo la mayor parte de los alimentos que consume su población.

«Creo que por delante le queda aprovechar mejor todos los beneficios que les pueden dar estas tierras; no digo que sea fácil donde hay una población que con bastante frecuencia sale de los campos y se va para las ciudades; el éxodo rural es tendencia en el mundo, también en Cuba es un desafío.

«De ahí la importancia de crear condiciones que potencialicen la cadena de producción y distribución, incluidos mecanismos de precios que faciliten la llegada de los productos a la población». 

–Lo visto aquí, ¿tiene contrastes en Brasil?

–Como brasileña, siempre que converso con las personas aquí, hablo de los contrastes, de lo que nos falta en Latinoamérica y especialmente en Brasil, donde viven tantos sin tierras, y la inestabilidad política ha sido frecuente, sobre todo después del golpe de Estado a Dilma (Rousseff), y del otro golpe que intentó Bolsonaro, tras perder las pasadas elecciones con Luiz Inácio Lula da Silva.

–Mencionas al que, según tú, de cierto modo ves como a un padre, ¿por qué?

–Vengo de un hogar sin dinero suficiente para pagar mi carrera profesional. En mi familia soy la primera, y hasta ahora la única en acceder a estudios de doctorado; eso fue posible gracias a oportunidades abiertas por el actual Gobierno; es por lo que me considero hija de las políticas públicas de Luiz Inácio Lula da Silva.

–Y los miedos que refieres de la sociedad brasileña, ¿de dónde vienen?

–De los golpes de Estado, de la violencia, de la naturalización de la muerte, de la pobreza extrema y las desigualdades socioeconómicas; duele ver a un niño que pide limosnas porque tiene hambre, saber que el narcotráfico absorbe a muchos en esas edades, y que en las cárceles existen víctimas de la inequidad; eso ocurre porque hay millonarios, y al mismo tiempo familias que no tienen nada; es triste. «Esa brecha es la madre de muchos males asociados a la inestabilidad en Brasil y Latinoamérica.

«No es el caso de Cuba, que en su política prioriza los intereses del pueblo, pese a los desafíos. Lo he visto aquí, en sitios muy intrincados; estuve donde hay un solo niño (en edad escolar), y vi que tiene una escuela allí mismo y se educa; es parte del escenario de éxitos de una revolución hecha y liderada por personas, excepcionales como su pueblo.

«De Fidel Castro y del Che Guevara hablo con frecuencia; su ejemplaridad me cautiva. Fidel hizo y guio una revolución victoriosa muy cerca de su principal enemigo, que es el más poderoso. Guevara soñó e intentó la revolución para otros países. Hombres como ellos inspiran».

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