Pinar del Río lo recibe con orgullo. Hace días la prensa nacional anunciaba que Pablo Pimienta Castro, obrero forestal, carbonero de la Empresa Agroforestal Macurijes, recibía junto a otros diez cubanos el título honorífico de Héroe del Trabajo.
Hacía tiempo que por estas tierras se esperaba la noticia. A sus 60 años, este hombre incansable que ha consagrado su vida a un oficio extremadamente duro y solitario, ha sabido ganarse el respeto y la admiración de quienes lo rodean, a base de hachazos y noches en vela.
En una entrevista hace tres años, cuando ya atesoraba todo tipo de medallas y reconocimientos, Pablo le confesó al periodista: «Espero un día tener en el pecho esa estrellita dorada que en Cuba llevan los Héroes del Trabajo». Hoy ese sueño se ha hecho realidad.
Aunque detrás de esta distinción hay más de 35 años de labor en los montes del municipio de Mantua, este pinareño moreno, de bigote tupido y ojos repletos de bondad, no nació allí.
Cuenta que su infancia transcurrió en La Güira, en la zona de Luis Lazo, y que en 1986, tras cumplir misión internacionalista en Angola –de donde regresó con la Medalla de Combatiente Internacionalista de Primera Clase– decidió llegar hasta Mantua, para visitar unos primos, y nunca más retornó. El amor de una mujer y el oficio de carbonero sellaron su destino a esta tierra del extremo occidental de Cuba.
«Yo comencé en el carbón con mis primos. Me decía a cada rato que era pasajero, pero han pasado unos cuantos años y sigo aquí. He hecho hornos en todos los montes del municipio», asegura.
De Pablo Pimienta ruedan leyendas sencillas, de esas que construyen la vida ejemplar de un obrero. Entre ellas, que no conoce de vacaciones; que, si no hay tractor, va en bicicleta, y que su carbón es el que más agradecen en las cocinas de Mantua y más allá…
«Son cuentos de camino, pero vacaciones tengo pocas», dice Pablo. «Un horno no puede dejarse por una fiesta o por la playa, porque el esfuerzo de mucha gente se quema en una noche. Hay que velarlo para producir buen carbón, y eso no se lo confío a mucha gente.
«¿Qué cuántos hornos he hecho? Eso no lo sabe nadie. Mil, 2 000. Fíjese que desde la Comandancia, allá por las lomas, hasta Blanquizales, en la antigua pista de aviación, le puedo enseñar las marcas de todas las quemas.
«Ahora trabajo en lo del carbón de exportación, que es una responsabilidad muy grande, porque ayuda a traer dinero para el país».
Aunque el suyo es un oficio solitario, que lo obliga a pasar buena parte del tiempo alejado de la familia, Pablo asegura que «la soledad la hace uno mismo. Yo nunca me siento solo, tengo el bosque, la madera, otros hornos que ir levantando, y la atención al que está quemando, que no me deja pestañear».
Dice que su familia es su gran tesoro. «Me casé, tuve dos hijos que son muy trabajadores y cuatro nietos que son mi vida. Cuando llego, saltan y me abrazan, y ese es el regalo más grande por los días que paso fuera.
«No tengo riquezas, pero tengo una familia que me quiere. Y lo que le dejaré algún día será mi ejemplo, que es trabajar y trabajar. Yo sé que mis nietos, sean médicos, maestros o carboneros, van a ser buenos».
A ese hermoso ejemplo que durante décadas ha forjado a base de humildad y de entrega, se suma ahora, como broche de oro a una trayectoria extraordinaria, la condición de Héroe del Trabajo de la República de Cuba.
«Hacer un horno no es fácil –continúa Pablo–, y no solo porque sea un oficio muy recio, sino porque la madera hay que colocarla bien, para que queme pareja, y si no respira, y no se sabe cuándo y dónde regular la entrada de aire, se vuela y no recoges más que cenizas, o peor, hasta puede ocurrir un accidente».
Precisamente sobre esto trató su breve conversación con el Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, durante la ceremonia de condecoración.
Sin embargo, sobrecogido por la solemnidad de la ocasión, ante la máxima dirección del país y ante los otros trabajadores destacados que también fueron reconocidos, Pablo confiesa que en aquel momento no fue tan pródigo en detalles sobre su labor.
«El Presidente me preguntó bajito, con respeto, si era difícil hacer carbón. Y yo le dije que no era fácil, pero tampoco difícil».
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