¡Qué iba a imaginar yo que aquel guajiro de la unidad básica de producción cooperativa (UBPC) Arabal, un nombre perdido entre tantos, al norte de Ciego de Ávila, se jubilaría este año; un hombre que por su constancia en el trabajo recibió un auto de regalo, premios y más premios, palabras, abrazos y el diploma de Héroe del Trabajo de la República de Cuba entregado por Fidel; un hombre que aportó millones de arrobas de caña para fabricar azúcar. ¡Qué iba yo a imaginar!
Tantos millones que en 49 contiendas consecutivas envió al ingenio más de 85, el equivalente a unos 174 días de zafra del Ciro Redondo, de acuerdo con la norma potencial de hoy. Se escribe fácil. Lo difícil es hacerlo.
Todavía uno lo mira y parece que es mentira, por la energía que despliega, las mismas manos, las mismas fuerzas, la misma estatura y la misma bondad de cuando hace unos años dijo al periodista: «Ven, móntate para que escribas tu crónica desde la combinada, porque el central no espera».
Por unas dos horas fluyó la conversación con Renán, entre la picapica, el sudor, el sol del mediodía y el ruido infernal de su KTP-2, una de sus amores. «Renancito se quedará con ella y eso me tranquiliza y me da confianza», comenta.
Hay imágenes que quedan grabadas para siempre en el cerebro, en la retina. El cerebro las imagina y el ojo las ve: la destreza con la cual aquel guajiro, nacido allá por Teresa, hijo de Manuel y Amparo, conducía su máquina, el viraje perfecto en la cabeza del campo, la sincronización exacta con el camión, la habilidad para levantar la combinada y así evitar atascamientos y el «sufrimiento del motor», el funcionamiento de las ruedas copiadoras, del transportador…
Una jornada era parecida a la otra. Picaba caña con el misticismo de siempre: un pulóver por debajo, dos camisas mangas largas por encima, sin guantes en las manos «para tener mejor control del equipo» y un sombrero alón; era algo muy de él; un ritual que cumplía luego de levantarse a las dos o a las tres de la madrugada, beberse un litro de leche y lanzarse al entramado de buenas cañas en tiempos pasados, y malas cañas en las últimas zafras.
«Antes, en un surco yo llenaba dos camiones. Ahora debo recorrer 12 surcos para llenar un camión. Más vueltas, más gastos de combustible y más de tó’. Las cañas están malísimas», afirma.
Jamás hubo un campo reservado para él. Le entraba con el mismo ímpetu a uno bueno o a uno malo. Picaba donde lo enviaran, lo mismo en su UBPC Arabal, que en Kilo 9, La 25, El Barro, en los municipios de Venezuela, Baraguá, Ciro Redondo, en toda la provincia. «Donde hiciera falta, allá iba Renán», porque él jamás se rehusó a cortarla.
Siempre se empinó sobre los dolores y nada le impidió lanzarse hacia el corazón del cañaveral, pero hay golpes duros en la vida, como la pérdida de su hermano, justo cuando picaba caña a su lado; la más reciente partida de su hija y ahora la enfermedad de la esposa, quien está bajo su cuidado. «Por esta última razón es que abandono el cañaveral, porque si por mí fuera, seguiría picando caña. ¡Qué importan los 66 años si uno se siente fuerte!», me comentó en una tarde reciente, con los ojos llenos de brillo.
El 10 de abril de 1997 fue el día más feliz de su vida. Todos formados en un palacio de piso brillante. No se oía ni una mosca. Y Renán allí, parado, casi sin moverse. Y enseguida apareció el Comandante en Jefe. A él y a otros de los buenos cubanos le puso la medalla de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. «Guajiro, qué manos más grandes tienes. Te felicito. ¿Dónde dejaste la combinada?», le preguntó el líder. «Aaaaallá, en Arabal», fueron las palabras del héroe, único operador de combinada que recibía el alto merecimiento.
Son las cosas increíbles de este país: un hombre se hace héroe, lo mismo en la Sierra Maestra, limpiando calles, en un laboratorio, en un taller, que detrás del volante de una combinada cañera, como el guajiro de estas líneas, multimillonario sin dinero y con la estrella de la honra.



















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