Era el camino viejo de Nuevitas, cerca del actual poblado de San Serapio, 76 camagüeyanos cruzaron el río para hacer patria. Lo hicieron por compromiso, porque ya los orientales se habían alzado, y si Camagüey no lo hacía, España arremetería con toda su fuerza contra los cubanos que 25 días antes ya habían escogido la manigua como la solución para los problemas de esta Isla.
Y era vital por la posición geográfica de Camagüey. Había que impedir que el tren llegara a Oriente con las armas que Balmaseda estaba esperando para sofocar la Revolución.
Según reseñó el historiador camagüeyano Ricardo Muñoz Gutiérrez, la voz líder la llevó Salvador Cisneros Betancourt, ante días de discusiones y la indecisión de otros de si lo hacían o no, en la madrugada del propio 4 de noviembre, el Marqués de Santa Lucía les dijo que en lo que se ponían de acuerdo, él iría con sus hombres para la línea a impedir que pasara el tren. Después de una actitud así, nadie se opuso y le siguieron. Dieron vivas a Céspedes y se juró defender la Patria.
El investigador Muñoz Gutiérrez explicó que hay interioridades del hecho que muestran las características del movimiento independentista camagüeyano: «Se identificaron los líderes de la acción, pero no se repartieron grados militares, por el sentimiento antimilitarista de los camagüeyanos, esto explica también la posición de los patriotas de esta región en otros hechos, como por ejemplo en Guáimaro.
«Tampoco se consideraban iniciadores de la lucha, sino continuadores de Joaquín de Agüero. Igualmente sucede con la bandera, los camagüeyanos defienden en la Asamblea, la Bandera de la Estrella Solitaria, porque era la bandera que había presidido también el alzamiento de Agüero en 1851.
«Esas personas eran ricas, tenían grandes extensiones de tierra, varias casas en Puerto Príncipe, esclavos, ingenios, habían nacido en camas con sábanas de seda y lo dejaron todo por una idea en la que le iba la vida, muchos la perdieron, algunos perdieron sus propiedades, la familia, pero nunca se arrepintieron de lo que habían hecho, como tampoco lo hicieron Joaquín de Agüero y sus compañeros, en 1851, a los que le dieron la oportunidad de arrepentirse para perdonarles la vida y prefirieron morir por Cuba.
«Recordar estos hechos, recordar a estos hombres es una necesidad como nación, como país, porque los pueblos viven de y por la historia», refirió Ricardo. Hoy es vital vivir la historia más cercana, en el sitio donde ocurrió el hecho y sentir el mismo aire de aquellos que tan humanos como nosotros comprendieron, hace 155 años, que debían gritar Independencia o Muerte y salvar la Patria.
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