PINAR DEL RÍO.-María Luisa Páez no sabe hablar de su trabajo sin emocionarse ni advertir que, por sobre todas las cosas, se debe tener mucha sensibilidad para lidiar cotidianamente con el dolor ajeno.
«Es que, con el tiempo, uno se va enamorando de lo que hace», dice, y en su caso se trata de un amor que ya pasó los 40 años.
Cuenta que fue a pedido del Gobierno municipal de Pinar del Río, debido al déficit de personal en los servicios comunales, que comenzó a laborar en ellos en 1981, y que nunca más se marcharía.
Las numerosas condecoraciones que ha recibido desde entonces indican que no solo ha permanecido mucho tiempo dentro de ese importante sector, sino que se ha destacado por su constancia y entrega. Entre ellas están la 23 de Agosto de la FMC, la 28 de Septiembre de los CDR, la Enrique Hart Dávalos del Sindicato de la Administración Pública, y el Escudo Pinareño, máxima distinción que otorga Pinar del Río a personalidades que sobresalen en las distintas esferas de la vida.
Tras más de cuatro décadas de labor, son numerosas las experiencias que no olvida, como la llegada del periodo especial, a principios de los años 90, y la necesidad de acudir a la tracción animal para organizar la recogida de desechos sólidos en la capital pinareña y en comunidades como La Coloma y Briones Montoto.
«La ciudad completa la recogíamos con carros de caballo, incluyendo la calle Martí, porque la situación se volvió crítica con el combustible», rememora María Luisa, y advierte que fueron años muy complejos, en los que se demostró el espíritu de resistencia de los cubanos.
Para esta pinareña voluntariosa y activa, sin embargo, no ha habido nada más impactante que la pandemia de la COVID-19.
Cuando el virus SARS-COV-2 comenzó a hacer estragos en Cuba, María Luisa llevaba casi 30 años al frente del Departamento de Servicios Necrológicos de la Dirección Municipal de Comunales, y creía que ya nada podría sorprenderla en su profesión.
Pero los meses convulsos del pico pandémico en Vueltabajo significarían un reto sin precedentes.
«Todo se complicó de la noche a la mañana y fue muy triste», dice. En tiempos normales, en el municipio pinareño se realizan entre tres y seis entierros como promedio en un día. Sin embargo, las cifras se dispararon.
A pesar de que su labor consiste en lidiar a diario con la muerte, asegura que «fue una experiencia muy fuerte en todos los sentidos», en la que, afortunadamente, contaron con el apoyo de las autoridades del territorio y de la mayoría de los organismos, para hacer frente a una situación inédita en Vueltabajo.
«En circunstancias así, tiene que haber mucha cohesión, mucha unidad y mucho compromiso de los trabajadores».
Al colectivo bajo su mando en los tres cementerios y tres funerarias del municipio, siempre le insiste en que, sobre todas las cosas, los debe distinguir la sensibilidad humana, «porque lamentablemente trabajamos con el dolor de las personas y somos quienes los acompañamos en el último adiós a sus seres queridos».
«Desde que llegué, le tomé cariño y respeto a esta actividad. Es algo a lo que hay que consagrarse, y como dice el Presidente Díaz-Canel: ponerle corazón».
A sus 71 años, no piensa en la jubilación. «Mientras las energías me acompañen, quiero seguir aportando mi granito de arena.
«Fidel dijo que los revolucionarios nunca se jubilan y yo opino igual. Incluso, bromeo con mis compañeros y les digo que no me voy a retirar nunca, que siempre estaré aquí, porque cuando me toque partir definitivamente al cementerio, seguiré estando en Comunales».



















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