«Aunque sabía a lo que me podía enfrentar, la guerra me tomó por sorpresa, y no me podía quedar atrás. Tenía que sobrevivir, tenía que luchar por mi vida y por la de mis compañeros», cuenta Georgina Veloz Massano, quien siempre muestra una sonrisa a quien se le acerca. En este caso, detrás de esa silueta en los labios, sus ojos parecieran quebrarse mientras hablaba de su historia en Sumbe, comunidad de la provincia de Cuanza Sur, ubicada al oeste de Angola.
«El miedo te invade, pasan por tu mente muchos pensamientos de la familia, de lo que dejas atrás… En esos momentos piensas que no vas a vivir para contarlo, y que no vuelves a pisar tierra cubana». Así recuerda lo sucedido el 25 de marzo de 1984, cuando un pequeño grupo de maestros, obreros, médicos, técnicos y asesores cubanos se enfrentó por primera vez al fuego enemigo.

LLUVIA DE SANGRE
«El sábado 24 de marzo tuvimos una actividad para celebrar un cumpleaños colectivo y, si mal no recuerdo…, al otro día íbamos a hacer una práctica de tiro, porque nos encontrábamos en un país en guerra.
«Alrededor de las cuatro de la mañana, cuando el festín había acabado y ya dormíamos, me despierto por el ruido de los “truenos”, y le dije a Isis, mi compañera de cuarto, que cerrara las ventanas pues parecía que se acercaba una tormenta». Georgina, estaba lejos de imaginar que la tempestad traería consigo una lluvia de balas, bombas y miedo.

Educadora de profesión, había llegado hasta aquella localidad con la pacífica experiencia de haber vivido sus 20 años en un país seguro, del que había salido dejando a medias su carrera para cumplir una misión internacionalista como maestra.
«En Sumbe no había tropas regulares de defensa angolanas ni cubanas. Los ataques, hasta aquel momento, no llegaban a esa zona, donde solo se encontraba la Policía, así que nos tocaba a los colaboradores defender todo lo que teníamos alrededor», explica.
De pronto, le tocan a la puerta y, entre gritos, la alertan del primer ataque.
«Los nervios se apoderaron de mí de tal manera que mi reacción fue entrar al baño a asearme y vestirme, como si no estuviera pasando por una situación de emergencia. Luego, entro en la realidad, y el impulso me llevó a buscar un fusil con el cual defenderme», narra hoy, casi incrédula de su reacción en aquel momento, que marcaría su primera vez frente a bombas, petardos y granadas lanzadas peligrosamente cerca.
«Dar el paso, más que una obligación, fue una decisión», comenta.
El ataque sorpresivo era dirigido por las fuerzas de la agrupación contrarrevolucionaria y terrorista Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita). Pretendían atacar los lugares donde no existieran fuerzas regulares de defensa y tomar rehenes entre los colaboradores civiles, para así manipular la opinión pública internacional y mantener presionado al Gobierno angolano.
«Los de la Unita nunca pensaron que les íbamos a hacer frente. No creyeron que, como cubanos civiles, sin experiencia militar, tuviéramos la valentía de defendernos y de luchar por una tierra que no era nuestra Patria», explica Georgina.

EL PUEBLO CASI COMPLETO VENÍA DETRÁS DE NOSOTROS
Salieron de sus edificios en un camión. En la parte de atrás iban las mujeres cubanas acostadas, en tanto los hombres, con sus fusiles en ristre, se ubicaron en los bordes. Esquivando proyectiles, fueron trasladados todos hasta los edificios de los constructores, ubicados frente al mar.
«La decisión fue que junto al resto sin armamento saliéramos por toda la orilla de la playa, en busca de otro municipio en el cual pudiéramos estar seguros, hasta tanto llegaran los refuerzos. Nos asombramos muchísimo de que, cuando salimos, el pueblo casi completo venía detrás de nosotros, sobre todo mujeres y niños, porque decían que Fidel no abandonaba a los cubanos y que, si seguían a los cubanos, ellos también estaban protegidos», relata orgullosa de sus compañeros armados, que resistían el embate con arrojo.
«Llegó un momento en el que no pudimos avanzar más, porque la Unita tenía tomada toda la zona, y empezaron a tirar… Ahí vimos caer a mujeres angolanas que se nos adelantaron, y tuvimos que retroceder un poco, y quedarnos acostados en la playa.
«La incertidumbre se apoderó de nosotros porque sentíamos los tiros y los estruendos de las bombas, pero no sabíamos qué tan cerca podían estar. De momento, vimos unos aviones sobrevolándonos, y pensamos que ya era el fin. El alma nos vino al cuerpo cuando vimos que siguieron en dirección hacia donde nos atacaban y supimos que eran los de nosotros, que eran nuestros refuerzos».
Georgina respira como si viviera, otra vez, ese instante de tranquilidad, de estar al fin a salvo… Ahora sus ojos muestran otro brillo y cuenta, nuevamente desde una sonrisa, como días después recibieron una carta del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, exaltando la valentía y la disciplina de cada uno de ellos.
Su regreso a Cuba fue casi en contra de su voluntad, porque entendía que no debía abandonar a sus alumnos, que debía seguir con sus clases, que era la forma de honrar a los compañeros caídos en la defensa de Sumbe, varios civiles, como ella.
«Quería seguir mi misión; sin embargo, fue inexplicable la felicidad que sentí al ver tierra cubana. Nada es como tu patria. Ya sabía que volvería a ver a mi familia, pero, más que todo, me sentía muy orgullosa de ser cubana y de haber aportado mi granito de arena en la libertad de Angola».



















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Reinaldo dijo:
1
25 de marzo de 2024
21:30:12
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