Martí, vivo en sus 171 años, marchó una vez hoy por las calles de la ciudad de Holguín, rodeado de centenares de niñas y niños, quienes le prometieron acompañarlo durante su eterna estancia en Cuba, a la cual le sirve de guía con su visión unitaria de la sociedad frente a peligros que no han dejado de asechar desde los tiempos en que tomó un yugo para erigirse sobre él con la estrella blandida por la libertad.
Apretado con ellos, como la plata en la raíz de Los Andes que también le dieron fuerza, recorrió el tramo que conduce desde el parque que honra a uno de los ilustres guerrero que le acompañaron en la última contienda libertaria contra España- Calixto García Íñiguez, - hasta la plaza que un día los holguineros, en acuerdo unánime, bautizaron con su nombre, cosa que seguramente no deseó, porque creyó que toda «la gloria del mundo cabe en un grano de maíz».
Suerte la suya, se dijo, cuando integrantes de la compañía infantil Pulgarcito, del seminternado «María Antonia Bolmey» unieron voces para dedicarle una canción tierna y cálida, tras la cual otros escolares recitaron «Los zapaticos de Rosa», el poema que con susurros de olas y caricias de espumas de mar habla de la bondad para paliar infortunios.
Hubo muchos adultos, no solo para acompañar a hijos, nietos o sobrinos, sino porque asumieron mucho antes la buena e imprescindible costumbre de rendir respeto a quien cabalgó, con fuerza celestial, con la palabra y la acción por el bien de la Patria.
Con la misma emoción allí estuvieron, entre muchos otros, la niña Wendy González Peña; Eugenio Aldana Rodríguez, madre de dos pequeñines; Ernesto Santiesteban, miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y primer secretario en la provincia; Manuel Francisco Hernández Aguilera, gobernador de Holguín y otras autoridades políticas, de gobierno y del sector.
A todos, Martí, orgulloso, pero despojado de vanidad, les escuchó decir que seguirán empinados, llevando, en sus manos y almas, la estrella de la que huyen los traidores.
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