Santa Clara.–Una madre santaclareña, desesperada por la conducta suicida de su niña, llegó al servicio de Salud Mental del hospital pediátrico José Luis Miranda, de Villa Clara, donde radica la Unidad de Intervención en Crisis, en busca del apoyo necesario para enfrentar la zozobra con que vivía la familia.
«Doctora, mi hija tiene solo 14 años y no quiere seguir viviendo. Yo no puedo perderla. Por favor, haga algo por ella y por mí. Si ocurre una desgracia va a ser el fin de la familia», le dijo la madre, desesperada, a la doctora Marisleidy Díaz Pérez, residente de segundo año de la especialidad de Siquiatría Infantil.
Luego de escuchar los argumentos de la atribulada mujer, quien por trabajar en el sistema de Salud tenía conocimiento de las maravillas que allí realizaba el equipo de profesionales, logró calmarla. Fue entonces que, en medio de la más estricta privacidad, la especialista pudo comenzar la etapa de diagnóstico del problema.
Al salir de la consulta, ya un poco más tranquila, la mamá de la niña nos dijo: «Son muy profesionales en lo que hacen, por eso vine primero aquí, con el objetivo de orientarme acerca de la conducta para seguir, y también para que traten a mi hija. Estoy segura de que, con su ayuda y la de los demás especialistas, lograremos sacarla adelante».
Igual de confiados se mostraron los padres del jovencito Pedro Daniel Leiva Corzo, de Caibarién, quien está ingresado desde hace varios días en el centro, debido a un trastorno sicótico agudo. «Mi niño venía muy agresivo y alterado, y desde que llegó aquí han venido a verlo sicólogos, pedagogos, siquiatras y otros especialistas», refieren Aramis y Juana, los padres del muchacho, quienes reconocen la mejoría de su hijo y el buen trato dispensado por todos los que allí trabajan.
Agradecidos también están los padres de Dayron Hernández Rojas, residente en el poblado de Falcón, perteneciente al municipio de Placetas, un niño de apenas 15 años que está diagnosticado con trastorno del espectro autista. Ellos reconocen que, gracias a la labor del personal que allí trabaja, en especial la doctora Mislandy González Guevara, especialista de primer grado en Medicina General Integral y de segundo grado en Siquiatría Infantil, han aprendido a lidiar con la condición de su hijo, y han contribuido a lograr su inserción en la sociedad.
SENSIBILIZADOS SÍ, DERROTADOS JAMÁS
Omar Hernández Rivero, especialista de primer y segundo grado en Siquiatría Infantil, tiene una larga historia como médico especializado en el tratamiento de niños con trastornos vinculados a la salud mental.
En sus más de 30 años de labor, ha podido lidiar con niños que presentan las más diversas patologías, la mayoría de las cuales resultan muy complejas de diagnosticar y de tratar, dadas las características de estas enfermedades, entre las cuales sobresalen las actitudes suicidas, el autismo, la esquizofrenia y los trastornos por déficit de atención e hiperactividad, como las más comunes.
«Para ser especialista en Siquiatría Infantil es necesario tener mucha sensibilidad, porque son enfermedades que marcan a la familia, al paciente y a nosotros como médicos», refiere Hernández Rivero, quien no duda en afirmar que ningún caso se parece a otro, lo cual demanda una gran pericia de los especialistas.
En ese sentido, recuerda el caso de un niño de siete años que llegó a la consulta remitido desde un municipio, por pensarse que tenía un trastorno del neurodesarrollo; sin embargo, al ingresarlo y trabajar con él, el grupo de especialistas constató que se trataba de un caso de esquizofrenia infantil, algo que en edades tempranas resulta muy difícil de detectar.
«Uno de los retos más complejos fue comunicárselo a los padres, quienes se negaban a aceptarlo; con la paciencia que nos caracteriza, fuimos poco a poco ganándonos a la familia para que aceptara la dura realidad y cooperara en la rehabilitación de su pequeño», explica el doctor Omar, quien destaca la importancia de contar con la escuela y la comunidad.
De igual manera, recuerda a un niño de cuatro años que llegó afectado por su fuerte adicción a las nuevas tecnologías, algo muy frecuente en el actual contexto, situación que le provocó una tremenda incomunicación. «Al principio los padres no entendían que ellos eran los responsables, porque, con tal de tener al niño tranquilo, le daban el celular o el tablet para que estuviera sedado, sin pensar en el daño que hacían», recuerda Omar, quien gracias a su profesionalidad y la del equipo que laboró junto a él, logró la comprensión de los padres y la mejoría del infante, que ya ha comenzado a hablar e interactuar.
Mientras narra estas y otras muchas anécdotas, el doctor Hernández Rivero, uno de los ángeles guardianes de la salud de los pequeños pacientes siquiátricos que a diario acuden a la consulta de la Unidad de Intervención en Crisis del Servicio de Siquiatría Infantil ubicado en Santa Clara, va denotando lo difícil de la tarea, y también su determinación de enfrentar los retos que ella impone, con la convicción de que, mientras más difíciles sean los casos, más satisfacción siente al ayudar a solucionarlos.
El doctor Omarito, como todos los conocen, no duda en reconocer que muchas veces ha debido sacar fuerzas para enfrentar determinadas situaciones, porque se trata de niños que muchas veces proceden de familias disfuncionales; sin embargo, por difíciles que hayan sido los casos, nunca la derrota se ha apoderado de su conducta, y sí la sensibilidad y el humanismo que caracteriza al colectivo.
NADA HAY MÁS IMPORTANTE QUE LA VIDA UN NIÑO
En reciente visita al Servicio de Siquiatría Infantil de Villa Clara, el Primer Secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, tras recorrer el centro e intercambiar con su trabajadores, escribió en el libro de visitantes: «Pudimos apreciar cómo el empeño, la sensibilidad, la entrega, el compromiso y la profesionalidad convierten el sueño en realidad», ideas que concuerdan con lo que allí se vive a diario.
Según la licenciada en terapia ocupacional y rehabilitación social, Damaris Risquet Águila, de mucha experiencia en esta labor, los antecedentes de este prestigioso centro hay que buscarlos en 1967, cuando se inició en Santa Clara el servicio de Siquiatría Infantil. Luego, en 1972, se dio un paso decisivo, al comenzarse la formación de especialistas en esta rama.
«Unos años más tarde apareció el servicio de la llamada Clínica del Adolescente, un hospital de día destinado a la atención específica de los niños; a lo cual se sumó, en julio del año en curso, el traslado hacia una nueva sede del servicio de Salud Mental del hospital pediátrico José Luis Miranda, en cual se recibe a los pacientes que necesitan una intervención por estar en crisis.
El doctor Omar Hernández, fundador de la institución, explica que la entidad cuenta con 14 camas para la hospitalización de aquellos niños que son remitidos desde el servicio de Pediatría, de las áreas de Salud, de los municipios o de la Clínica del Adolescente, por presentar una situación en la que pueda estar en peligro su vida o la de los demás. En ese caso menciona los trastornos sicóticos, las crisis de excitación y las conductas suicidas.
La institución cuenta, asimismo, con tres cubículos aislados que disponen de cinco camas, además de un centro de atención a pacientes con trastornos del espectro autista, en los que laboran varios equipos multidisciplinarios que diagnostican, ponen tratamiento y rehabilitan al paciente y a la familia.
De igual manera, allí funciona una consulta de peritaje, a la que también acuden niños y jóvenes que han sido víctimas de abusos sexuales, contravenciones de las normas, maltratos u otros asuntos, quienes son atendidos por avezados especialistas en Siquiatría Forense, médicos legales, sicólogos infantiles, trabajadores sociales y otros expertos en estos temas.
Para tener una idea de la valía de esa institución villaclareña, baste decir que los siquiatras, sicólogos, enfermeros, sicopedagogos, sicometristas, asistentes de atención y otros especialistas que laboran en ese servicio, al cierre de 2022 habían atendido a más de 300 pequeños, y en lo que va de año suman más de 200, con una estadía hospitalaria de entre siete y cinco días.



















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