Pinar del Río.–Alexander Rodríguez se convirtió en noticia hace algunos días, luego de que en redes sociales se hiciera viral una publicación sobre él.
En un contexto en que la producción de alimentos, los precios abusivos, las fichas de costo y la especulación son temas de debate permanente entre los cubanos, el gesto de este campesino pinareño del municipio de Consolación del Sur, de vender sus producciones muy por debajo del tope fijado por el Gobierno provincial, en la última feria agropecuaria desarrollada en esta ciudad, despertaría curiosidad y admiración.
Un colega del periódico Guerrillero, que en rol de consumidor y por pura casualidad llegó hasta su tarima, relataría la anécdota, de la que luego se derivaría un sinnúmero de comentarios y de likes.
Además de vender a un menor precio, Alexander se había rehusado a aceptar el dinero de un reconocido neurocirujano. «Yo no le cobro a los médicos. Mi familia y yo vamos a los hospitales y allí jamás me han cobrado un centavo», argumentó.
Ante la singularidad del hecho, Granma decidió llegar hasta su finca, con el propósito de dialogar sobre las producciones agropecuarias, la comercialización, los costos, los precios, entre otros asuntos que hoy ocupan buena parte de la agenda pública.
Ingeniero agrónomo de profesión, cuenta que desde niño se sintió atraído por las labores del campo, y que antes de dedicarse a los frutales, incursionó en las labores pecuarias.
Las tierras donde hoy fomenta a gran escala (26 hectáreas) el cultivo de la guayaba –e incluso se encuentra enfrascado en los procedimientos para la exportación–, acogen, además, cuatro viveros y sembrados de mango, frutabomba y de cultivos varios.
En total, suman 32 hectáreas en la zona de Herradura, que desde hace seis años Alexander ha ido transformando a base de laboriosidad y empeño.
Dice que la agricultura no es un negocio, sino un oficio, y que para tener resultados hay que conocer las características del suelo donde se va a trabajar.
Más que los fertilizantes y los plaguicidas –que sin duda hacen falta–, considera que el recurso principal para hacer producir la tierra es el hombre.
Con la autoridad que le confiere haber entregado cerca de 500 toneladas de guayaba el año pasado (la mayoría de ellas a la industria), y de lograr rendimientos de hasta 160 libras por planta, reconoce que el trabajo en el campo constituye una de las actividades económicas más duras y riesgosas que existen, por la cantidad de «enemigos externos» que tiene, como los huracanes, el exceso de lluvia, las enfermedades o la sequía.
No obstante, asegura que en las condiciones actuales, a pesar de todas las limitaciones de insumos, no es imposible producir alimentos en Cuba. Sobre todo en aquellos cultivos tradicionales que son menos exigentes en cuanto a recursos, como la yuca, el boniato o la calabaza.
«Creo que uno de los mayores problemas que hoy tiene la producción de alimentos es que somos pocos en esta actividad.
«Son muchas más las personas que demandan producciones, que los que producimos», dice.
Sobre los precios cada vez más elevados de los renglones agrícolas, considera que deben tenerse en cuenta dos cuestiones.
«Yo soy ingeniero, contrato mis cosechas directamente con la industria, tengo a un abogado que me asesora, pero hay otros campesinos que no tienen las mismas posibilidades, y dependen para la comercialización de esos personajes que están entre el surco y la tarima, y debido a esa dependencia de un ente comercializador, es que muchas veces se disparan los precios».
Por otro lado, explica que los campesinos forman parte de una sociedad marcada por la inflación. En sus hogares también se demandan todos esos artículos de primera necesidad que hoy resultan extremadamente caros. De modo que, a la hora de analizar los precios de los productos agrícolas, no pueden mirarse únicamente las fichas de costo, sin tener en cuenta el contexto.
Con respecto a su actitud en la última feria agropecuaria de Pinar del Río, afirma que no hay nada de extraordinario. «En varias ocasiones también hemos realizado donaciones a los principales hospitales de la provincia.
«En el campo siempre hay producciones que se echan a perder antes de que uno las pueda comercializar. Por tanto, sería injusto que viniera alguien que necesite unas guayabas y nosotros no fuéramos capaces de dárselas.
«De hecho, en nuestra finca eso es algo normal, prácticamente una ley. A aquella persona que venga en busca de una postura de nuestros viveros, o de frutas para un enfermo o por cualquier otro problema, se las regalamos. Afortunadamente, tenemos producción suficiente para hacerlo».
En la publicación que se volvería viral en pocas horas, y llamaría la atención sobre este campesino comprometido y altruista, solo faltó un detalle que el autor omitió porque en el momento de escribir, aún no había sucedido.
Al finalizar la feria, Alexander cargó, con las frutas que no se habían vendido, hasta el hospital Abel Santamaría, y las donó.
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