
No sufras. No pienses. Acaso un poema más. Un poema de amor con puntos suspensivos... Tu cuerpo de 24 años yace adolorido, destrozado en estas mazmorras, solo se escuchan los gritos de los torturadores, ecos de golpes y de dolor en el fondo del cuartel Moncada. Tu encía ensangrentada, la que has mostrado hace un instante a Melba y a Yeyé: «Miren lo que me han hecho», ya lo sabes, no volverá a lucir aquella sonrisa de ángel, la de la última foto, la del traje claro, de cara al sol de la esperanza. Duerme, duérmete, muchacho bueno.
No lo sabes ahora, Raúl Gómez García. Tu última foto te la harán después, dentro de aquella caja, madera de urgencia, donde los esbirros meterán tu cuerpo sin vida. Horrible maquillaje, una camisa nueva sobre un torso masacrado, «muerto en combate», acuñarán a la prensa.
De sonrisas y sobresaltos viviste estos últimos años. Tú mismo lo escribiste aquella madrugada del 2 de junio de 1952, cuando explicabas tus ausencias a Lilliam Llerena, aquel amor de tormenta y ojos azules, aquella joven actriz que te llevó a conocer, y a escribir después, «la sinfonía sentida en lo hondo del sexo».
Mi Querida Lilliam:
(…) Estos días «de prisa» no son un martirio... son un sendero. Evitarlo, sería perdernos en la bruma de la tarde sin hallar objetivo primordial. Nadie quiere evitarlo..., ni tú, ni yo…
Estoy pasando estos días con humo de holocausto en las entrañas y con fiebre de fe entre las pupilas. Veo venir un cielo azul-rojizo a la Patria que siento... pero veo también un porvenir seguro para el hijo de hoy. Siento que las fuerzas del mal están triunfando... pero estoy seguro que no vencerán más. El sacrificio no es inútil, aunque tal vez sea intangible. ¡Pobre del hombre que no sepa construir..., alzar..., sembrar..! ¡Está vacío! Prefiero estar muerto a estar vacío de ideal. Prefiero «verme muerto a verme vil» (…)
¡Sublime torbellino del amor!! Te necesito sí. Mentiría si no te lo dijera. Necesito tenerte entretejida en las fibras de esperanza que retiene mi ser... necesito volver a buscarte para darte un «buen beso» y decirte con él todo lo que tengo para ti de quieto, dulce, melancólico y triste. Reír contigo es para mí reír. Reír yo solo es para mí: llorar!!
(…) Créeme. Si la lucha ante el sol me endurece la voz para ti, si la fiebre de tener un mañana me devora mi Hoy... si la esperanza de vivir en calma me consume en el torrente intranquilo... Tú eres mi Hoy y mi mañana... mi calma… mi última y más distinguida meta...: mi Felicidad!!
Sabes que estoy triste por ti... estoy contento de mí... Ponme contento de ti dejándome saber que quieres hacerme feliz.
Te quiere:
Tu Raúl.
¡Qué estilo el tuyo, el de los puntos suspensivos y los signos de admiración por doquier! Y así en toda tu obra, la poética, la periodística, la revolucionaria. Nos dabas a propósito el chance –o el reto– de completar cada idea inconclusa. Sonríe, poeta enamorado.
Es la misma sonrisa de la noche del 22 de julio del 53, una sonrisa con puntos suspensivos. Ibas a salir con tu hermana y Edita, la bella profesora, la sobrina del poeta José Angel Buesa, la última de tus musas. De pronto, tocaron a la puerta y tú mismo fuiste a abrir. Chucho Montané apareció en la entrada. «Ahí está Fidel –te dijo bajito–, quiere hablar contigo». Esa noche fue Chucho, tu amigo y perfecto caballero, quien acompañó a las muchachas a aquella fiesta, que, definitivamente, cambiaste por un jolgorio mucho más trascendental.
Fidel te dio entonces la penúltima tarea, porque él sabía que solo tú podías escribir los sentimientos y los anhelos de la Generación del Centenario. Ya lo habías demostrado en Son los mismos y El Acusador. Y volviste a sonreír con la felicidad del agradecido. En el Movimiento no eras jefe de nada, pero eras el mejor soldado de las ideas, por eso Fidel te preservó para aquella misión única, la redacción del documento más urgente de su época, el que pasaría a la historia como el Manifiesto del Moncada.
Quedaban muy pocas horas para la acción. El apartamento de 25 y o era el puesto de mando, un hervidero de muchachos y muchachas que pasaban y recibían tareas. Muchos te recordarían después, tecleando y tecleando en aquella maquinita, cuartilla tras cuartilla, decenas de ellas, del alma directamente al papel, y regalando a todos tu sonrisa enfebrecida.
Pocos lo saben: fuiste también la única persona que salió el 24 de julio en el auto con Fidel y su chofer desde La Habana. El Jefe del Movimiento, al tanto de cada detalle de los preparativos para el asalto a la historia, reservó las tres horas de viaje hasta Santa Clara para leer y discutir contigo hasta la última coma de lo que habías escrito. Y seguramente volviste a sonreír, porque aquel genio estaba preocupado por la parte más trascendente del plan: comunicar al pueblo el porqué, en nombre de Martí, ustedes, los locos más cuerdos del mundo, estaban dispuestos a jugarse la vida.
«Por defender esos derechos, por levantar esa bandera, por conquistar esa idea, en tierra tiene puestas las rodillas la juventud presente, juventud del centenario, pináculo histórico de la Revolución Cubana…».
Y el poema, ¿cuándo lo escribiste, Raúl Gómez? ¿Cuándo pensabas terminarlo? Se sabe que cambiaste tres veces de carro. Fidel debía entrar a una gestión en Santa Clara y tú seguirías recto hasta Santiago. En el parador de Manacas se hizo aquel trasbordo; y kilómetros más adelante el otro, porque hubo discusión en uno de los autos y debiste sustituir en su asiento al más enardecido de los dos contrincantes. Cosas de jóvenes. Detalles que luego se supieron.
Lo cierto es que la mayoría de tus nuevos acompañantes recordaban perfectamente cómo leíste a todos aquel himno de combate que habías compuesto. Algunos te escucharon recitarlo también durante las últimas horas en Siboney. ¡Ya estamos en combate! Era suficiente para asegurarte un lugar en la historia.
Pero la historia es traicionera. Hay detalles que se te pierden en medio de tanto ajetreo. Fidel había concebido que Luis Conte Agüero, el afamado comentarista, «la voz más alta de Oriente», era quien debía leer el Manifiesto a la Nación, mientras se producían los asaltos a los cuarteles de Santiago y Bayamo. Se conocían, Fidel lo consideraba un amigo, que no rehusaría colaborar en apoyo a la acción.
Pero aquella noche del 25 de julio, cuando el líder del Movimiento y su segundo, Abel Santamaría, a riesgo de sus vidas, dejaron la Granjita Siboney, para ir a buscarlo personalmente a su casa en Santiago, se enteraron de que el señor pico de oro llevaba dos días en La Habana, desde donde continuaba transmitiendo como si estuviese en la cadena oriental. ¿Engaño, traición, miedo?
«No te preocupes –le dijo Fidel a Pedro Trigo, quien los acompañó en el peligroso trayecto–. Yo temía que esto podía suceder, por eso me puse de acuerdo con Gómez García, y él está debidamente preparado».
Es obvio que en Siboney Fidel te dio aquella última misión. ¿Acaso no fuiste un excelente director, editorialista y locutor de radio en tu Güines natal? Pues serías tú quien leería al pueblo el Manifiesto a la Nación, y por eso te ibas al asalto con el grupo que tomaría primero el Hospital Civil y luego la Cadena Oriental de Radio: ¡el grupo de los que debían vivir! Sin proponértelo, te habías convertido en el hombre clave del plan b: la toma de la emisora. De seguro, en medio de la tensión, volviste a sonreír.
Y partiste al combate. Ya en el hospital, una enfermera te recuerda hablando, arengando a todos mientras disparabas con tu fusil, hasta la última bala. ¿Sonreías? Apuesto a que sí.
Después vino lo demás… La incertidumbre, la desesperación, las hordas entrando enfurecidas al hospital. Y luego los gritos, los primeros golpes, tu sangre, tus dientes, tu sonrisa machacada por el odio y la impotencia de estas pobres bestias…
Ya no se escucha nada, ya todo se nubla…
Ey, Gómez García: no estás muriendo esta tarde de 1953. Estás naciendo en el mismo instante cuando tu corazón enamorado deja de latir. Tu futuro acaba de comenzar.
¡Sonríe, poeta y periodista de la gesta heroica de los jóvenes del Centenario! Cinco años, cinco meses y cinco días después de este 26 de julio, Fidel va a entrar victorioso en La Habana. La Revolución está hecha, tu sangre no se derramó en vano.
Sigue sonriendo. Disfruta el futuro que soñaste. Tu nombre y tus ideas están en las escuelas, en las nuevas bibliotecas por todo el país, en el cariño de los niños, en el recuerdo agradecido de millones de cubanos.
Sonríe, eterno joven. Tu viejita, Virginia, fue venerada como la gran luchadora que fue. Los pioneros iban a verla a la casa y ella les contaba siempre de ti, con aquella firmeza de espíritu y la bondad en su mirada. Ni Fidel, ni Haydée, ni Melba dejaron nunca de ocuparse de ella. Murió tranquila, feliz a los 98 años. Y dejó para la historia aquella frase que tu sobrino Jorge convirtió luego en canción: «El 26 es el día más alegre de la historia».
Han pasado 69 años. No dejes de sonreír. Te necesitamos como aquella noche cuando te buscó Fidel. Léenos cada día tu poema al combate, porque la Revolución sigue siendo también una obra inconclusa. Con un manojo de puntos suspensivos.
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Daniel Damián Ruiz Miyares dijo:
1
26 de julio de 2022
08:06:58
Nico dijo:
2
26 de julio de 2022
08:40:00
Camilito Co.4 pton.10 1972-78 dijo:
3
26 de julio de 2022
09:03:20
Carlos A Rodríguez dijo:
4
26 de julio de 2022
09:34:54
César Gómez dijo:
5
26 de julio de 2022
09:59:39
José de la cruz murillo dijo:
6
26 de julio de 2022
10:17:53
Leandro dijo:
7
26 de julio de 2022
10:31:10
José Mora dijo:
8
26 de julio de 2022
12:27:28
Manuel dijo:
9
26 de julio de 2022
13:37:11
Osvaldo C. Mesa GoGómez mez dijo:
10
26 de julio de 2022
22:46:59
Yuri Vazquez dijo:
11
27 de julio de 2022
15:40:02
Ángela dijo:
12
30 de julio de 2022
17:52:00
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