Todos nacimos de una madre, con independencia del lugar del mundo y la forma en que se produjo el parto, en un campo o un hospital, de su posición social, el color de la piel, si pertenecía a una etnia amazónica o a una familia acomodada, del idioma en que hablaba o de su creencia religiosa.
El primer llanto de su bebé recién nacido es la mayor alegría de una madre y el mensaje de felicidad que más reconforta su corazón, pero también es el toque de clarín para el inicio de un trabajo, o más bien de una misión, que no terminará nunca hasta el último de sus días.
Porque madre es ese ser que estará pendiente siempre de su hijo o sus hijos, si comió, si está bien de salud, si estudió, con quién se junta, con quién sale, cómo se prepara para la vida y, aunque las excepciones sólo confirman la regla, la verdadera madre quisiera asumir para ella todos los pesares que la vida depare a sus hijos.
Por eso, hablar de un día de las madres es tan contradictorio como establecer para las madres un día de los hijos, porque la madre verdadera está siempre presente para sus hijos, todos los días del año, todos los minutos del día, aunque algunos sólo se percaten de esta presencia universal el día que dejen de tenerla. Para honrar y amar a las madres no son suficientes todos los días de la vida, pero este domingo será una ocasión especial para celebrar con las que están y recordar a las que ya no.
El homenaje es válido, aunque ellas se lo merezcan todo el tiempo. En especial las madres que multiplican su tiempo para trabajar, estudiar, atender la familia, y cumplir las complejas tareas que la sociedad les encomiende, sin dejar de pensar siempre en sus hijos o sus nietos.
Hay jóvenes que aún no tienen hijos, pero son madres en capullo y merecen también disfrutar este día. Hay hijos que ya no tienen a su lado a su mamá y este día les traerá una mezcla de alegría y dolor, de recuerdos agradables y tristes, de lágrimas y sonrisas, pero siempre será un día de amor.
Hay abuelas, cada vez más en nuestra población envejecida, que tienen doble motivo para estar felices este día, porque han cumplido dos veces su papel de madre. De la misma manera que los nietos este día tendrán que multiplicar su afecto, pues tienen más de una madre que festejar. El amor de las abuelas es amor de madre potenciado, con la misión autoimpuesta de darle a los nietos lo que sus obligaciones de trabajo, estudio o situaciones económicas no les permitieron darles a sus hijos. O, sencillamente, darles todo el cariño porque sí, porque sienten doble el sentimiento de madre.
Aun cuando nadie haya podido volver para contarlo, se dice frecuentemente que uno de los últimos pensamientos cuando una persona está a punto de abandonar la vida terrenal es para su madre o para sus hijos, y grandes hombres han plasmado en su obra la importancia de sus madres en su vida.
Así, por ejemplo, decía nuestro Héroe Nacional, José Martí Pérez, que «la madre, esté lejos o cerca de nosotros, es el sostén de nuestra vida», y afirmaba que «no cree el hombre de veras en la muerte hasta que su madre no se le va de entre los brazos».
«Jamás en la vida encontraréis ternura mejor, más profunda, más desinteresada ni verdadera que la de vuestra madre», decía el novelista francés más importante de la primera mitad del Siglo XIX, Honoré de Balzac, y otros pensadores han afirmado que «mamá se escribe con ‘M’ de mujer maravilla», y que para ellas «sólo hay un niño bello en el mundo, y toda madre lo sabe».
Madres cubanas son también las de la Patria, las que como Mariana Grajales dijeron a sus hijos ¡Empínate, que ya es hora de salir a la manigua!, las que decidieron postergar sus aspiraciones personales para asaltar el Cuartel Moncada como Haydée Santamaría o Melba Hernández, y las combatientes clandestinas urbanas o guerrilleras del pelotón femenino en la Sierra Maestra.
Son igualmente las que con una lagrima furtiva despidieron con valentía en la casa al hijo que partía a luchar en tierras africanas sin saber si lo volverían a ver vivo, o fueron ellas mismas como combatientes, y no menos meritorias las que apoyan en la retaguardia familiar a sus hijos en misiones internacionalistas o de colaboración, aunque estén en peligro en un contingente médico combatiendo epidemias en otros países.
Pero también son las de todos los días, las que inventan platos en la cocina con lo que aparece, sin rendirse ante los intentos de Estados Unidos por asfixiarnos, y alientan a sus hijos a ser cada vez mejores, sin perder la esperanza de que un mundo mejor es posible. Son las que hacen hoy las colas y fabricaron con sus manos hábiles los nasobucos para proteger a toda la familia de la pandemia de la Covid 19, a la que finalmente nuestro pueblo pudo vencer gracias a nuestros científicos y personal de la salud, y las que cierran el paso con energía a los provocadores.
Madres y abuelas, vivas o no, sirva este día para que les demos a todas un beso, el mismo que tantas veces les dimos cuando las apretamos contra nuestros pechos o desde que empezamos a balbucear mamá pegados a su seno.
Esta fecha es de alegría, como alegres han enfrentado nuestras madres todas las dificultades de la vida y enfrentan la difícil situación actual. Alegres entonces, démosles a todas las madres este beso, sabiendo que nunca será suficiente para expresarles nuestro amor y que el amor recibido será siempre reciprocado con mucho amor.



















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