ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Ariel Cecilio Lemus

«Salí de mi casa amaneciendo, para hacer la cola en el cajero. Llevaba varios días tratando de cobrar y nada. Cuando llegué no había tantas personas, así que pensé, «hoy sí», pero no me imaginé lo que sucedería.

Cuando el cajero comenzó a funcionar, resulta que, en la cola, había un grupito de personas, cada una con cuatro o cinco tarjetas. A pesar del disgusto generalizado, insistieron en que era su derecho y, un rato después, el cajero, que apenas había funcionado, ya estaba vacío».

Así me comenta un compañero de trabajo de mi madre, visiblemente preocupado, sobre todo, porque la historia no termina en ese punto. Según el profesor, horas más tarde, tras un largo apagón, cuando los compañeros del banco volvieron a poner efectivo en el cajero, de la nada volvió a salir «el grupito», y de no ser porque se les amenazó con llamar a la Policía, hubieran repetido la misma operación.

Su testimonio me dejó pensando, porque hace algunos días viví algo parecido que en ese momento no me pareció tan preocupante, más allá de la demora y la incomodidad de la larga y casi siempre incierta espera. En mi caso fueron solo tres personas, pero claramente recuerdo que cada uno de ellos llevaba, por lo menos, tres tarjetas, al parecer, con altos límites establecidos porque en sus operaciones se fueron los exiguos billetes de alta denominación disponibles para el día, y cuando eso sucede, no demoran demasiado en quedarse sin efectivo.

Para quienes no nos movemos en el submundo de los «negocios» y los «inventos», resulta difícil comprender lo que a mí, lo digo sin pena alguna, me asombró. Resulta que los billetes de 200, 500 y mil pesos son una mercancía muy cotizada en el mercado ilegal de divisas. En otras palabras, que quienes compran dólares en grandes cantidades, pagan también a sobreprecio los billetes de alta denominación que llegan a sus manos, con montos de hasta cien pesos por encima, por cada billete que llega a sus manos.

Entonces no ha de extrañar que haya quienes descubrieron la manera de saquear los cajeros, en busca de comercializar los billetes más valiosos, y no dudo que también con el objetivo de acentuar la incomodidad de las personas que acuden hasta ellos, con otros fines, claro está, mucho más sórdidos.

Si bien el día del cobro, como le llamamos los cubanos, es casi siempre de los más esperados del mes, para no ser absolutos, también es cierto que obtener el efectivo pasa por una batalla campal. Los viajes al cajero ocupan las preciadas horas de un tiempo casi siempre limitado, y lo peor es que, normalmente, lleva más de un intento.

La realidad objetiva en relación con el pago electrónico, que todavía dista mucho de la deseada, hace que el efectivo siga siendo imprescindible para cubanos y cubanas que, como se ha denunciado en varias ocasiones, chocan muchas veces con códigos qr de adorno, en otras palabras, «un tape».

Las circunstancias actuales ameritan un control que rompa ciertas barreras y establezca límites a eso de que está permitido todo lo que no está prohibido.

Los cajeros automáticos en nuestro país son, por causas debidamente explicadas, insuficientes, como lo es también en los momentos actuales la cantidad de efectivo disponible para ellos. Del mismo modo, el sobreuso y la obsolescencia tecnológica hacen que en el transcurso del día algunos vayan quedando inoperantes.

Entonces habría que poner la mira un poco más en ellos y, probablemente, repensar una estrategia efectiva de control a lo que sucede allí, pues no es un secreto que más allá de que los bancos son responsables de habilitarlos para el uso de la población, a veces esa misma población siente que está en tierra de nadie, y no sabe a quién dirigirse cuando tiene preocupaciones al respecto.

No son pocos los casos en los que se quedan sin efectivo, dejan de funcionar, y a pesar de haber cientos de personas esperando, nadie da la cara ni sale a dar, al menos, una explicación.

Siempre he escuchado decir a los expertos que los límites a los derechos individuales comienzan cuando ejercerlos afecta el ejercicio de otras personas. Habría que ver entonces, en casos como estos, de qué modo se pudiera proceder, pero sin hacer oídos sordos.

De lo contrario, estos saqueadores de cajeros automáticos sumarán una más a las preocupaciones cotidianas de los cubanos y las cubanas.

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