ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Ismaelillo, en la librería del Centro de Estudios Martianos y en todas las bibliotecas y escuelas cubanas. Foto: Portada del libro

Cuánto dolor en el alma del padre habría suscitado el abandono casi a hurtadillas de la esposa y del hijo. Si el abandono de la mujer se hubiese dado en circunstancias diferentes, tal vez hubiese sentido menos comprometida su espiritualidad con la angustia.

Siempre será poco todo registro biográfico en la vida de Martí para saber las razones que lo llevaron a escribir este manojo lírico que nos dibuja al hombre ante la agonía por la falta del ser amado.

Este impresionante soliloquio del padre con el hijo ausente; el hijo todo luz, fragancia, tierno príncipe de las rosas; y él, arrobado por el paisaje, mustio y doliente, de un hombre atrapado entre la esperanza y el espanto de un mundo infeliz, de un mundo de sombras, atormentado por los viles que gobiernan con manos mezquinas los designios del hombre honrado y bueno, nos permiten reafirmar que la lírica martiana constituye una perenne dicotomía entre la luz y la sombra.

La maldad humana lo consterna y lo azuza para seguir adelante con un proyecto que está por encima de cualquier espina familiar. La imagen de Martí se asoma en cada uno de esos poemas para recordarnos que el hijo, «almohada» y «espuela», está ausente, separado de sus brazos por un «mar torvo y voraz», pero, que en su embriaguez alucinante parece advertir el espoleo tierno y esperanzador de su reyecillo que, delicadamente, le martillea la conciencia y le besa la tristeza.

Aferrado a esa imagen filial, a esa ternura del amor inabarcable y puro como un rayo de sol de invierno, podrá el guerrero voluntarioso huir del mundo cruel, agreste (Hijo: espantado de todo, me refugio en ti…), regido por la maldad que es, en suma, esos horrores del mundo moral del que ya nos había advertido Heredia.

Se ponderan en esta «minúscula epopeya de la ternura» tres ideas sustanciales: la apreciación de las relaciones indestructibles, la poesía como fundamento moral y la cimentación de un mundo mejor; igualmente se reconoce el cuaderno como un ejercicio lírico que comenzaría como un retozo de los amaneceres: la imagen del niño caballero montado a horcajadas sobre el pecho del padre tornado ahora en candorosa bestia, hasta convertirse este ejercicio en un cauce de autorrefinación del decoro.

Nos alerta el poeta en el prólogo sobre los espantos y los refugios, posibles solamente en el amor de su hijo, para después, en un arranque de hombre pundonoroso, advertirle en un acto de legítima confianza: Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti.

He ahí la evidencia del hombre que, a pesar de los sinsabores de la vida, se muestra digno ante el hijo (Ismaelillo) en cuyas manos depositará, como Dios en las del padre fundador de una nación árabe, la consumación de su obra emancipadora.

Y aunque el padre no alcanzó la dicha de ver a su caballero cuando entraba triunfante al lado del General de las tres guerras, en la ciudad de Victoria de las Tunas, hoy, a 140 años de haberse publicado este poemario de la esperanza y del amor reconstituyente, descansa feliz y orgulloso, en su mausoleo de luz.

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Lucía dijo:

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28 de enero de 2022

13:30:19


Hermoso artículo. Muchas gracias.