ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Tomada de Ecured

Han transcurrido 64 años desde que te asesinaron el 9 de abril de 1958. Trato de que tu imagen y los recuerdos de las actividades que hice contigo no se me desdibujen de mi memoria, pues su compañía ha inspirado mi actuación ulterior en estas décadas.

Supe con dolor en la cárcel cómo apareció tu cadáver mutilado con apenas 28 años. Nos lo relató allí Delly Mosquera cuando te encontró con el rostro deformado y acribillado a balazos en el necrocomio.

Después en 1960 me encargó tu viuda que exhumara tus restos. Ella me confesó llorosa que no tenía fuerzas para verlos.

Mi experiencia como estudiante de medicina viendo muertos sin familia que se usaban para las clases de anatomía y cientos de heridos y mutilados en la sala de ortopedia del hospital Calixto García, no atenuó la impresión que me produjo recolectar tus huesos para depositarlos en una tumba definitiva.

Entre ellos encontré nueve plomos que quedaron en tu cuerpo de las ráfagas con que te remataron. Tu cráneo tenía un orificio en la frente que ojalá hubiera sido el primer impacto.

Fuiste mi primer jefe en la lucha insurreccional y te empeñaste en trasladarme toda tu experiencia conspirativa, controlar mis inexpertos excesos y alardes e inculcarme el coraje sereno de los verdaderos valientes. Al escribir ahora estas memorias pienso que estabas consciente de tu posible inmolación y la asumías como un destino inexorable.

No era porque no te cuidaras, pues eras un experto conspirador y tenías muchos códigos para actuar con naturalidad en medio de una ciudad donde la fortaleza de los cuerpos represivos era inmensa en sus propias narices. Amabas la vida y anhelabas ver a tu retoño que nació el día que te arrebataron tus sueños y la vida. 

Me imagino, porque no me lo dijiste, que cuando me comunicaste que pasaba a las órdenes Sergio González, El Curita que se escapó de la cárcel y devino el jefe natural de los grupos de acción de la capital, considerabas que había ya adquirido con tus enseñanzas suficiente madurez para serle útil.

Nos vimos con menos frecuencia, pero supervisabas de cierta forma mis actividades tanto cuando me vi obligado a pasar a la vida clandestina, mi participación con él en los preparativos de la calificada por la población como la noche de las cien bombas, y la atención que tuve que brindarle cuando se fracturó un pie escapando de un cerco policial. En cada ocasión siempre concluías con un consejo.

Nos vimos por última vez a fines de marzo después que asesinaron a Sergio en un consultorio en San Miguel del Padrón. Un grupo de sus subalternos pedimos verte, pues su muerte en vísperas de la huelga que se preparaba nos dejaba momentáneamente sin jefe y en aquel encuentro nos insuflaste entusiasmo y confianza en nuestras fuerzas.

No fue así y la huelga fracasó, pero el ánimo que nos impregnaste no se apagó y se logró meses después la victoria cuya resonancia estremeció nuestro continente.

Suelo imaginarme cuánto hubieras contribuido a la consolidación de la Revolución de haber sobrevivido. Pero esos son sueños.

Lo que sí es parte de la realidad es que, con tu ejemplo, contribuiste y sigues contribuyendo a forjar nuevos combatientes en las igualmente complejas luchas actuales contra el bloqueo, la pandemia y cualquier otra dificultad que se presente. Te convertiste en un permanente símbolo de patriota que nos inspira a imitar.

Comparto estos íntimos recuerdos para que la generación que nos sucede y las que vengan después, conozcan mejor las virtudes de sus héroes.

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