Ignacio Pérez Zamora nació el 8 de marzo de 1931, en el cuartón rural Las Mantecas, perteneciente al barrio Pilón, del municipio de Niquero. Sus padres fueron Crescencio Pérez Montano y Fe Zamora Sánchez.
La situación económica del núcleo familiar se hizo más crítica cuando el padre tuvo que abandonar la casa, envuelto en un proceso judicial. En aquella circunstancia, los infantes pasaron a la protección de su abuela paterna, Emilia Montano, recia de carácter, mas toda dulzura y amor. Ella inculcó a los nietos los buenos hábitos, la pulcritud y el trato afable a los demás.
Desde niño, Ignacio se caracterizó por ser saludable, de carácter fuerte, a la vez alegre, juguetón, y sabía ganarse el cariño de quienes lo conocían. Aprendió a trabajar desde pequeño, y ayudaba a la familia en las labores agrícolas, junto a sus hermanos. En 1937 matriculó en la escuela rural de Ojo de Agua de Jerez, en la cual venció el cuarto grado. Más tarde alcanzó el sexto grado, y matriculó un curso por correspondencia de Mecánica automotriz.
En 1940 su padre regresó al hogar y los trabajos agrícolas aumentaron. Ignacio laboró en diferentes lugares, de narigonero (el que conduce la yunta de bueyes) y también aprendió a manejar. Siempre fue un joven dichoso en el amor, de porte varonil, carácter atrayente, y frecuentaba los guateques campesinos. Tuvo cuatro hijos con los que fue un buen padre.
El asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes dio un impulso más radical y revolucionario a su pensamiento. En él se arraigó la esperanza en las ideas de Fidel. Celia Sánchez Manduley era vecina del poblado de Pilón, cuartón al que pertenecía Ojo de Agua de Jerez, donde vivía Ignacio, quien la contactó y fundó una célula del Movimiento 26 de Julio. Captó a su hermano Sergio, a su primo Luis Linares Montano y a otros dos campesinos.
El día 30 de noviembre de 1956, en horas de la mañana y procedente de Manzanillo, llegó Celia a la casa de Ignacio, cuya vivienda estaba situada junto a la de su padre Crescencio. Al ver a los visitantes, fue a recibirlos y conoció de la próxima llegada de Fidel, posiblemente por la zona de Pilón. Conversaron unos minutos, el padre tomó la iniciativa y junto a Ignacio, se dirigieron al poblado a esperar al líder revolucionario.
En horas del mediodía del 2 de diciembre, observaron movimientos de tropas por el terraplén hacia Pilón, y más tarde supieron del desembarco. Sobre las 11 de la noche llegaron Guillermo García Frías y Pedro Baurell Pérez a casa de Ignacio, y tuvieron la certeza de la expedición. El día 7 sostuvieron los primeros contactos con algunos expedicionarios.
El 15 de diciembre, Guillermo García, Pedro Baurell e Ignacio colaboraron para que Faustino Pérez, Universo Sánchez y el máximo líder, Fidel Castro Ruz, pudieran cruzar el cerco enemigo y llegar a Cinco Palmas. Después del regreso, Ignacio fue detenido en su casa, conducido al cuartel de Pilón, y liberado con posterioridad, por gestiones de su suegro. A partir de ese momento, pasó a la clandestinidad.
El día 25 por la noche, Fidel decidió emprender la marcha hacia la Sierra Maestra, con 15 expedicionarios del Granma y tres campesinos, entre ellos, Ignacio Pérez Zamora y su padre Crescencio. El 17 de enero de 1957, Ignacio participó en el combate de La Plata, y el 21 en la emboscada de Arroyo del Infierno. Por esos días, también supo que el ejército había quemado su casa y la de su padre.
Ignacio se distinguió como jefe y organizador, e hizo contacto con campesinos conocidos, dispuestos a

marchar hacia la Sierra. El 28 de mayo de ese año, Fidel atacó el cuartel de Uvero, e Ignacio participó con el grupo de Crescencio, cuya misión era cuidar el camino de Chivirico, para rechazar cualquier refuerzo. De igual forma, tomó parte en el combate de Palma Mocha, en el que resultó herido en una mano, y apoyó al Che, con una escuadra, en Pino del Agua.
El 21 de marzo de 1958, en Ranchos de Guá, se formó la Columna 7, bajo el mando del comandante Crescencio Pérez, e Ignacio resultó uno de los capitanes designados como jefe de pelotón. En esta nueva etapa, participó en el ataque a San Ramón, y en el apoyo a la Columna 1 en la Operación Avión, en Cienaguilla, adonde llegó una aeronave con armas, desde el exterior. Durante el enfrentamiento a la Ofensiva de Verano, del ejército batistiano, intervino en el combate de Casa de Piedras, y en las batallas de El Jigüe y de Las Mercedes. Siempre a la vanguardia, dio el ejemplo a sus subordinados.
Por solicitud de Fidel, el capitán Ignacio Pérez, con los 50 hombres mejor armados de la Columna 7, se unieron a él en La Estrella, para participar en la batalla de Guisa. Al terminar esta, el 30 de noviembre de 1958, el pelotón continuó como refuerzo a la Columna 1 hasta Charco Redondo, y prosiguió más tarde hacia La Rinconada.
Cuando Fidel decidió cercar al enemigo concentrado en el cuartel de Jiguaní, este se replegó hacia Bayamo por el camino de la finca San José del Retiro. El pelotón rebelde encabezado por Ignacio se aproximó al lugar, e inició el ataque. Los militares se atrincheraron y los guerrilleros los conminaron a rendirse. Ante la aceptación, el joven capitán, impetuoso, se levantó y, junto a él, un grupo de sus hombres avanzaron. Casi al instante, las armas enemigas vomitaron una carga de fusilería. Los guerrilleros que avanzaban cayeron de bruces, acribillados por las balas traicioneras, aquel 19 de diciembre de 1958.
El cadáver de Ignacio fue trasladado para el poblado de Jiguaní. Más tarde, el mando rebelde decidió velar a los 12 héroes caídos en San José del Retiro, en la vivienda de los combatientes Godual Fonseca y Abelardo Boronat, frente al parque del pueblo. En horas de la noche, se personaron en el lugar y rindieron honores militares el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, el comandante Raúl Castro Ruz y otros oficiales.
Al despedir el duelo, Raúl, con palabras llenas de dolor, habló de las virtudes del comandante muerto en campaña. Explicó que las balas enviadas por el imperialismo norteamericano habían segado la preciosa vida del legendario combatiente y de los demás compañeros.
Fidel, al conocer la noticia, había ascendido póstumamente a comandante a Ignacio, y en carta a Crescencio expresó: «Querido Crescencio: Me acaban de informar la muerte de Ignacio. Con una pena infinita en mi corazón le escribo estas amargas líneas. Sé que era el hijo que usted más quería. Y en verdad que se merecía todo su cariño y el nuestro. Siempre lo cuidé cuanto pude, como hago con todos los compañeros que más riesgos han corrido por el tiempo que llevan en la lucha. Murió de un obús de mortero, combatiendo una tropa que iba en retirada. Recuperamos su cadáver y le daremos honrosa sepultura. Duele que haya muerto precisamente cuando el triunfo está a la vista y cuando él estaba resultando ser uno de nuestros oficiales más competentes y de mi mayor confianza. Su nombre figurará en la lista de los comandantes de nuestro ejército y nunca lo olvidaremos. Le diré solo que Ignacio era para nosotros un hermano y tal es el dolor que sentimos en este momento».
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